Capítulo 24.

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24.

Mi pelo debe tener enredos y nudos de tanto tocarlo. El silencio reina entre nosotras y, a pesar de estar a cuatro pasos la una de la otra, parece que estamos a kilómetros. Mi madre ha demostrado más de una vez no haber superado mi ruptura con Dani, para ella es la persona correcta con quien compartir mi vida a mis dieciséis años, pero yo hace ya unos días que dejé de compartir su opinión. Solo pido que no haya oído toda la conversación o si la ha oído que no me haga preguntas. Imposible, pero por soñar no pasa nada.

- ¿Con quién hablabas? –dice en tono arrogante y cotilla a la vez. Ya había tardado mucho en articular palabra, pero claro, basta con yo pensar en que ojalá no me pregunte nada para que lo haga.

- No me apetece un interrogatorio ahora, mamá –respondo haciendo como que me desperezo– necesito dormir.

- Sí, necesitas dormir ahora que he entrado yo.

- No empieces, por favor –revuelvo nerviosa con el pie la sábana que cubre mi cama–. Si lo que te interesa saber es si tengo novio es sí, algo hay por ahí –"algo hay por ahí". Te has lucido, Laura, te has lucido. Es mi subconsciente quien habla ahora, pero realmente tiene razón.

- ¿Pensabas decirlo en algún momento? –de nuevo la periodista del mundo del corazón que lleva dentro sale a la luz.

- ¿Para qué? Sabía que ibas a empezar a hacer preguntas en el momento en que te dijera algo –mi respuesta parece hacerla enfadar porque antes de terminar la última frase ha soltado un soplido impropio de ella. Mi madre y yo no somos para nada compatibles, nunca hemos tenido una relación tan estrecha como para contarnos cosas de nuestra vida privada, realmente para yo contárselas a ella y el porqué es muy sencillo: es demasiado impertinente con sus preguntas.

- Buenas noches –tras cerrar la puerta se oye otro soplido. Desde el teléfono se oye a Pablo hablar solo. O reír. O no sé qué está haciendo pero se le oye.

Empiezo a gesticular rápidamente, tanto que hasta mi móvil está a punto de salir disparado de mis manos. Cuento hasta tres, respiro y de nuevo coloco mi Smartphone en el oído para continuar la conversación que ha quedado a medias.

- Vaya rebote ha cogido mi suegra, ¿no? –dice mi novio entre risas al otro lado de la línea–. No te preocupes, se le pasará.

- Es que no puedo más, ¿eh? No puedo hacer mi vida –la poca parte de mi vida con libertad– de la forma que quiera porque tengo que estar con Dani. ¡Que soy mayorcita!

- Solo tienes dieciséis años, canija, quiere lo mejor para ti y si para ella es eso lo único que entra en su cabeza, que estés con quien a ella le parezca correcto. Hace cuatro días eras aún una mocosa que necesitaba su mano para caminar y mira ahora, que casi te va a necesitar ella a ti.

- Lo sé, lo sé... –acaricio mi pierna delicadamente recostándome en la cama sin soltar mi teléfono ni un momento.

- Entonces ¿de qué te extrañas?

- La verdad que no lo sé –ahora la que resopla soy yo–, pero necesito mi espacio. Yo no la controlo con quién sale o deja de salir.

- Es que eso no es tu trabajo, es el suyo –una risa irónica al otro lado del teléfono–. De todas formas no le des muchas vueltas, cuando tengas dieciocho haré que no te tengas que preocupar de nada más allá que no seamos tú y yo –hace una pausa–, tú, yo y tus estudios.

- ¿Sí?

- Sí –sonrío. Un silencio y sé que en la cara de Pablo también han salido arrugas en los labios por haber salido esa sonrisa que tanto me gusta, esa que besaría ahora mismo si la tuviera delante. Un simple sí que engloba todo, todo un hoy y un mañana. Sinceramente no sé si habrá mañana, pero yo espero y más que esperar deseo que lo haya; que sí–. ¿Hora de dormir, pequeña?

¿Puedes sorprenderme?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora