CAPITULO 29

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Blaise bostezó.

–¿Ron?

Ron no se anduvo con rodeos.

—¿Hemos llegado?

Él intentó desperezarse de la inexistente pereza.

—¿Qué?

—¿Si hemos llegado?

—Ahhh… —Miró el carruaje, aunque Rom no sabía qué buscaba—. ¿No estamos en marcha todavía?

—Sí, pero podríamos estar cerca.
Blaise suspiró y miró por la ventana. Su ventana estaba orientada hacia el este, así que estaba mucho más oscuro que de lo que veía Ron desde la suya.

—Oh —dijo, sorprendido—. En realidad, está allí arriba.

Ron se esforzó en no sonreír.

El carruaje se detuvo y Blaise salió. Intercambió algunas palabras con el cochero, seguramente para informarlo de que habían cambiado de planes y que se quedarían a pasar la noche aquí. Después, volvió hasta la puerta de Ron y le ofreció la mano para ayudarlo a bajar.

—¿Tiene tu aprobación? —le preguntó, señalando la posada.

Ron no sabía cómo iba a aprobarlo si no la veía por dentro pero, en cualquier caso, dijo que sí. Blaise la llevó hasta dentro y la dejó junto a la puerta mientras él fue a hablar con el dueño.

Ron se quedó mirando los que iban venían primero pasó un matrimonio joven, que parecía de la pequeña nobleza, al que acompañaron a un comedor privado.

También había una madre subiendo la escalera con sus cuatro hijos; Blaise estaba discutiendo con el dueño de la posada y había un caballero alto y desgarbado apoyado en una…
Ron se giró hacia su marido. ¿Blaise estaba discutiendo con el dueño de la posada? Estiró el cuello. Los dos hablaban en voz baja pero estaba claro que Blaise estaba enfadado. Parecía que el dueño iba a fundirse de vergüenza de no poder satisfacer al duque Zabini de Hastings.

Ron frunció el ceño, aquello no pintaba bien. ¿Debería intervenir? Los observó discutir un poco más y luego decidió que sí, que debía intervenir con pasos que no eran dubitativos pero que tampoco se podrían definir como determinados, se acercó a su marido.

—¿Hay algún problema? —preguntó.
Blaise lo miró brevemente.

—Creía que estabas esperando en la puerta.

—Así era —sonrió—. Pero me he movido.

Blaise hizo una mueca y se volvió a girar hacia el dueño. Ron tosió un poco, sólo para comprobar si Blaise le hacía caso no fue así.

Ron frunció el ceño. No le gustaba que lo ignoraran.

—¿Blaise? —Dijo, dándole unos golpecitos en la espalda—. ¿Blaise?
Él se giró, lentamente, y la miró con cara de pocos amigos. Ron volvió a sonreír, toda inocencia.

—¿Cuál es el problema?
El dueño levantó las manos pidiendo perdón y habló antes de que Blaise pudiera dar ninguna explicación.

—Solo me queda una habitación libre —dijo, en tono suplicante—. No sabía que el duque iba a honrarnos con su presencia esta noche.

Si lo hubiera sabido, no le habría dado la habitación a la señora Weatherby y sus hijos.

Le aseguro —se inclinó y miró a Ron arrepentido—, que los habría mandado a otra pensión.

La última frase fue acompañada de un despectivo gesto con las manos que a Ron no le gustó nada.

—¿La señora Weatherby es la que acaba de entrar con cuatro niños?

El dueño asintió.

—Si no fuera por los niños…
Ron lo interrumpió porque no quería oír el resto de una frase que, indudablemente, implicaba echar a la calle a una mujer  Omega sola en plena noche.

—No veo ninguna razón por la que no podamos arreglarnos con una habitación tampoco somos tan importantes.

A su lado, Blaise apretó la mandíbula hasta que Ron le oyó rechinar los dientes.

¿Quería habitaciones separadas? La sola idea valía para que una recién casado se sintiera suficientemente despreciado. El dueño miró a Blaise y esperó su aprobación. Blaise asintió y el dueño juntó las manos encantado, y también aliviado porque no había nada peor para un negocio que un Duque descontento con el servicio. Cogió la llave y salió de detrás del mostrador.

—Si hacen el favor de seguirme…
Blaise dejó que Ron pasara primero, así que él subió la escalera detrás del dueño. Después de girar un par de esquinas, llegaron a una habitación amplia, muy bien amueblada y con vistas al pueblo.

—Bueno —dijo Ron, cuando el dueño se fue—. A mí me parece perfecta.
La respuesta de Blaise fue un gruñido.

—¡Qué elocuente! —murmuró Ron, y después desapareció detrás del biombo.

Ron lo miró un rato hasta que fue consciente de dónde se había metido.

—¿Ron? —Dijo, con voz ahogada—. ¿Te estás cambiando de ropa?
Él asomó la cabeza.

—No. Sólo estaba echando un vistazo.

Blaise sintió los latidos del corazón fuerte como tambores.

—Mejor —dijo—. Tendremos que bajar a cenar temprano.

—Claro —dijo ron, sonriendo; una sonrisa bastante segura y confiada, según Blaise —. ¿Tienes hambre?

LE COEUR DU DUC (EL CORAZÓN DEL DUQUE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora