CAPITULO 41

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—No, es cierto, pero ahora que está aquí no quiero que lo mates.

—Bueno, pues no te preocupes —dijo, mordiéndose el labio—. No está aquí.
Blaise contuvo la respiración.

— ¿Qué quieres decir?

Ron apartó la mirada de su cara.

—No estoy embarazado.

— ¿No estás…? —No pudo terminar la frase. Sintió una cosa muy extraña. No creía que fuera decepción, pero no estaba demasiado seguro—. ¿Me mentiste?  Susurró.

Ron agitaba la cabeza negando con fuerza, mientras se sentaba frente a él.

— ¡No! —gritó—. No, no te mentí. Lo juro. Creí que me había quedado embarazado. De verdad que lo creí. Pero… —empezó a sollozar y cerró los ojos

Mientras las lágrimas empezaban a resbalarle por las mejillas. Se apretó las piernas contra el pecho y hundió la cabeza entre las rodillas.

Blaise nunca la había visto así, tan dolido. La miró y se sintió terriblemente impotente. Sólo quería que se sintiera mejor y no ayudaba mucho saber que la causa de ese dolor era él.

—Pero ¿qué, Roni? —preguntó.
Cuando, al final, lo miró, tenía unos ojos inmensos y llenos de dolor.

—No lo sé. Quizá quería un hijo con tantas fuerzas que, inconscientemente, mi cuerpo no siguió con sus ciclos. El mes pasado estaba tan feliz. —Suspiró tembloroso, a punto de volver a sollozar—. Esperé y esperé, incluso lo tenía todo preparado por si era una falsa alarma, pero no pasó nada.

— ¿Nada? —Blaise nunca había oído algo así.

—Nada. —Ron esbozó una sonrisa tembloroso—. Nunca en mi vida me había alegrado tanto por nada.

— ¿Tenías náuseas?

Ron negó con la cabeza.

—No me notaba distinto. La única diferencia es que no sangraba los omegas hombres también sangramos al igual que una dama Pero, hace dos días…

Blaise  le cogió una mano.

—Lo siento, Ronald.

—No, no lo sientes —dijo él, con amargura, mientras retiraba la mano violentamente—. No hagas ver algo que lo sientes. Y, por el amor de Dios, no vuelvas a mentirme. Nunca quisiste este hijo—soltó una risotada—. ¿Este hijo? Dios mío, hablo como si de verdad hubiera existido. Como si fuera algo más que un producto de mi imaginación. —Bajó la mirada y, cuando volvió a levantarla, estaba muy triste—. Y de mis sueños.
Blaise movió varias veces los labios antes de comenzar a hablar.

—No me gusta verte tan triste.
Ronald lo miró con una mezcla de incredulidad y dolor.

—No sé qué otra cosa te esperabas.

—Yo-yo-yo… —Tragó saliva, intentó tranquilizarse y, al final, dijo lo único que sentía en lo más profundo de su corazón—. Quiero recuperarte.

Ron no dijo nada. Blaise rogó en silencio que dijera algo, pero ella no lo hizo. Y Blaise maldijo su silencio porque significaba que tendría que seguir hablando.

—Cuando nos peleamos —dijo, lentamente— perdí el control. N-no podía hablar.

Cerró los ojos, angustiado, porque sentía que se le volvía a cerrar la garganta. Al final, después de un largo suspiro, continuó—. Me odio a mí mismo cuando me pasa.

Ron ladeó la cabeza mientras fruncía el ceño.

—¿Es por eso que te fuiste?

Blaise asintió.

-—¿No fue por… por lo que hice?

Lo miró a los ojos.

—No me gustó lo que hiciste.

—Pero ¿no te fuiste por eso? —insistió Ron.

Hubo un largo silencio y entonces él dijo:

—No me fui por eso.

Ron se apretó las rodillas contra el pecho, considerando esas palabras. Todo este tiempo, había pensado que la había abandonado porque lo odiaba, odiaba lo que había hecho, pero la verdad era que se odiaba a sí mismo.

Suavemente, dijo:

—Sabes que no te infravaloro cuando tartamudeas.

—Yo sí que lo hago.

Ron asintió lentamente. Claro que lo hacía. Era orgulloso y testarudo, y todo el mundo lo admiraba. Los alfas querían parecerse a él y las omegas flirteaban a su alrededor. Y mientras tanto, él estaba horrorizado cada vez que tenía que hablar.

Bueno, no siempre, pensó. Cuando estaban juntos, hablaba sin problemas y respondía tan deprisa que era imposible que se concentrara en cada palabra. Puso una mano encima de la de Blaise.

—No eres el niño que tu padre pensaba que eras.

—Ya lo sé —dijo Blaise, pero no la miró.

—Blaise, mírame —le ordenó Ron. Cuando lo hizo, Ron repitió-. No eres el niño que tu padre pensaba que eras.

—Ya lo sé —repitió él, extrañado y un poco enfadado.

—¿Estás seguro? —le preguntó Ron pausadamente.

—Maldita sea, Ronald, ya lo sé… —Se calló y empezó a temblar. Por un momento, Ron pensó que iba a llorar. Pero las lágrimas que se le acumulaban en los ojos nunca llegaron a caer y, cuando la miró, sólo pudo decir—. Lo odio, Ronald. Lo o-o-o…

Ron le tomó la cara entre las manos y lo obligó a mirarlo.

—Está bien —dijo—. Parece que fue un hombre horroroso. Pero tienes que olvidarlo.

—No puedo.

—Sí puedes. Está bien sentir odio, pero no puedes permitir que sea lo que rija tu vida. Incluso ahora estás dejando que él dicte tus acciones.
Blaise apartó la cara.

Ron lo soltó pero apoyó las manos en sus rodillas. Necesitaba estar en contacto con él. Era extraño, pero sentía que si lo dejaba ahora, lo perdería para siempre.

—¿Te has parado alguna vez a pensar si querías una familia? ¿Si querías tener hijos? Serías un padre maravilloso, Blaise y, aún así, nunca te has permitido ni planteártelo. Crees que así te estás vengando de él, pero lo que en realidad estás haciendo es dejar que te siga controlando desde la tumba.

—Si le doy un nieto, gana él —susurró Blaise.

—No. Si tú tienes un hijo, ganas tú —dijo Ron—. Ganamos todos.

Blaise no dijo nada, pero Ron vio que estaba temblando.

—Si no quieres hijos porque no los quieres, es una cosa. Pero si te estás negando el placer de la paternidad por un hombre muerto, es que eres un cobarde.

Ron hizo una mueca cuando dijo la última palabra, pero tenía que decirlo.

—En algún momento, tendrás que dejarlo atrás y seguir con tu vida. Tienes que dejar atrás el odio y…
Blaise agitó la cabeza, con la mirada perdida.

—No me pidas eso. Es todo lo que tengo. ¿No lo ves? ¡Es todo lo que tengo!

—No te entiendo.

Habló un poco más alto.

—¿Por qué crees que aprendí a hablar correctamente? ¿Qué crees que me motivó? Fue el odio. Sólo fue odio, para que aprendiera que se había equivocado.

—Blaise…

Blaise se rió, burlón.

—¿No es gracioso? Lo odio. Lo odio con todas mis fuerzas y, a pesar de todo, es la única razón que me ha hecho seguir adelante.

Ron negó con la cabeza.

—Eso no es cierto —dijo—. Habrías seguido delante de cualquier modo. Eres tozudo y brillante, y te conozco.

Aprendiste a hablar por ti, no por él.

—Cuando vio que Blaise no decía nada, añadió—: Si te hubiera demostrado su amor, todo hubiera sido más fácil.

Blaise empezó a agitar la cabeza, pero Ron lo interrumpió alzando la mano y cogiéndole la cara.

—A mí, de pequeño, sólo me demostraron amor y devoción. Confía en mí, así todo es más fácil.

Blaise se quedó inmóvil un buen rato, respirando profundamente mientras se tranquilizaba. Al final, cuando Ron empezaba a temerse que lo estaba perdiendo, levantó la cabeza y la miró.

—Quiero ser feliz —dijo.

—Y lo serás —le prometió Ron, abrazándolo—. Lo serás.

LE COEUR DU DUC (EL CORAZÓN DEL DUQUE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora