AFRONTANDO REALIDADES

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Los viernes salía de trabajar a mi hora habitual, pero Goyo me dejaba salir un poco antes si la cosa estaba tranquila. Y ese era uno de esos viernes y me venía fenomenal para ir a Aguilar. Llegar antes de que anocheciera hacía que cundiese más el día.

Recogí a los niños y nos pusimos en marcha. Teníamos un viaje de dos horas por delante y los niños muchas veces se dormían. En ese momento iban comentando cosas de las redes sociales, así que puse la radio y me dispuse a disfrutar del viaje. Siempre me había gustado conducir. A veces elegía rutas con curvas para poner más emoción a la conducción, sobre todo cuando iba con la moto. Me hacía sentir la adrenalina a tope. Era una manera de ponerle emoción de vez en cuando, a esa vida tan monótona que llevaba. En ese momento, la idea no era la velocidad, sino ir tranquila para ir asimilando el momento que se me venía encima.

Había cogido las llaves de repuesto para entregarlas en la inmobiliaria y que pudiesen enseñarla a posibles compradores.

A veces me surgían dudas de si estaría haciendo lo correcto o si estaría yendo demasiado rápido, pero es que no veía otra solución. Así que había que actuar, y los malos tragos, cuanto antes pasasen, mejor.

No había avisado a nadie de que me marchaba el fin de semana salvo a Ricardo y los padres de Sergio. A Óscar le puse una nota en la que decía que nos íbamos a Aguilar y no di más explicaciones. Ayer le hubiera dicho a Sergio que me venía a desconectar pero estaba cansado y no quise alargar la conversación. Casi mejor así para que no se quedara pensando en modo suspicaz y acabase sacándome el motivo de mi escapada.

Luca y Laura se quedaron al final dormidos y tuve un viaje relajado refugiada en mis pensamientos. Hasta llegué a valorar la proposición de irnos a vivir con Sergio. Pero no duró mucho tiempo. Volví a la realidad rápido. Vivir con Sergio supondría ponérmelo más difícil de lo que ya lo estaba pasando, además, de por supuesto, ponérselo más difícil a ellos. Ni hablar. Solo eran pensamientos de desesperada.

Ya estábamos saliendo de la autovía para entrar en Aguilar, así que desperté a los niños para que fueran desperezándose.

¡Dios, cómo amaba este lugar! Me sentía en casa. Como cuando vuelves de un viaje muy largo y al entrar por la puerta dices aquello de hogar dulce hogar. Así me sentía yo cuando llegaba a Aguilar y entraba en mi casa. Ni siquiera en el piso de Bilbao me sentía así, más que nada, porque aquello no era un hogar. Esto era especial.

La casa estaba dividida en dos plantas. En la planta baja estaban la cocina, el salón, un aseo y el garaje, y en la segunda planta había tres habitaciones y un baño. En la trasera de la casa estaba el jardín que comunicaba con el de la casa de los padres de Sergio. ¡La de horas que habremos pasado Sergio, Ricardo y yo en él! Ponían una piscina de esas hinchables y lo sembrábamos todo de juguetes. Ahí pasábamos los veranos. Solo entrábamos para dormir.

¡Qué infancia más bonita jugando todo el día al aire libre, usando cualquier cosa que nos encontrábamos e inventándonos los juegos! Ahora se divertirán, pero siento lástima de que prefieran jugar con el móvil y estar en redes sociales, antes que vivir una infancia como la nuestra. A la edad de mis hijos, nosotros estábamos con las bicis de un lado a otro. Ahora también tienen bicis, pero en cuanto se reúnen con los amigos, sacan los móviles y es lo único que hacen. Supongo que será cosa de adaptarse a las nuevas preferencias de los niños y adolescentes, pero sigo sintiendo lástima por ellos. Para mí, eso no era divertirse.

Veía a los niños animados. Quizá aún no eran muy conscientes de todos los cambios que nos esperaban y su humor era bueno. Que estuvieran así me alegraba y me ayudaba, la verdad. Eran fuertes y jóvenes. Sobrevivirían.

Te sueño dormida, te sueño despiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora