Capítulo 7.

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7.

La luz entra por la ventana del cuarto de Pablo. La almohada huele a él, las sábanas blancas y negras cubren mis piernas desnudas. Estoy sola en la cama, mi compañía es el silencio. He dormido con una camiseta suya y nada más. Me esperaba despertar con él lado, abrazados, despertándolo a base de besos. La noche acabó bien, muy bien. Tras el juego y el alcohol, las confesiones y las bromas nos pusimos a imaginarnos cómo sería nuestro futuro juntos, no recuerdo muy bien cómo ni por qué, pero hay una frase que no sale de mi cabeza: "algún día un renacuajo con mi cara te llamará mamá". Nunca una frase había conseguido hacerme tan feliz. Parándome a pensar en todo me doy cuenta de que no es muy normal lo que estoy viviendo, pero oye, que me encanta lo raro. Dispuesta a averiguar dónde está mi novio me levanto de la cama con energía y salgo de la habitación. ¡Qué mareo! Me agarro a las paredes como puedo y de repente lo veo. Está sentado en el sofá frente a la televisión vestido con un pantalón corto ancho gris y una camiseta negra de manga corta. Lleva el pelo revuelto, despeinado, lo que le hace aún más atractivo. Tiene una barba fina que le da un aire interesante. Qué guapo es mi novio. Mi novio. Mi novio. Y que no me canso de decirlo, ¿eh? Mi novio. Mío. En las manos lleva un mando de la Play y un cigarro se consume en el cenicero de la mesa de cristal. Está jugando al FIFA, el juego de fútbol al que están enganchados los adolescentes, los adolescentes y mi novio de veinticuatro años. Viendo la estampa desde el marco de la puerta no puedo evitar soltar una risita tonta.

-        Hey, buenos días dormilona —dice girándose para mirarme.

-        No estabas cuando me he levantado, —le reprocho- si no fuera porque estoy en tu casa habría pensado que me has abandonado.

-        Es que roncas —responde gracioso.

-        ¡Mentira! ¡Yo duermo como las princesas: elegante y en silencio! —exclamo indignada- quizá quien ronca eres tú, ¿no crees?

-        ¿Como las princesas? —y me mira de arriba abajo- ¿desde cuándo las princesas han cambiado sus camisones de seda por una camiseta de chándal de hombre?

-        Desde que las princesas se fijan en hombres de veinticuatro años que las abandonan en la cama para ir a jugar al FIFA —respondo yendo hacia la cocina y dando por acabada la conversación.

No sé si lo había dicho, pero la casa de Pablo me encanta. El salón y la cocina están unidos, creo que se llama cocina americana. Es de color blanco con algún mueble en negro, para no variar. Tiene en una isla la vitrocerámica y el fregadero. No sé de dónde saca este hombre el dinero para tener una pedazo de casa como esta. Me imagino con unos años más, un moño y la barriga un poco más grande paseando por aquí a estas horas preparándome un café antes de ir a trabajar. La idea me hace sonreír, ¿cómo será la convivencia con él?

-        ¿Te has enfadado? —pregunta sentándose en una silla alta que hay al lado de la encimera.

Voy a hacerle rabiar, me apetece ser mala. No le voy a contestar, que sufra un poquito. Noto que mi subconsciente está riendo con una carcajada amplia, lo cual aumenta mis ganas de jugar.

-        ¿Me oyes? —pregunta desesperado.

-        No, no te oigo —respondo escueta.

-        ¿Qué he dicho, Laura? —replica.

Noto que su tono se altera, incluso se ha puesto de pie. Me está empezando a poner nerviosa el jueguecito este, así que decido acabar con él. Miro al suelo y después le miro a él y salgo corriendo a besarle. Me sale solo el hacerlo, me apetece.

-        No puedes ser así de imprevisible, ¿eh? —pregunta separando poco, muy poco, sus labios de los míos.

-        Cállate y bésame.

¿Puedes sorprenderme?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora