Bendición

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Pasaron unas horas, caminamos al dormitorio de sus padres mientras nos tomamos de la mano, Francisco tocó la puerta. Su madre le abrió- ¿Qué se te ofrece, hijo?- contestó amablemente como si nada hubiera pasado. Vio que estaba con él e hizo un pequeño gesto de disgusto, sin embargo, lo disimuló tanto que hasta dudo que lo haya hecho con intención -mejor dicho, ¿qué se les ofrece?

-Hablar con ambos en privado- Fran contestó serio.

-Francisco, es mejor que hablamos en otro momento, tu padre tubo un problema en el corazón, todavía está delicado- habló su Madre con tranquilidad fingida.

-Y él hizo que mi esposa, la Princesa Savannah, estuviera inconciente por algunos días. No creo que esté tan grave- Francisco entró a la habitación pese al consejo de su madre, como me tenía agarrada de la mano, entré con él. La Reina veía que Francisco era quien quería tener la plática, yo no, por lo que nunca me volteó a ver, solo si era necesario.

El Rey estaba acostado en su cama, su cuarto estaba lleno de lujos, pensaba que el Palacio y la habitación de Francisco eran brillantes por el oro que tenían, pero se quedan cortas a comparación de su habitación. -¿Qué hace ella aquí!- preguntó enojado el Rey.

-Ella es mi esposa, padre, ella está a dónde yo vaya- contestó con la misma agresividad que el Rey -quiero pedir tu bendición- el Rey se rió.

-¿Todavía quieres mi bendición?- siguió riéndose fuertemente -hijo, creo que ella te hizo algo porque, al parecer, no comprendes cómo son las cosas- se sentó. Su gordo y obeso trasero le incomodaba para estar acostado. Me molestaba ver cómo le hablaba a Fran, aunque le decía hijo, lo decía sarcásticamente -por ley y por respeto a nuestros antepasados, tú eres el siguiente Rey porque Aldric no embaraza a su mujer. Pero, aunque te hayas adelantado a tu hermano y hayas tenido hasta mellizos, que no sabemos si son tuyos- me molesté, no se le quitaba en mente la idea de que era prostituta y me lo decía a la cara cada vez que podía -no te daré mi bendición porque no te casaste con la mujer que estaba en ésta casa, y que tu prostituta personal, corrió- me enojé aún más. Me trata a como prostituta y, a mis hijos, como campesinos bastardos -además, haré todo lo necesario, basándome en la ley, para que tú no tengas ese puesto de Rey, a menos que vayas donde Aurora, te cases y tengas hijos con ella, y que abandones a esa prostituta con sus ratas de tres meses- hablaba muy tranquilo, tanto que daba terror. Insultaba a más no poder a mis hijos y a mí. Francisco lo cayó con un puñetazo en la cara.

-¡No le vuelvas a decir prostituta a mi esposa!- le dio otro golpe -¡ni ratas a mis hijos!- fui donde él y lo tranquilicé, tenía ganas de que Francisco le rompiera la nariz al Rey pero, si lo hacía, nuestros hijos pagarían por los platos rotos.

-Mi amor, déjalo, no tiene caso...- trataba de separarlo de su padre.

-Así es, vete con tu ramera antes de que me arrepiente de dejarla con vida por complacer a tu hermana- me empujó junto a Francisco. Me puse en frente de mi esposo y lo saqué de cuarto de su padre a empujones.

-¡Yo seré Rey, ya no porque quiera, sino para demostrarle, señor, que ella y yo seremos los mejores reyes que Rávena ha tenido!- gritó -lo espero en la Corte Real cuando quiera, y con un juez justo que no le de la razón a usted solo porque es Rey, sino por las pruebas- cerró la puerta de golpe. Me miró -Amor, ve por los niños, nos vamos de aquí- me dijo enojado mientras se alejaba de mí.

-¿Y tú a dónde vas?- le pregunté preocupada al ver qué él se marchaba.

-Hablaré con Brad, Margaret me dijo que lo vió hablando contigo, y conociéndolo, me imagino de qué temas habló- se fue enojado -te veo en diez minutos en el corral con mi caballo, toma todo lo que quieras de mi cuarto, sea o no de valor- bajó las escaleras con rapidez.

Diario de una CampesinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora