Capítulo 18.

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18.

Los días han pasado lentos, eternos más bien. El jueves tuve un examen sorpresa de Sintaxis el cual no me supuso un gran esfuerzo y hoy tengo mi primer examen serio de lo que llevo de curso aquí en Barcelona: Matemáticas. Las fórmulas pasan en mi cabeza una y otra vez como si de una canción pegadiza se tratara. Antes de que se me olvide, con Pablo el jueves apenas hablé porque se volvió a ir antes de nuestra mítica despedida y tampoco contestó a mis mensajes, esto de estar dando y no recibir ni la mitad de lo que te gustaría empieza a cansarme y con Álex... con Álex estuve como si nada, me pidió perdón por haberse ido así ya que no tenía porqué.

-        Sacad bolígrafo azul o negro y las calculadoras, el examen comenzará cuando toque el timbre. No tendréis más tiempo del que dura la clase y no voy a resolver dudas durante estéis haciendo el control –explica Tomás cuando ya ha repartido los exámenes–. Cualquier mirada que no esté fija en el folio que tenéis en vuestra mesa será penalizada y si intercepto cualquier tipo de chuleta o forma de copiar tendréis un cero directo –el irritante sonido del timbre suena y, como locos, damos la vuelta  a la hoja que nos ha dejado el profesor en la mesa–. Podéis empezar, mucha suerte.

Lo primero que hago es escribir mi nombre y mis apellidos, tras esto la fecha y después la clase. En el margen superior comienzo a escribir las fórmulas para evitar quedarme en blanco en medio de un ejercicio. Una vez que ya están escritas comienzo a leer el examen pero una voz me interrumpe:

-        Las manos, por favor –me susurra Tomás.

-        ¿Eh? –no entiendo que quiere decir.

-        Enséñame las manos.

Ah, ya entiendo, está revisando si alguien lleva alguna fórmula apuntada por alguna parte. Asiente con la cabeza dándome el visto bueno y de nuevo tomo mi bolígrafo azul, el bolígrafo con el que hago todos mis exámenes. Solo lo uso para eso, es una manía pero al parecer me da suerte. De vez en cuando miro el reloj que tengo enfrente para ir controlando el tiempo que me queda. El examen se me hace duro, no sé si es por la presión o porque las matemáticas y yo somos archienemigas declaradas.

-        Cinco minutos, chicos, id acabando –avisa el profesor.

Último repaso, Laura. Es mi subconsciente quien habla que por suerte lleva unos cuantos días sin darme mucha guerra. He hecho todo, algunas cosas sé que las tengo mal sí o sí pero por intentarlo que no quede.  La sirena anuncia el final de la clase y el recreo a su vez.

-        Soltad los bolígrafos y cuando os vaya llamando venís a entregarme el examen con el folio de cálculos en sucio. Recordad ponerle el nombre o no corregiré el examen.

Álex es de los primeros en entregarlo y el primero en salir de clase, luego le preguntaré cómo le ha ido. Raquel lo entrega también con cara de felicidad, creo que a ella no es necesario preguntarle nada sobre el examen, su rostro lo dice todo.

-        Laura Gracia –me nombra Tomás.

Con desgana me levanto para entregarle el control, un examen menos por hacer y una clase menos por aguantar. Mi amiga me ha hecho un gesto avisándome de que me espera fuera así que me cuelgo la mochila al hombro y salgo del aula con rapidez.

-        ¿Qué tal ha ido? –pregunta entusiasmada ella nada más verme salir de clase.

-        Ni bien ni mal, simplemente ha ido –respondo–. A ti por lo que veo te ha ido muy bien, ¿no?

-        ¡Sí! –exclama y después se lleva la mano a la boca por el grito que ha dado– para lo mal que se me dan las mates este examen me ha parecido demasiado fácil.

¿Puedes sorprenderme?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora