Capítulo 18.- Una gran noche

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Me miro al espejo una última vez antes de salir del cuarto de baño

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Me miro al espejo una última vez antes de salir del cuarto de baño. El pijama que me ha prestado Mar me queda grande, obviamente no son lo mismo cuarenta kilos que noventa, pero, aunque me queda de vestido, me da un cosquilleo en mi corazón al vérmelo puesto.

Sin poder evitarlo lo huelo, disfrutando de su olor por unos instantes. Mi olfato es algo especial porque no huele la colonia o el perfume, sin embargo, su olor... Es tan magnifico.

Hace que mi corazón lata a toda velocidad, que perciba un calor en mis mejillas y me siente tan cerca de ella. Es extraño de explicar, pero magnífico de sentir, aunque parezca una psicópata oliéndole, o un perro. Cuando quiero puedo ser una perra, una perra muy mala. Dios, eso suena fatal.

Los nervios hacen que bromee con cualquier tontería, Dios, ¿cómo me tiene tanta paciencia? Alguien tan brillante debería estar con alguien igual a ella, o por poco menos. Ella se merece lo mejor, aunque no vea lo increíble y fantástica que llega a ser.

Dejando caer la camisa e intentando relajar mi corazón, salgo del baño y doy un paso hacia su cuarto, mirando al suelo por si acaso se sigue cambiando.

–¿Puedo pasar? –pregunto nerviosa, aprovechando que mis pelos son lo suficientemente largos para tapar parte de mi rostro.

–Claro, entra.

Asiento y cierro la puerta detrás de mí. La miro, lleva un pijama gris que, si no fuera porque no tengo ánimos, le bromearía con que esa camisa deja que desear.

–Te queda bien –suelto con sinceridad, algo tímida.

–Te sienta bien mi camisa, como vestido.

Se ríe y yo solo sonrío de lado. Estoy algo tensa, así que muchas risas no van a haber de mi parte. Al ver que no me río, se sienta en la cama y con su mano la golpea con suavidad, indicando que me sentara a su lado.

–Ven, ¿quieres desahogarte?

La miro unos momentos insegura, pero suspiro y me siento a su lado, mirando mis manos posadas sobre mis piernas.

–Solo estoy algo cansada, no será nada.

Por mi mente pienso que colaría esa mentira y no preguntará. La gran mayoría de gente lo haría... Pero ya veo que no es como los demás.

–No tienes que mentirme, Eve, ¿es sobre lo que pasó con tu madre?

Aprieto mis manos sobre la camisa, tensa al haber dado en el clavo sobre qué me pasa y, dándole una mirada corta, suspiro y poso sus manos sobre las mías, impidiendo que las apriete.

–No estás sola, Evelyn. Puedes confiar en mí, puedes decirme lo que pasa por esa cabecita.

Con ese tan simple gesto, mis labios empiezan a temblar y mis lágrimas a liberarse, sin atreverme a mirarla.

Anónima ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora