Regreso

137 19 0
                                    

-¿Tomaste todas las cosas?- le pregunté a Francisco mientras me subía a la carreta pori cuenta y con mucho cuidado.

-Sí, cariño, ya está todo- contestó mientras amarraba nuestro equipaje para evitar que se cayera durante el camino -listo- dijo al terminar de amarrarlo, subió a la carreta conmigo -ahora sí, nos volvemos a ir- el caballo caminó hacia las afueras de Roma con dirección hacia el sur, corrió al estar fuera de la ciudad.

-¿Ahora a dónde vamos?

-A una ciudad donde al Rey le tome semanas llegar...

El caballo estuvo corriendo por 5 días en dirección al suroeste, llegamos a un pueblo pequeño, la gente era muy alegre y bondadosa, habían casas de diferentes materiales pero las comunes eran las de piedra. La gente vivía en las mismas condiciones en las cuales yo vivía en Rávena. Francisco buscó una casa barata en un terreno mediano, nos establecimos ahí.

-Amor, ¿vienes a comprar comida conmigo?- pregunté mientras me terminaba de alistar en nuestro nuevo cuarto para ir al mercado más cercano. Francisco se levantó de un sofá que había comprado el día de ayer y lo había puesto en una esquina de la habitación, el mismo día que compramos la casa y llegamos.

-Eso no se pregunta, belleza- tomó mi mano y salimos de la casa. El pueblo era pequeño, no había mucho que hacer en comparación de Rávena o Roma. Francisco habló en el camino -Esta ciudad no es la que pensaba cuando imaginaba vivir contigo pero...- lo interrumpí con un beso en la mejilla.

-Pero tu padre no buscará aquí, eso es lo importante- sonreí.

-Eres tan bella como inteligente...- sonrió.

-... no tanto como tú...- compramos las cosas que necesitaba para hacer la comida y regresamos a nuestra casa. Le hablé en el camino -¿Te das cuenta que vamos a cumplir dos meses de casados?- pregunté -nunca imaginé éste momento...

-¿Por qué no?- preguntó con una ceja alzada.

-Pues siempre pensé que ibas a terminar a lado de Aurora, ibas a estar conforme con ella, mi padre iba a obligárme a casarme con alguien y yo infeliz con el hijo de algún viejo soldado que fuera amigo de mi padre...- lo miré.

-Pues yo, desde el momento que me dijiste que me amabas, me imaginé mi vida a tu lado: nuestra boda, nuestra familia, nuestros hijos grandes, una hija casándose, los otros pidiendo la mano de una mujer buena como su madre, nuestros nietos y nuestra vejez. Yo imaginé mi vida contigo, Savannah- no sabía cómo, pero me derretía el corazón con todas sus palabras, me enamoraba más. Estaba muy sonrojada. No me contuve y me lancé sobre él para darle muchos besos -Savannah, ¡aquí no!- dijo Francisco al ver qué mis acciones tenían otras intenciones. Él también estaba sonrojado pero, a la vez, sonriendo.

-¡Te amo, te amo!- era lo único que repetía. La gente nos miraba mal, sentía sus críticas a nuestras espaldas pero no me importaba, Fran era mí esposo, solo mío, podía besarlo cuando yo quisiera y, si a la gente le molestaba, ni modo, que sé voltear para ver a otro lado.

Las semanas y los meses pasaron lentamente, perdí la noción del tiempo al estar con mi amado. Unos días después de la llegada al pueblo, Francisco puso una carpintería, fue el primer carpintero en el pueblo por lo que supuso mucha demanda y ganamos mucho dinero, podría decirse que, por el trabajo de Francisco, la gente empezó a usar madera para construir sus casas y adornarlas. La gente nos conocía como Luigi y Estella de Silicia, tomamos prestados los nombres de los niños a quien enseñábamos. Nunca supieron de Francisco ni Savannah, no queríamos más problemas. Al pasar los meses, como se esperaba, creció mi vientre, era tan grande que, después de unas semanas de que empezara a crecer, Francisco y yo dejamos de tener relaciones porque nuestro bebé lo impedía.

Diario de una CampesinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora