Regina

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Han pasado dos semanas, Milo no ha dejado de ayudar a Francisco con la carpintería. Él nunca ha sido hacendoso, mi padre y yo estábamos sorprendidos por sus acciones. -Ni en la casa ayuda tanto como aquí- comentó mi padre.

-Pueden ser que le gustó la carpintería. A Francisco le fascinó, siempre trabaja con la madera, por él tenemos todas las cosas de madera de la casa...

-¿Y no le molesta trabajar?, digo, al fin y al cabo es un Príncipe, el futuro Rey.

-Eso le pregunté, me contestó que le gustaba y que trabajar era su deber como esposo- mi padre y yo hablábamos. Yo tenía a ambos bebés en brazos, ellos veían a su padre a lo lejos mientras sonreían, a estos niños les encantaba vernos cerca a su padre y a mí.

-Savannah- miré a mi padre -Todavía me sorprende verte casada con el Príncipe, ¿no han tenido problemas?- reí al recordar todo lo que hemos pasado.

-Desde que nos volvimos a juntar, no, no hemos tenido problemas. Antes, sí. Esos problemas los conoce el Reino entero pero, gracias a Dios, no hemos tenido más después de esos...

Milo empezó a trabajar más duro de lo normal, era raro. Otra cosa que noté, fue que a cada rato miraba a una dirrección, a la casa de la señora de enfrente a la mía. Nunca he podido hablar con ella, pero de lo poco que sé, es que es una buena persona. Su esposo falleció hace unos años, por lo que ella y su hija comercian productos, aunque su hija es la que más viaja para vender.

-Hola, señores, buenos días- se acercó la muchacha, se veía que tenía la edad de Milo. Milo la vio, se puso rojo y, sin querer, se pegó con el martillo. Gritó tan bajo que apenas nos percatamos de su ruido.

-Está enamorado- dijimos mi padre y yo al mismo tiempo al la acción de mi hermano. Esa era la razón del por qué trabajaba duro.

-Buenas, digo, días buenos... ¡No!, buenos días...- Milo estaba nervioso.

-Buenos días, Regina, ¿qué se te ofrece?- preguntó Francisco.

-Mi madre quiere saber si el pedido ya está listo.

-Todavía, estamos terminándolo. Mañana queda listo, te lo llevaremos a tu casa.

-Está bien...- miró a mi hermano -¿cómo te llamas?, no sabía que el Señor Francisco tenía un aprendíz.

-Soy... So... Soy Milo... Milo de Rávena- estaba rojo, nunca había visto a una persona tan colorada como él.

-Es Milo, el hermano de mi esposa, es mi cuñado- contestó Francisco por él.

-Soy Regina, Regina de Roma, un placer conocerte- le extendió la mano para saludarlo, Milo la tomó muy nervioso y la saludó.

-El... El placer es todo mío- tartamudeaba.

-Bueno, Milo de Rávena, espero verte seguido por aquí. En esta zona solo hay niños pequeños y personas casadas, no tengo a nadie con quien hablar. Haber cuándo quedamos para pasar el tiempo juntos, espero que seamos amigos- dijo Regina sonriente antes de irse -adiós- fue a su casa. Milo se quedó mudo y rojo, Francisco lo vio y se rió, era muy obvio lo que pasaba.

Regina era una mujer más o menos de la edad de Milo, nunca se le ve por aquí, siempre viaja para vender las cosas que ella y su madre cosechan o producen con hilos y tela. Ella viene cada cuatro meses a estar un tiempo con su madre y luego se va. Regina es físicamente atractiva, aunque tiene un cuerpo delgado, es de mediana estatura, tiene rulos rojos, piel blanca, pecas marrones y ojos cafeces claros. Se ve de la Realeza aunque no lo sea. Me acerqué hacia Francisco con mis bebés, mi padre me siguió.

-Regina es muy bonita- comenté.

-Puede que lo sea pero para mí tú eres eso y más- Francisco tomó a un bebé y me besó tiernamente. Sonreí como una tonta -¿o tú qué crees, Milo?- le preguntó mi esposo a mi hermano al entender mi jugada.

Diario de una CampesinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora