CAPITULO 8

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—Levántate hombre —dijo Blaise, cogiéndolo del cuello de la camisa—. Esto empieza a ser embarazoso. —Se giró hacia Ron—. Voy a tener que sacarlo fuera. No podemos dejarlo aquí. Es posible que empiece a gruñir como una vaca enferma...

—Creía que ya había empezado —dijo Ron.

Blaise notó que levantaba un poco la comisura de los labios y sonreía. Puede que Ronald Nott Weasley fuera un chico casadero y, por lo tanto, un desastre a la vista para un hombre como él, pero realmente era muy divertido.

En realidad, pensó, era la clase de persona que escogería como amigo si fuera un hombre.

Pero, como resultaba tremendamente obvio, tanto a los ojos como al cuerpo, que no era un hombre, Blaise decidió que era mejor para los dos terminar con ese juego lo antes posible. Si los descubrían, la reputación de Ron quedaría dañada de por vida pero, además, Blaise no estaba seguro de poder controlarse y evitar acariciarlo mucho más tiempo.

Aquello era una sensación muy extraña. Especialmente para un hombre que valoraba tanto su capacidad de controlarse. El control lo era todo. Sin él, nunca le habría podido hacer frente a su padre ni habría conseguido una mención de honor en la universidad. Sin él, todavía...

Sin él, pensó divertido, todavía hablaría como un idiota.

—Lo sacaré de aquí —dijo, de repente—. Usted vuelva al baile.

Ron frunció el ceño y miró por encima del hombro hacia el pasillo que llevaba al salón.

— ¿Está seguro? Creía que quería que fuera a la biblioteca.

—Eso era cuando íbamos a dejarlo aquí mientras iba a buscar el carruaje. Pero ahora no podemos hacerlo así porque está despierto.

Ron asintió, y preguntó:

— ¿Está seguro que podrá? Seamus ante grande.

—Yo más.

Ron ladeó la cabeza. El duque, aunque delgado, tenía una complexión fuerte, era ancho de espaldas y tenía unas piernas muy musculosas. Sabía que se suponía que no debía fijarse en esas cosas pero ¿qué culpa tenía él de que los dictados de la moda hubieran impuesto unos pantalones tan ceñidos? Tenía cierto aire predatorio, con la mandíbula alta, algo que presagiaba una fuerza y un poder muy bien controlados, después de todo era un Alfa.

Ron llegó a la conclusión de que podría levantar a Seamus perfectamente.

—Muy bien —dijo, asintiendo—. Y muchas gracias. Es usted muy amable por ayudarme.

—No suelo ser muy amable —dijo él entre dientes.

— ¿De veras? —Preguntó el, permitiéndose esbozar una sonrisa—. Es extraño.

No se me hubiera ocurrido ninguna otra palabra para definir su comportamiento. Pero, claro, he aprendido que los hombres...

—Parece ser toda un experto en hombres —dijo él, en un tono algo mordaz, y luego gruñó mientras ponía a Seamus de pie.

Seamus se inclinó hacia Ron, pronunciando su nombre prácticamente entre sollozos. Blaise tuvo que agarrarlo con fuerza para que no la embistiera.

Ron retrocedió un poco.

—Sí, bueno, tengo cuatro hermanos. No creo que haya mejor educación que esa.

Se quedó sin saber si el duque quería responderle porque Seamus eligió ese instante para recuperar la fuerzas, que no el equilibrio, se soltó de los brazos de Blaise y se abalanzó sobre Ron con sonidos incoherentes.

LE COEUR DU DUC (EL CORAZÓN DEL DUQUE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora