Organizando las cosas

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-Ese, por favor- Francisco señaló un colchón, era el más grande del puesto.

-Será una monedas de plata- le dio la moneda. El vendedor ayudó a Francisco a poner el colchón en la carreta que tenía el caballo. Mi amado subió al caballo, donde yo estaba esperándolo.

-Ahora vamos a ir a la iglesia, veremos los requisitos para casarnos- me sonrojé y me puse nerviosa. Francisco también estaba sonrojado. El caballo caminó y se detuvo en una catedral. Bajamos, colocamos al caballo y al colchón en un lugar seguro para evitar robos y entramos tomados de la mano a donde próximamente nos casaríamos. -Buenos días- le dijo Francisco a un Padre que estaba ahí. Éste volteó.

-Buenos días, jóvenes, ¿qué se les ofrece?- era un hombre mayor, no tan viejo como la mujer que era dueña de la posada, pero si era grande de edad. Apenas tenía pelo, su tez era blanca y amarilla a la vez. Vestía de negro y con una cinta blanca en el cuello.

-Nos queremos casar- hablé -¿qué requisitos necesitamos?

-Solo profesar nuestra fe, tener los sacramentos, confesarse y firmar un documento después de la ceremonia. También necesitan conseguir mínimo dos testigos, pueden traer a sus padres. Eso sería todo- en Rávena  él abuelo de Francisco había aceptado el cristianismo, por lo que la fe del padre era la misma que la nuestra, sin embargo, la nuestra no era tan practicada porque el Rey actual hizo que la profesaramos, pero prohibió practicarla, debido a que le impedía robarle a los pobres, es decir, los sacramentos básicos, como bautizo, comunión y confirmación lo teníamos, pero no nos servían de nada debido a lo que mencioné anteriormente. Además, al Rey se le inculcaron algunas ideas diferentes, por lo que tenemos algunas controversias con los cristianos de Roma.

-¿Y si el padre de ella no puede venir por enfermedad y el mío se opone a ésto?- preguntó Francisco.

-Entonces consigan a dos testigos desconocidos- contestó -traeré algo donde pueda escribir sus nombres y la fecha- se fue el Padre.

-Todavía no es el día y ya estoy nerviosa- dije con una sonrisa, esta era más del nerviosismo que tenía que la felicidad. No entendía lo que me pasaba, se supone que el pensar en tu boda te debe dar solamente felicidad, ¿no?

-Tranquila, nos casaremos y viviremos aquí- dijo.

-Oye, si es cierto, ¿por qué ayer compraste la casa y no pediste renta?, ¿no se suponía que después nos iríamos a otro pueblo?

-Cambié de plan, pensé en esto toda la noche que pasamos en la posada, me cambiaré el nombre a Antonio. Todos los soldados y la gente a quién mi Padre convenza buscarán a Francisco, no a Antonio. Le diré a todas las personas que me encuentren que mi nombre es Antonio.

-¿Entonces qué pasará con la boda?, quería casarme con Francisco, no con Antonio...- estaba triste, quería casarme con la persona real, no con la ficticia.

-Y lo harás. Traeremos a las primeras personas que veamos en Roma, le pediremos que vengan y que no digan nada. Los romanos no sabe mucho de mi padre ni de su familia, tranquila. No nos descubrirán- me besó. Llegó el Padre y nos separamos.

-Díganme su nombre seguido del lugar de su procedencia. Después, la fecha y la hora de su boda- no nos dejó escribir porque, se supone que solo la clase alta, los Reyes y sus familias, y los religiosos podrían escribir, y nosotros no lo somos.

-Soy Savannah de Rávena- hablé primero. Francisco pidió que dijera su nombre -Y mi novio es Francisco de Rávena- al escuchar el nombre, el Padre nos miró con ojos abiertos.

-¿Francisco de Rávena?, ¿el Príncipe?- preguntó, me sorprendió que no gritó o hizo escándalo. Fran afirmó con la cabeza -¿No se supone que estás casado desde hace cuatro días con la Princesa Aurora, la primogénita de los Francos?

Diario de una CampesinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora