Capítulo 38

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Jennie




Palmeé nuevamente mis mejillas e hice bizcos frente al espejo. Al darme cuenta de lo ridícula que me veía, solté una carcajada. Cubrí mi rostro con ambas manos y eché un fuerte suspiro.

Me alejé del espejo y observé por completo mi cuerpo de pies a cabeza.

Jamás fui una persona que tuviese baja autoestima o menospreciara mi físico, sí, como la mayoría de las personas, cada vez que solía escuchar comentarios negativos hacia mí, no podía evitar preguntarme si estos eran ciertos. Yo tenía en claro que no poseía las mejores curvas, a decir verdad, mi cuerpo no se trataba de un noventa, sesenta y noventa, tal vez todo era un sesenta porque todos sabían que mi complexión se resumía a un peso muy bajo. Lo único que me ayudaba era mi rostro.

Dios, qué triste.

Recordé cuando Lisa me dijo hace unos días atrás que solía tener una pésima combinación de colores. Tejanos azules de mezclilla, tenis blancos y blusa de colores sólidos, ¿qué había de malo en ello?

Hoy, a diferencia de otros días, portaba un vestido casual de color azul marino, era corto y de tirantes, se abombaba sin exageración en la parte de abajo y arriba era un corte en v que le daba un toque elegante.

Mamá insistió mucho en que me lo pusiese. Recuerdo que lo había comprado hace un año para que fuéramos a la boda de su amiga.

Desde aquella vez, el vestido no volvió a ceñirse en mí. Tenía suerte, aún me quedaba.

— ¡Jendeuk, ya ha llegado!

El grito de mi madre desde la planta baja explotó mi pequeña batalla frente al espejo. Fruncí mi ceño y me di la vuelta para ir por mis cosas.

Celular y cartera.

Lisa platicaba con mi madre al pie de las escaleras, ella vestía un pantalón negro junto a una camisa de botones desfajada casi del mismo color que mi vestido y su característica chamarra negra.

Ambas dirigieron su vista hacia mí y esbocé una sonrisa de oreja a oreja. Al principio creí que la chica diría algún comentario por el cual yo rodase los ojos, sin embargo, ella curvó sus labios al mismo tiempo que ladeó su cabeza, haciéndola lucir como una niña pequeña.

Yo quise morir de ternura.

— ¿Ocurre algo? —le pregunté.

Ella negó.

— Con todo el respeto a tu madre aquí presente, no sé si eres tú o soy yo, pero cada vez que te miro, me enamoro más de ti —confesó—. Te ves perfecta.

Ahí estaba de nuevo ese ardor en mi rostro y la revolución en mi estómago ante sus palabras.

No pude sostenerle la mirada, por lo que me vi con la necesidad de bajarla hasta mis pies. Desde que la tenía a mi lado solo se había encargado de darme tantos cumplidos casi como si fuese algún reto.

Ella subió las escaleras que me faltaban por bajar y acercó su boca a mi oído, el roce de su piel contra la mía solo aumentó el estado en el que me encontraba.

— Vamos, sabes que me gusta ver ese efecto en ti —musitó.

Alcé mi vista, encontrando sus ojos verdes y reprimir una sonrisa.

— Te gusta solo porque eres tú quien lo crea.

— Y se siente fantástico.

Guardé silencio y ella me cogió de la mano, invitándome a que la siguiera. Mi madre nos miraba con dulzura.

Caminos diferentes [Jenlisa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora