Capítulo 29.

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29.

Por las veces que juntos prometimos descubrir lo que la gente conoce y por dar a conocer lo que nadie espera. Por vivir juntos sentimientos distintos. Es que todavía sonrío cuando recuerdo cómo, cada uno por su lado, aprendimos a amarnos.

Todavía me siento una idiota al pensar que algún momento podías fallarme. Y es que la vida puede llegar a ser una mierda, un cruce de puñales que comenzó con dos míseros besos. Y si algún día llega a ser eso, créeme que volvería a caer solo por vivir de nuevo lo que juntos vamos viviendo. Palabras sinsentido que, consentidas, pueden llegar a hacerme ver las estrellas; cayendo o volando, pero a verlas.

Que hasta Roma se queda pequeña al lado de nuestra cama, que Roma al revés no es ruina sino vida. Contigo quiero una Roma entonces. Contigo quiero todo. Conmigo te quiero a ti.

Una firma y fin. Miro hacia los lados para asegurarme de que no viene y pego el post-it en un lateral de la nevera de la cocina. Es hora de irse a casa. La cosa se ha alargado un poco.

- ¿Estás ya? –pregunta una voz a mi espalda.

- Sí –sonrío–. No quiero irme, jo –pongo voz de niña pequeña y cruzo los brazos.

- Ni yo que te vayas, pequeña –me toma por la cintura y yo a él por el cuello–. Quédate –susurra.

- Mi madre no se va a creer que estoy en casa de Raquel.

- ¿Le has dicho que estás en casa de Raquel?

- ¡Claro! ¿Qué pensabas que le iba a decir, que estaba en casa de mi novio el profesor?

- Por ejemplo –ríe.

- Puedo intentarlo, pero no le voy a decir quién eres.

- Ya me conoce, con que le digas "Pablo" le va a venir a la cabeza mi cara. Después querrá matarme, pero mi cara la recordará.

Le doy un codazo y cojo el móvil. Por intentarlo que no sea. Marco el número de mi madre. Pasan los tres primeros pitidos y coge la llamada.

- ¿Se puede saber dónde estás? –vaya comienzo de llamada. Su tono de voz es agresivo y demasiado alto. Está enfadada. Se le nota.

- En casa de...

- No me digas que en casa de Raquel porque me la he encontrado por la calle y casualmente me ha preguntado por ti –dice cuando me corta la frase. Mierda. Se me olvidó decirle que me quedaría en casa de Pablo y que me cubriera.

- En casa de mi novio –suelto por fin.

- ¿Cómo tienes la cara de mentirme, Laura? –suspira– ¿sabes el susto que me he pegado?

- Lo siento, mamá –intento parecer inocente aunque sé que esto no está bien.

- Vuelve a casa. Ya.

- Te llamaba para ver si puedes dejarme esta noche aquí también –silencio al otro lado del teléfono–. Por favor.

- No –responde rotunda–. ¿Qué años te crees que tienes? ¡Que solo son 16, Laura! Yo a tu edad estaba en casa ayudando con las tareas, no como tú, que puedo contar con los dedos las veces que te veo.

- Mamá, por favor. Ya no tengo exámenes, no tengo deberes, no tengo nada.

- Sí, tienes que volver a casa –repite.

- Por favor, mamá... déjame.

- Haz lo que te dé la gana, como siempre –cuelga.

¿Puedes sorprenderme?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora