Rávena

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Llegamos a Rávena, Francisco, yo y los bebés estuvimos con el caballo por todo el pueblo antes de estar frente a frente al Palacio. Todas las personas que nos veían salían con nosotros a apoyarnos, gritaban alegremente. Mi padre y mis hermanos estaban ahí.

-Déjanos pasar- ordenó Francisco a un guardia que se encargaba de abrir y cerrar la puerta.

-No puedo, tengo órdenes de que ella no entre- me señaló.

-Abre la puerta ahora mismo, soy el futuro Rey, no creo que quieras que te decapite en mi primer día al mando- Francisco, quién odiaba usar su puesto para chantajear, tuvo que recurrir a ello para que pueda entrar. El guardia tembló y nos dejó pasar -Deja la puerta abierta, los que quieran pasar, van a pasar- se refería al pueblo. Todos ellos entraron hasta el Palacio. Francisco me ayudó a bajar del carruaje con nuestros bebés en mis brazos, tomó mi cintura y caminamos a su cuarto. Al llegar allá, el Rey, que estaba en la cocina y salió por los murmullos de la muchedumbre, nos gritó.

-¿Por qué trajiste a la prostituta aquí?- gritó enojado, subió las escaleras siguiéndonos.

-Entra a mi cuarto con los niños y no salgas- abrió la puerta de su cuarto, entré y puse seguro. Su cuarto estaba igual que antes pero con modificaciones, todo tenía más luz y brillo, no habían objetos que lastimen, se veía que adecuó su cuarto para los niños.

-¿Qué significa ésto?- gritó el Rey al otro lado de la puerta.

-Ella es mi esposa y la futura Reina, es su derecho vivir aquí- contestó Francisco enojado -mejor arreglemos ésto en la cena, su Magestad- le dijo para entrar a la habitación y volverla a asegurar con llave, en lo poco que abrí de puerta, pude ver a un Rey rubio rojo de coraje y sus ojos azules resaltados -vamos a cenar, ahí estarás tú y los niños, me sentaré alado tuyo y hablaré con mi padre.

-Pero yo no soy buena usando todos los cubiertos, quedaré en ridículo y...- me cayó con un beso.

-Solo preocúpate en estar ahí y cuidar a los niños, yo me encargo de todo lo demás, ¿sí?- me habló tranquilo, él estaba muy normal como para haberle gritado a su padre.

-Bueno...- dejé a los niños en la cama de Francisco, la cual, estaba grande, Más grande de la que teníamos en Roma -Tú cama es enorme- dije riendo -aquí podrían dormir tres personas sin problemas- me asombraba de la magnitud de las cosas en el Palacio Real, si un Príncipe tendría una cama más grande que la promedio para los matrimonios, ¿qué tamaño será la cama del Rey?, ¿cuántas monedas de oro o de plata se gastó para conseguirlo? Sentí cómo una mano bajaba un tirante de mi vestido -¿Fran?- sentí un beso en mi espalda. Mi esposo estaba detrás mío.

-Déjame querte, tiene meses que no nos vemos y solo te he podido tocar dos veces vez- empezó a tocarme y a desvestirme, yo hice lo mismo con él. Después de un rato, los besos dulces se convirtieron apasionados.

-Francisco, ¿ésto no sería inapropiado?- pregunté agitada antes de continuar, estábamos en la casa de sus padres, me sentía apenada.

-¿Por qué lo dices? Estamos casados, podemos hacerlo dónde, cuándo y cómo queramos...

-Sí, pero estamos en casa de tus padres, tus hermanos y Aurora están aquí, nos escucharán...- me besó.

-Si a mí no me importa, a tí no te debe de importar- procedió a seguir con lo nuestro y a fabricar más bebés conmigo en cualquier parte de su habitación que no sea su cama, nuestros hijos estaban ahí. Como imaginaba, hacíamos ruidos. Tocaron a la puerta.

-¡Francisco, déjala!- era Aurora, por el tono en cómo habló, podría decirse que estaba llorando -¡Francisco, no hagas eso con ella, hazlo conmigo!- la mujer estaba desesperada. Por nuestra parte, nunca paramos, ni nos importó quién estaba ahí, quería estar con mi esposo todo el tiempo que podía. Pasó el tiempo, ella se cansó y se fue, nosotros terminamos lo nuestro y acomodamos el cuarto de mi esposo.

Diario de una CampesinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora