CAPÍTULO 35

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Nada.

Levantó el puño para volver a llamar cuando pensó que a lo mejor no habría cerrado la puerta con llave. ¿No parecería un estúpido si…? Giró el pomo la había cerrado con llave. Blaise empezó a maldecir en silencio era gracioso, pero cuando maldecía nunca tartamudeaba.

—¡Ron! ¡Ron! —Su voz estaba en un punto medio entre la llamada y el grito—. ¡Ronald!
Al final, escuchó pasos en la habitación.

—¿Si?

—Déjame entrar.

Un silencio, y luego:

—No.

Blaise se quedó mirando la puerta de madera con la boca abierta. Nunca se le había ocurrido que Ron podría desobedecer una orden directa, era su esposo, maldita sea. ¿No había prometido obediencia?

—Ronald —dijo, furioso—, abre la puerta ahora mismo, debía estar muy cerca de la puerta porque Blaise lo escuchó suspirar antes de decir:

—Blaise, la única razón para dejarte entrar sería si quisiera compartir mi cama contigo, y no quiero; así que te agradecería, bueno todos en esta casa te agradecerían, que te fueras a tu habitación y te acostaras.

Blaise se quedó boquiabierto empezó a calcular mentalmente cuánto pesaría la puerta y el impulso que tendría que tomar para echarla abajo.

—Ronald—dijo, tan pausado que se asustó incluso a él mismo—, si no abres la puerta ahora mismo la tiraré abajo.

—No lo harás.

No dijo nada, sólo se cruzó de brazos y miró la puerta fijamente, convencido de que él sabría exactamente la cara que tenía en esos momentos.

—No lo harás, ¿verdad?

Él decidió que el silencio era la respuesta más eficaz.

—Me gustaría que no lo hicieras —añadió Ron, casi en un ruego.

Blaise miró la puerta, incrédulo.

—Te harás daño —añadió Ron.

—Entonces abre la maldita puerta —gritó Blaise.

Se quedaron en silencio hasta que se oyó el ruido de la llave, Blaise era lo suficientemente reflexivo para no abrir la puerta de golpe, porque sabía que Ron debía estar muy cerca. Entró despacio y la encontró a unos dos metros de él, con los brazos cruzados y las piernas separadas, como los militares.

—Nunca jamás vuelvas a cerrarme una puerta —dijo Blaise, amenazador.

Ron se encogió de hombros. ¡Se encogió de hombros!

—Quería privacidad.

Blaise avanzó un poco.

—Quiero que trasladen tus cosas a nuestro dormitorio por la mañana. Y tú vendrás esta misma noche.

—No.

—¿Que diablos quieres decir con eso?

—¿Qué diablos crees que quiero decir con eso? —respondió Ron.

Blaise no sabía si estaba más enfadado porque lo estaba desafiando o porque estaba maldiciendo en voz alta.

—No —dijo Ron más tranquilo—, quiere decir no.

—¡Eres mi omiga! —gritó él—. Dormirás conmigo. En mi cama.

—No.

—Ronald, te lo advierto…

Ron entrecerró los ojos.

—Tú has decidido negarme algo. Bueno, pues yo también he decidido negarte algo: a mí.

Blaise se quedó mudo. Totalmente mudo sin embargo, Ron continuó caminó hasta la puerta y, con un gesto bastante brusco, le indicó que saliera.

—Sal de mi dormitorio.

Blaise empezó a temblar de rabia.

—Este dormitorio es mío —dijo—. Tú eres mío.

—Aquí no hay nada tuyo excepto el título de tu padre —respondió ella—. Ni siquiera tú mismo.

A Blaise,  de la ira, le empezaron a silbar los oídos. Retrocedió un paso, temeroso de que, si no lo hacía, era capaz de hacerle daño a Ron.

—¿Qué demonios quieres d-decir?

Ron volvió a encogerse de hombros, maldita sea.

—Descúbrelo tú mismo —dijo.

Todas las buenas intenciones de Blaise cayeron en saco roto porque caminó hacia él y lo cogió por los brazos con mucha fuerza. Sabía que le estaba haciendo daño, pero no podía hacer nada contra la rabia que le corría por las venas.

—Explícate —dijo, entre dientes porque no podía ni mover la mandíbula—. Ahora. Uso un poco de su voz de alfa.

Los ojos de Ron encontraron los de él con una mirada tan explícita que Blaise estuvo a punto de derretirse.

—No eres tú mismo —dijo Ron, sencillamente—. Tú padre sigue dirigiéndote desde la tumba.

se estremeció, pero no dijo nada.

—Tus acciones, tus decisiones… —continuó Ron, con ojos llenos de tristeza.

—No tienen nada que ver contigo, con lo que quieres o lo que necesitas.

Blaise, todo lo que haces, cada palabra que dices sólo es para vengarte de él. —Al final, terminó la frase con la voz totalmente rota—. Y ni siquiera está vivo.

Blaise se acercó a él con una mirada extraña y rapaz.

—No todo lo que hago —dijo, casi susurrando—. No cada palabra que digo.

Ron se puso un poco nervioso por aquella expresión en sus ojos.

—¿Blaise? —preguntó, dubitativo.

De repente, el valor que la había empujado a enfrentarse a él, un alfa que era dos veces más grande y tres veces más fuerte, desapareció.

El dedo índice de Blaise descendió por el brazo de su omega, Ron llevaba una bata de seda, pero igualmente sentía el ardor de su piel. Él se acercó más y le cubrió la nalga con una mano.

—Cuando te toco así —susurró, su voz peligrosamente cerca del oído de Ron. —, no tiene nada que ver con él.

Ron se estremeció, odiándose por quererlo, odiándolo por hacer que lo quisiera.

—Cuando mis labios te acarician la oreja —dijo, mordiéndole el lóbulo—, no tiene nada que ver con él.

Ron intentó zafarse de Blaise, pero cuando le colocó las manos en los hombros ara separarse, sólo pudo agarrarse a él con más fuerza. Él empezó a empujarlo, lenta e inexorablemente, hacia la cama.

—Y cuando te llevo a la cama —añadió, con la voz ardiendo contra el cuello de Ron—, y estamos piel con piel, sólo estamos los dos…

—¡No! —gritó Ron, separándose de él con todas sus fuerzas.

Blaise retrocedió, sorprendido.

—Cuando me llevas a la cama —dijo Ron—, nunca estamos sólo los dos. Tu padre siempre está presente.

Blaise, que había metido las manos por debajo de las grandes mangas de la bata, le clavó los dedos contra la carne. No dijo nada, pero tampoco era necesario el frío odio que se reflejaba en sus ojos lo decía todo.

—¿Puedes mirarme a la cara —susurró Ron—, y decirme que cuando te apartas de mí para derramarte encima de las sábanas estás pensando en mí?

Blaise tenía todos los músculos de la cara tensos y la estaba mirando fijamente a la boca. Ron agitó la cabeza y se soltó de sus manos, que se habían aflojado.

—Me lo suponía —dijo, en voz baja.

Se alejó de él y de la cama estaba seguro de que, si lo decidía, Blaise podría seducirlo. Lo besaría y lo acariciaría hasta llevarlo al éxtasis, y entonces, por la mañana, Ron lo odiaría.

Y se odiaría a sí mismo todavía más.
La habitación estaba en silencio mientras cada uno de ellos estaba a un lado. Blaise estaba de pie con los brazos a los lados, con una expresión entre sorpresa, dolor y rabia, pero sobre todo, pensó Ron, sintiendo una punzada en el corazón, ya que cuando lo miró a los ojos, parecía confundido.

—Creo —dijo Ron, suavemente—, que sería mejor que te marcharas.

Él levantó la mirada.

—Eres mi omega

Él no dijo nada.

—Legalmente, eres mío.

Ron lo miró y dijo:

—Es cierto.

Blaise redujo el espacio que los separaba a nada en un segundo y apoyó las manos en sus hombros.

—Puedo hacer que me quieras —le susurró.

—Lo sé.

Habló todavía más bajo, con un toque de urgencia.

—Y, aunque no pudiera, eres mío. Me perteneces, podría obligarte a dejarme quedar “La voz”.

Ron se sintió como un Omega de cien años cuando dijo:

—Nunca harías algo así.

Y Blaise sabía que tenía razón, así que se alejó de Ron y salió de la habitación.

LE COEUR DU DUC (EL CORAZÓN DEL DUQUE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora