CAPÍTULO 36

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¿Son imaginaciones de esta autora o los caballeros de la alta sociedad londinense están bebiendo más de la cuenta últimamente?
REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
4 de junio de 1813



Blaise salió y se emborrachó, no solía hacerlo demasiado a menudo, en realidad, no Sera algo que le gustara especialmente, pero de todos modos lo hizo. Junto al mar, a pocos kilómetros de Clyvedon, había muchos bares. Y también había muchos marineros buscando pelea. Fos de ellos encontraron a Blaise los apaleó a los dos.

Sentía una rabia en su interior que había estado alimentando su alma durante años, ahora, por fin había encontrado una vía de escape y había necesitado muy poca provocación para hacer saltar la chispa. Para entonces, ya estaba muy borracho así que, cuando golpeaba las caras coloradas de los marineros, no los veía a ellos, sino a su padre. Cada puñetazo iba dirigido a aquella eterna mirada de rechazo y le gustaba, nunca se había considerado un alfa particularmente violento pero, demonios, le gustaba. Cuando acabó con los dos marineros, nadie más se atrevió a acercársele.

La gente del pueblo sabía reconocer la fuerza pero, ante todo, sabía reconocer la rabia. Y todos sabían que, de las dos cosas, la segunda era realmente mortal. Blaise se quedó en el bar hasta que alumbraron las primeras luces del alba, bebía directamente de la botella que había pagado y cuando llegó la hora de marcharse, se levantó con algún que otro problema, se metió la botella en el bolsillo y se fue a casa.

De camino, siguió bebiendo; aquel whisky de mala calidad le quemaba el cuello y a medida que se iba emborrachando más y más, sólo tenía una cosa en la cabeza, quería recuperar a Ron. Era su omega, maldita sea se había acostumbrado a tenerlo cerca no podía coger y marcharse de su habitación así como así.

Lo recuperaría. Lo seduciría y se lo ganaría y… Blaise eructó, algo bastante poco atractivo, bueno, tendría que bastar con seducirlo y ganárselo, porque estaba demasiado borracho para pensar en otra cosa. Cuando llegó al castillo de Clyvedon estaba muy, muy ebrio y cuando se presentó en la puerta de Ron, hizo tanto ruido que podría haber despertado a los muertos.

—¡Ronnnnnnnnnn! —gritó, intentando ocultar la nota de desesperación que había en su voz, tampoco hacía falta sonar tan patético. Frunció el ceño, pensativo por otro lado, si sonaba desesperado, tendría más posibilidades de que él abriera la puerta.

Gimoteó un par de veces, y luego volvió a
Gritar:

—¡Ronnnnnnnnnnnn!

Cuando no obtuvo respuesta inmediatamente, se apoyó en la puerta, básicamente, porque su sentido del equilibrio estaba nadando en whisky.

—Oh, Ron—dijo, suspirando, con la frente apoyada en la puerta de madera.

—Si tú…

Se abrió la puerta y Blaise cayó al suelo.

—¿Tenías que… Tenías que abrir tan… tan rápido? —farfulló.

Ron, que seguía de pie, con el camisón, miró el desecho humano que había en el suelo y casi no reconoció a su marido.

—Dios mío, Blaise—dijo—. ¿Qué te ha…? —Se arrodilló para ayudarlo, pero retrocedió de golpe cuando olió su aliento—. ¡Estás borracho! —dijo, acusándolo.

—Así es.

—¿Dónde has estado? —preguntó él.
Parpadeó y luego lo miró como si nunca hubiera escuchado esa estúpida pregunta.

—Fuera, pensando —dijo, y eructó.

—Blaise, deberías estar en la cama.

Volvió a asentir, aunque esta vez con más vigor y entusiasmo.

—Sí, es cierto.

Intentó levantarse, pero sólo pudo ponerse en cuclillas, porque luego cayó otra vez hacia atrás.

—Hmmm —dijo, mirándose las piernas—. Hmmm. ¡Qué raro!
—Levantó la cabeza para mirar a Ron terriblemente confundido—. Habría jurado que eran mis piernas.

Ron puso los ojos en blanco.

Blaise intentó levantarse otra vez, con el mismo resultado.

—Me parece que las piernas no me funcionan demasiado bien —dijo.

—¡Lo que no te funciona bien es el cerebro! —Exclamó Ron—. ¿Qué voy a hacer contigo?

Blaise lo miró y sonrió.

—¿Quererme? Dijiste que me querías, ¿recuerdas? —Frunció el ceño—. No creo que puedas retirarlo ahora.

Ron suspiró debería estar furioso con él, ¡maldita sea, lo estaba!, pero era difícil mantener unos niveles de enfado normales cuando tenía tan mal aspecto. Además, con tres hermanos alfas mayores, ya tenía algo de experiencia con los borrachos. Sólo tenía que dormir, nada más se levantaría con un dolor de cabeza horrible, que posiblemente se lo merecería, e insistiría en tomarse algún mejunje que estaba convencido que lo curaría.

—¿Blaise? —preguntó, pacientemente—. ¿Estás muy borracho?

Blaise sonrió.

—Mucho.

—Me lo imaginaba —dijo Ron, entre dientes. Se agachó y le pasó las manos por debajo de los brazos—. Venga, levántate; tenemos que ir a la cama.
Pero él no se movió; se quedó ahí sentado mirándolo con la cara más tonta que pudo.

—¿Por qué tengo que levantarme? —Dijo— ¿No te puedes sentar aquí conmigo?

—Le abrazó las piernas—. Siéntate conmigo, Ron.

—¡Blaise!

Él dio unos golpecitos en la alfombra, a su lado.

—Aquí abajo se está muy bien.

—No, Blaise no puedo sentarme contigo —dijo él, soltándose—. Tienes que acostarte. —Intentó moverlo otra vez, pero no pudo— Por todos los santos —dijo, agotado, para sí mismo—, ¿por qué has tenido que salir a emborracharte?

Se suponía que él no debía haberlo escuchado pero lo hizo, porque lo miró con lo cabeza ladeada y dijo:

—Quería recuperarte.

Ron abrió la boca, sorprendido, los dos sabían lo que tenía que hacer para recuperarlo, pero Ron pensó que estaba demasiado ebrio para mantener una conversación sobre ese tema.

LE COEUR DU DUC (EL CORAZÓN DEL DUQUE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora