El Palacio

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-Francisco- habló Aurora -¿Cuándo nos casamos?- preguntó por segunda vez al hombre que estaba alado de ella.

Francisco apenas tenía una semana sin saber nada de su amada. Había salido al patio del Palacio con sus hijos en brazos para que ellos vieran las flores y se distrajeran. Las flores eran rojas, igual que el color de los labios de Savannah cuando se los pintaba con las bayas, eran tan rojas como el vestido que él le había regalado para que se vistieras y asistiera a su cumpleaños. Él estaba hundido en sus pensamientos y preocupaciones. Quería ir con su esposa y olvidarse del mundo, quería una casa donde estuvieran ellos y sus hijos.

-¡Francisco!- gritó Aurora con su voz chillona -respóndeme- Francisco la miró con odio al ser sorprendido.

-No me casaré contigo, nunca- dijo sin despegar la vista de sus hijos.

-Esa mujer no te conviene, no le conviene a Rávena y los demás pueblos- contestó la mujer cruzando los brazos. Francisco se enojó y la miró con odio.

-¡Es mi esposa de quien hablas, ten más respeto! Si quieres casarte, busca a un hombre soltero, no me molestes- se apartó de ella y caminó al Palacio con las pocas fuerzas que tenía. Aurora lo siguió mientras lo insultaba a él, a su esposa y a sus hijos.

-Desearás que sea la madre de tus bastardos mocosos- la mano de Francisco la cayó, él le dio una cachetada tan leve que la mejilla de Aurora ni se movió, pero su gesto y el propósito fueron los que le sacaron lágrimas a Aurora.

-¡No hables así de ella y de mis hijos!- habló secó -tu y yo nunca estaremos juntos. Puedes vivir en el Palacio porque mi Padre así lo quiere, puedes llamarte mi prometida si así lo deseas, pero yo estoy casado, amo a mi esposa y a mis los hijos que tengo con ella, ¡eso nunca cambiará!- Francisco se metió al Palacio y fue a su cuarto. Les dio leche de vaca a sus hijos para que se durmieran tranquilos.

Mientras tanto, Aurora lloraba, "¿qué tiene ella que yo no?", se preguntaba, "¿cuál era la razón por la que Francisco se fijó en una sucia campesina y no en una mujer tan refinada como ella?, ¿será que Francisco se sienta superior a ella y por eso la quiere junto a él?" Esas y más preguntas se hacía. No encontraba explicación a algo tan sencillo, Francisco se había enamorado de Savannah por su forma sencilla y amable de ser, servicial y justa con los demás, trabajadora y honrada. Aurora y Savannah era diferentes en todos los aspectos: una era envidiosa y quejosa, la otra era amable y soñadora; una era orgullosa, la otra servicial; una corrupta y la otra justa y generosa, apariencias y personalidad, negro y blanco, infierno y cielo, rencor y paz.

Aurora fue a la puerta del cuarto de Francisco recordando las palabras del Rey "Para que te cases con Francisco, tienes que hacerle creer que aceptas a sus hijos, así, él te aceptará".

-Francisco, perdón- dijo lo más sincera posible mientras tocaba la puerta del cuarto del Príncipe -no quería hablar así de tus hijos, ellos no tiene la culpa de nada- pegó su cabeza a la puerta para escuchar que tan lejos estaba Francisco de ella -Es que... Ponte en mi lugar. Lo que una mujer más desea es casarse con el hombre de sus sueños, me dijeron que tú eras ese sueño mío que no podía imaginar. Me gustas demasiado que, el día de nuestra boda, cuando no te presentaste, lloré como nunca. Además de la vergüenza que pasé, me sentí traicionada por ti- suspiró -cuando me enteré que te fuiste con otra mujer, te busqué, pensaba que podía arreglar las cosas, pero no fue así. Descubrí el escondite de sus hermanos y se lo dije al Rey para que él me siguiera aceptando, él los tomó y los iba a matar. Sabía que llegarías por ellos porque tienes un gran corazón, uno que ninguna mujer, ni siquiera la tal Savannah o yo nos merecemos- Aurora limpiaba sus lágrimas, unas eran sinceras y otras falsas -cuando me enteré que aquella mujer estaba embarazada, me enojé, yo quería dar hijos dignos de ti, hijos que engrandezcan tu nombre, el de tu padre, de tu Reino y el mío; cuando nacieron, morí de envidia y de coraje, los quería matar porque no eran dignos de tí, tienen sangre de campesinos, de ratas asquerosas y moribundas que comen excremento. Acepté a tus hijos porque no tienen la culpa de tener sangre sucia como la de su madre, sangre de prostituta rastrera que finge cazar animales para vivir. Yo puedo criarlos y darles la buena educación que necesitan para gobernar y...- Francisco abrió un poco la puerta, lo hizo solo para que su voz saliera y Aurora lo pudiera escuchar.

Diario de una CampesinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora