CAPITULO 23

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Media hora más tarde, ya se había secado los ojos y tenía la cabeza más clara.

Se había dado cuenta de que necesitaba llorar.

Había ido guardando demasiadas cosas en su interior, sentimientos, confusión, dolor y rabia. Tenía que sacarlo. Pero ya no había tiempo para las emociones. Tenía que mantener la cabeza fría y fija en el objetivo.
Charlie había ido al despacho a sonsacarles a Bill y a Theo lo que pudiera.


Había coincidido con Ron en que seguramente Bill y le pediría a Theo que actuara de testigo. Su trabajo era conseguir que le dijeran dónde iba a celebrarse el duelo. Ron no tenía ninguna duda que Charlie lo conseguiría.

Siempre ha conseguido capaz de sonsacarle cualquier cosa a quien había querido. Ron se puso el traje de montar más viejo y cómodo que tenía. No tenía ni idea de cómo iba a salir la mañana, pero lo último que quería era tropezar con lazos y encajes.

Alguien llamó a la puerta y, antes de que pudiera abrir Charlie entró. Él también se había quitado el traje de fiesta.

—¿Te lo han dicho? —preguntó Ron, impaciente.

Charlie asintió.

—No tenemos mucho tiempo. Supongo que querrás llegar antes que nadie, ¿no?

—Si Blaise llega antes que Ellos, a lo mejor puedo convencerlo de que se case conmigo antes de que nadie desenfunde las armas.

Charlie suspiró.

—Roni—dijo—. ¿Te has planteado la posibilidad de que, a lo mejor, no lo consigues?

Ron tragó saliva.

—Intento no pensar en eso.

—Pero…

Ron lo interrumpió.

—Si lo pienso —dijo, preocupado—, me desconcentro; pierdo los nervios y no puedo hacer eso. Por Blaise, no puedo hacerlo.

—Espero que sepa lo que vales —dijo Charlie—. Porque si no lo sabe, yo mismo le dispararé.

—Será mejor que nos vayamos —dijo él.

Charlie asintió y se fueron.
Ron fue por Broad Walk hasta el rincón más remoto y lejano de Regent’s Park. Bill le había propuesto arreglar sus asuntos lejos de Mayfair, y a él le había parecido bien. El sol aún no había salido, claro, y era muy poco probable que se encontraran a nadie por la calle pero, aún así, no había ninguna razón para batirse en duelo en Hyde Park.

No es que a Blaise le preocupara que los duelos fueran ilegales. Después de todo, no estaría allí para pagar las consecuencias. Sin embargo, no era una manera agradable de morir.

Pero tampoco veía demasiadas alternativas. Había profanado el cuerpo de un omega con la que no podía casarse, y ahora debía pagar por ello. Blaise sabía lo que podía pasar antes de besar a Ron.

Mientras se dirigía hacia el lugar indicado, vio que  Theo y Bill ya habían desmontado y lo estaban esperando. El aire les agitaba el pelo y lo miraban con una expresión adusta.

Casi tan adusta como el corazón de Blaise. Detuvo el caballo a pocos metros de los hermanos Nott y desmontó.

–¿Dónde está tu testigo? —preguntó Theo.

—No me preocupé de traer uno —dijo Blaise.

—¡Pero tienes que tener un testigo! Sin testigo, un duelo no es un duelo.
Blaise se encogió de hombros.

—No me pareció necesario. Habéis traído las pistolas. Confío en vosotros.

Bill se acercó a él.

—No quiero hacer esto —dijo.

—No tienes otra opción.

—Pero tú sí —dijo Theo, impaciente—. Podrías casarte con él. A lo mejor no lo quieres, pero sé que la aprecias mucho.

¿Por qué no lo haces?

Blaise se planteó explicárselo todo; las razones por las que había jurado que nunca se casaría ni tendría hijos. Pero no lo entendería. Los Nott Weasley no, porque para ellos la familia sólo era algo bueno y verdadero. No conocían las palabras crueles y los sueños rotos. No conocían el horroroso sentimiento del rechazo.

Entonces se le ocurrió decir algo cruel que hiciera enfurecer a Theo y Bill
Para acabar con todo aquello lo antes posible, sin embargo, eso implicaría despreciar a Ron, y eso sí que no podía hacerlo.

De modo que, al final, miró a Theodore Nott, el hombre que había sido su mejor amigo desde los primeros años en Hogwarts, y le dijo:

—Sólo quiero que sepas que no es por Ron. Tu hermano es un omega más maravilloso que jamás he conocido.
Y después, con un breve asentimiento hacia  Bill y Theo, cogió una de las pistolas de la caja que Theo había dejado en el suelo y empezó a caminar hacia el otro lado.

—¡Eeeeeespeeeeeeraaaaaad!
Blaise se giró. ¡Dios santo, era Ron!
Estaba abalanzada sobre la yegua y se acercaba al trote hasta donde estaban ellos. Por un breve momento, Blaise se olvidó de la rabia que sentía porque había interrumpido el duelo y se quedo maravillado por lo espléndido que estaba en la silla de montar.

Sin embargo, cuando detuvo el caballo delante de él y desmontó, se puso muy furioso.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —le preguntó.

—¡Salvándote la vida! —Lo miró con los ojos encendidos de rabia y Blaise se dio cuenta de que nunca le había visto tan enfadado. Casi tan enfadado como él.

—Ronald, eres un inconsciente. ¿No te das cuenta de lo peligroso que ha sido aparecer así? —Sin darse cuenta de lo que hacía, lo cogió por los hombros y empezó a Temblar—. Uno de los dos podría haberte disparado.

—Oh, por favor —dijo él, quitándole importancia—. Si ni siquiera habíais llegado a vuestras posiciones.

Tenía razón, pero Blaise estaba demasiado furioso para dársela.

—Y venir aquí a estas horas —gritó—. Deberías ser más prudente.

—Soy prudente —respondió Ron—. Charlie me ha acompañado.

–¿Charlie? — Blaise empezó a buscar en todas las direcciones al mayor de los Nott Weasley.

—¡Voy a matarlo!

—¿Antes o después de que Bill te atraviese el pecho con una bala?
—Antes, te juro que antes —dijo Blaise—. ¿Dónde está? ¡Nott!
Tres cabezas se giraron hacia él.

Blaise empezó a caminar hacia ellos, con odio en los ojos.

—El idiota.

—Creo —dijo Bill, levantando la barbilla hacia Charlie—, que se refiere a ti.

Charlie lo miró, desafiante.

— ¿Y qué se suponía que tenía que hacer? ¿Dejarlo en casa ahogándose en lágrimas?

— ¡Sí! —dijeron los tres hombres a la vez.

— ¡Blaise! —gritó Ron, corriendo detrás de él—. ¡Vuelve aquí!

Blaise miró a Theo.

—Llévatelo de aquí.
Theo parecía indeciso.

—Hazlo —le ordenó Bill.

Theo no se movió, sólo miraba de un lado a otro; a sus hermanos, a su hermanito y al hombre que la había deshonrado.

—Por el amor de Dios —dijo Bill

—Ron se merece defenderse —dijo Theo, y se cruzó de brazos.

— ¿Qué diablos os pasa a vosotros dos? —gritó Bill, refiriéndose a sus dos hermanos menores.

—Blaise —dijo Ron, casi ahogado después de la carrera por el campo —Tienes que escucharme.

Blaise intentó ignorar los tirones que le daba en la manga.

—Ron, déjalo. No puedes hacer nada.
Ron miró suplicante a sus hermanos. Charlie estaba con él, pero no podían hacer nada para ayudarlo.

Sin embargo, Bill y Theo  todavía parecía un perro enrabiado.

Al final, hizo lo único que se le ocurrió para retrasar el duelo. Le dio un puñetazo a Blaise.

En el ojo bueno.

Blaise gritaba de dolor mientras retrocedía.

— ¿Por qué has hecho eso?

—Tírate al suelo, tonto —le dijo Ron en voz baja. Si estaba en el suelo, Bill no sería capaz de dispararle.

— ¡No voy a tirarme al suelo! —Dijo Blaise, tapándose el ojo—. Derribado por un omega, Intolerable.

—Alfas —gruñó él—. Todos unos idiotas. —Se giró hacia sus hermanos, que lo miraban con idénticas caras de sorpresa—. ¿Qué estáis mirando? —dijo.

Charlie empezó a aplaudir.

Bill le dio un codazo en el costado.

— ¿Sería posible que pudiera hablar un momento con el duque? —dijo, casi susurrando.

Charlie y Bill asintieron y se alejaron.

Theo no se movió.

Ron lo miró.

—Te pegaré a ti también.
Y lo habría hecho, pero Bill volvió y casi le desencajó el brazo a su hermano del tirón que le dio.

Ron miró a Blaise, que se estaba tapando el ojo con una mano, como si así pudiera hacer desaparecer el dolor.

—No puedo creerme que me golpearas —dijo él.

Ron miró a sus hermanos para asegurarse de que no los oían.

—En ese momento, me ha parecido una buena idea.

—No sé qué esperabas conseguir —dijo él.

—Pensaba que sería bastante obvio.
Blaise suspiró y, en ese instante, parecía cansado, triste y mucho mayor.

—Ya te he dicho que no puedo casarme contigo.

—Tienes que hacerlo.

Las palabras de Ron sonaron tan desesperadas que Blaise lo miró, asustado.

—¿Qué quieres decir? —dijo, haciendo gala de un gran control en momentos desesperados.

—Quiero decir que nos han visto.

—¿Quién?

—Pucey.

Blaise se relajó visiblemente.

—No dirá nada.

—¡Pero había más gente! —Se mordió el labio. No era una mentira. Podría haber habido más.

De hecho, posiblemente hubiera más gente.

–¿Quién?

—No lo sé —admitió él—. Pero me han llegado rumores. Y mañana lo sabrá todo Londres.

Blaise soltó tantas palabras malsonantes seguidas que Ron retrocedió un paso.

—Si no te casas conmigo —dijo él en voz baja—, estaré perdido.

—Eso no es cierto —dijo él, aunque sin demasiada convicción.

—Es cierto, y tú lo sabes. —Se obligó a mirarlo.

Todo su futuro, ¡Y la vida de él!,
Estaba en juego en ese momento. No podía fallar

—. Nadie me querrá. Me enviarán a algún rincón perdido del país…

—Sabes que tu madre nunca haría eso.

—Pero nunca me casaré. —Dio un paso adelante, obligándolo a sentirla cerca—Seré para siempre un objeto de segunda mano. Nunca tendré un marido, nunca tendré hijos…

—¡Basta! —Gritó Blaise—. Por el amor de Dios, basta.

Bill, Charlie  y Theodore empezaron a correr hacia ellos cuando escucharon el grito, pero la mirada helada de Ron los detuvo.

—¿Por qué no puedes casarte conmigo? —le preguntó suavemente—. Sé que me quieres. ¿Qué te pasa?

Blaise escondió la cara entre las manos y empezó a apretarse la frente con los dedos. Le dolía la cabeza y Ron…, Dios, no dejaba de acercarse más y más.

Ron levantó la mano y le acarició el hombro, la mejilla.

Blaise no lo resistiría. No iba a resistirlo.

—Blaise —le imploró

—, sálvame.

Y allí estuvo perdido.

LE COEUR DU DUC (EL CORAZÓN DEL DUQUE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora