CAPÍTULO FINAL.

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31.

El sol entra por el poco hueco que hay en las persianas. Círculos de luz se dibujan en el suelo de mi habitación. El despertador de mi móvil no para de sonar, me cuesta pararlo porque tan apenas veo. Me levanto enérgica de la cama, hoy es el último día de clase. ¡Adiós a tener que estudiar hasta las mil! ¡Adiós a ir al instituto con ojeras pareciendo un zombi! ¡Adiós a las uñas comidas por los nervios de un examen! ¡Adiós al estrés de los atascos en las escaleras a la hora de cambiar de aula! ¡Adiós a las interminables clases de matemáticas! ¡Adiós a los trabajos de castigo! ¡Adiós a tener que aguantar a los idiotas de la clase! ¡Adiós al estrés! ¡Bienvenido seas, verano!

- Buenos días, mamá –susurro al entrar en la cocina y ver a mi madre desayunando. Su respuesta es una simple mirada. ¡Ay! Si las miradas matasen yo ya estaría enterrada–. ¿Estás enfadada? –insisto. De nuevo una mirada es su respuesta–. ¿Mamá? –y esto es la gota que colma el vaso. Deja el vaso de café en la fregadera y sale de la cocina.

Está enfadada. Confirmado. El portazo que ha dado me lo ha dejado más que claro. Voy a borrar esto de mi cabeza, ¡es fin de curso! Pensaré en eso. Sí. O me doy prisa o no voy a llegar a clase a tiempo, por un día voy a intentar no hacer esperar a Raquel demasiado. Desayuno un zumo y unas tostadas y corro hacia mi cuarto. Tengo que vestirme, peinarme, lavarme la cara y prepararme la mochila en quince minutos. Mi móvil pita un par de veces mientras me termino de arreglar. Intento ignorarlo, pero no puedo. Algo me tienta a mirar quién me ha hablado. Preparo mi mochila primero, no voy a llevar nada más que un cuaderno y el estuche así que acabo rápido. Cojo el móvil de la mesilla. Ahí están sus buenos días. Por algo tenía la necesidad de mirar el Whats App, algo me decía que era él.

De: Pablo

Mensaje:

Días sin más. ¿Cómo se ha levantado mi pequeña?

Miro el reloj de la pantalla del teléfono. Solo tengo seis minutos para lavarme, peinarme y contestarle, así que opto por un audio:

- Poniendo los pies en el suelo –bromeo–. ¿Y mi grande? –una risa nerviosa al final del audio y enviar.

Dejo el móvil en la mesilla y corro hacia el baño. Me lavo la cara y los dientes en tiempo récord. ¿Me pinto? ¡No me va a dar tiempo! Bueno, un poco solo. Me pongo rímel y marco la raya de dentro del ojo. Me miro al espejo, me lanzo un beso y salgo. ¡Genial, justo a tiempo! Cojo la mochila y el móvil lo meto en el bolsillo trasero de mi pantalón. Antes de salir guardo mis llaves en uno de los departamentos de la mochila y corro hacia las escaleras. Bajo los escalones de dos en dos, por suerte vivo en un tercero y no en un décimo, por lo que llego pronto abajo. Salgo del portal y... ahí está. Tanto correr no ha servido para nada.

- ¡Yo creo que duermes debajo de mi casa solo para llegar tú primero! –le chillo conforme voy acercándome a ella.

- Claro, no tengo mejor cosa que hacer –responde una vez que estoy con ella.

- ¿Cómo estás?

- Muy bien –sonrío–. Le he contado todo a mi madre –su cara se vuelve blanca cuando articulo la última frase. Su boca se entreabre y sus ojos se ponen como platos. No puedo evitar reír al ver la estampa–. Creo que te impresiona más a ti que a mi.

- Pero... ¿cómo?

- Diciéndoselo, ella se olía algo desde que le pillo conmigo en casa una tarde. Además, después de haberte encontrado a ti creo que todo empezó a encajarle.

¿Puedes sorprenderme?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora