Capítulo 25.

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25.

- Nos vemos pronto, ¿vale? –digo dejando a un lado la mochila que Dani ha dejado en el suelo.

- Eso está hecho –me da un beso Emi y me acaricia la mano que tiene cogida.

- Anda, ¡ven aquí! –mi mejor amigo me abraza. No quiero despedidas, odio las despedidas, pero no queda otra. ¿Lo bueno? Que no es un adiós, sino un hasta luego.

- El autobús destino Zaragoza saldrá en cinco minutos. Se ruega puntualidad. Gracias –la voz de una mujer suena por los altavoces de la estación.

- Echadme de menos, ¿vale? –dos besos a cada uno, montones de lágrimas contenidas y suben al autobús gris tras dejar las mochilas en el maletero. Desde su sitio veo como agitan sus manos diciéndome adiós.

Me siento en el tercer escalón de unas escaleras que hay yendo hacia la salida. De nuevo el vacío y de vuelta a la normalidad. Hoy no ha pasado nada interesante, hemos visto Barcelona por encima y nada más. No he sabido nada de Pablo desde ayer, ni siquiera ha contestado a mis buenos días. La verdad que lo entiendo, sí. Le viene una semana cargada de exámenes y reuniones, necesitará organizarse. Mi teléfono suena dándome la esperanza de que haya salido de mi mente para aparecer en mi móvil, pero no es así.

- ¡Papá! –exclamo levantándome de donde estaba sentada.

- ¡Mi hija la que me olvida! –una risa y un suspiro que esconde un "no seas idiota"– ¿qué tal estás, bicho?

- Ahora solo estoy –alcanzo la salida y pongo rumbo hacia mi casa–, Emi y Dani acaban de salir para Zaragoza y a mi me queda una tarde de estudio. Lo sé, demasiado divertido.

- No sé si divertido, pero sí que es necesario. ¿De qué tienes exámenes?

- Inglés mañana y tecnología el martes. Posiblemente algún control sorpresa de Biología y el jueves de Historia.

- ¿Qué tal lo llevas ahora que no te puedo ayudar a estudiar?

- Te echo en falta, aunque creo que a la hora de estudiar echo más en falta tus esquemas con dibujos que otras cosas, de todas formas no me vendría nada mal algún resumen aunque fuera por teléfono –provoco su carcajada. Melodía para mis oídos–. ¿De qué te ríes?

- Del morro que le echas a las cosas, Laura.

- ¡Morro no, es que me tienes mal acostumbrada!

- Será eso –suspira–. ¿No tienes nada que contarme? –ya está. Mucho había tardado en preguntar. Definitivamente era él con quien hablaba mi madre anoche, no podría ser una amiga de la peluquería con quien contarse "cotilleos". No. Tenía que ser mi padre.

- ¿De qué? –digo intentando jugar al despiste.

- Laura, sabes perfectamente de qué hablo.

- Está bien... sí, tengo novio, papá.

- Mi niña pequeña... –suena melancólico– de nuevo me ha encontrado sustituto, ¿eh? –ríe con un toque de tristeza.

- Sabes que no te sustituye nadie, papá.

- ¿Y quién es el afortunado, cielo? –dudo si contarle la verdad. Quiero hacerlo, pero no sé si debo. Sé que puede llegar a enfadarse hasta tal punto que no me deje seguir la relación o simplemente que no la apruebe pero que no me diga nada fuera de lo normal.

- Es un chico de aquí, algo más mayor que yo.

- ¿Le conozco?

- ¿Cómo le vas a conocer si solo has estado unos días aquí? –sonrío al teléfono. No me queda mucho para llegar a mi barrio así que ralentizo el paso.

¿Puedes sorprenderme?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora