VIENEN LOS NIÑOS

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Entraron corriendo por la tarde y fueron cada uno a la que iba a ser su habitación a partir de ahora. Solo quedaba organizarlo todo en los armarios y empezar con esta nueva etapa. Sergio y yo les mirábamos con una sonrisa llena de orgullo y satisfacción de verles tan emocionados. Guardaban las cosas, iban a la terraza y se subían a los aparatos de gimnasia. Hablaban entre ellos y visitaban la habitación el uno del otro. Venían y nos abrazaban y yo me quedaba maravillada de verles tan felices.

—Luca, ya verás cuando le diga a la chulita de Ana en casa de quién estamos viviendo.

—Se le va a quedar una cara de flipada

—¿Por? —preguntó Sergio.

—¿No sabes que eres el profe macizo del insti? —intervine yo.

—Hombre, no pensé que entre las más jovencitas fuese así.

—Pues levantas pasiones y arrancas suspiros entre todas las féminas, dios nórdico.

—Anda que no me voy a chulear cuando empiece el curso—Laura seguía con el tema.

—Y este curso que viene, ¿vamos a ir en bus o contigo en el coche?—Quería saber Luca.

—Conmigo, por supuesto—Sonreía orgulloso.

—¡Síííí! —gritaban los dos eufóricos.

Hasta esto les hace saltar. Si cuando digo que le adoran

—Que van a flipar cuando bajemos del coche. Te lo digo yo, Luca.

Nos hicieron reír de lo lindo. Vaya dos.

Cuando estaba todo más o menos organizado por sus habitaciones. Les dejamos un rato a su aire y nos sentamos algo cansados a tomarnos unas cervezas en el sofá.

—Voy a aprovechar este ratito para ver si Esther sigue vomitando y si no ha matado a polvos a Manu.

—Vale. Yo voy a ir mirando posibles rutas para agosto.

Llamé a Esther.

—¿Cómo vas, salidorra?

—Ay, Elena, que sigo igual. Me da asco todo menos el sexo. Que esto no me parece normal y más al principio del embarazo. Estoy que me subo por las paredes.

—Joder, tía. Vas a hacer que Manu huya despavorido.

—¿Y qué hago? No puedo controlar esto. ¿Me habré vuelto una ninfómana?

—¡Qué va, mujer! Son solo tus hormonas revolucionadas. Sal a dar paseos o distráete de alguna manera.

—Llamaré mañana al ginecólogo a ver qué me dice, porque estoy desesperada.

—Mándame un mensaje con lo que te diga, ¿vale?

—Sí, ya te cuento. Ahora voy a arrancarle la ropa al fisio. Chao.

—Chao—Me partía de risa al colgar.

—¿Qué, sigue igual de salida?

—Sí. Iba ahora a por Manu. Mañana va a llamar al ginecólogo a ver que la dice. Lo está pasando mal. ¿Tú qué tal vas con los itinerarios?

—Pues bien. Estoy mirando por el sur de Francia. Igual miro también por Las Landas a ver que veo.

—Ah, bien. Yo voy a ir a darme una ducha, que lo de mover cajas me ha hecho sudar y luego me pongo con la cena. Tú quédate aquí tranquilo que me encargo yo—le di un beso.

—Si necesitas ayuda, avísame.

—Tranquilo.

La primera cena en familia y en nuestro hogar fue una delicia. Había conversación entre los cuatro y todo transcurría con buen humor y en armonía. Hasta recogimos todo entre todos. Luego fuimos un rato al salón, se puso la tele pero nadie la veía. Los niños estuvieron un rato con el móvil antes de ir a leer un poco a la cama y dormirse. Sergio seguía mirando posibles rutas y yo cogí un libro y estuve un rato leyendo.

—Dejo esto por hoy. ¿Te apetece que leamos en la cama? Tengo el libro en la mesilla.

—Perfecto, rubio.

Y esto también era nuevo. Compartir juntos un rato de lectura en la cama antes de dormir fue maravilloso. ¿Qué si me gustaba mi nueva vida? Sí, y mucho.

—¡¡Nooooo!!

—Lena, tranquila, ya está, has tenido una pesadilla.

Respiraba agitada y descolocada. Sergio estaba a mi lado tranquilizándome y ayudándome a ubicarme.

—Voy a por un poco de agua.

Bebí a pequeños sorbos mientras me recomponía.

—¿Quieres contármelo?

—Ha sido horrible, Sergio. Óscar me lo quitaba todo. Decía que mi nueva vida no me correspondía y me encerraba en un sitio oscuro mientras él se quedaba aquí contigo y con los niños.

—Solo ha sido una pesadilla. No tengas miedo porque eso no va a pasar de ninguna manera.

—Lo sé, pero ha sido tan real

—Ya me imagino a juzgar por tu grito ¿Estás ya algo más tranquila?

—Sí. Ayer el final del día fue idílico y se conoce que esas inseguridades que hay por ahí, han salido esta noche.

—Poco a poco se te irán quitando y no tendrás más pesadillas como esta, ya verás.

—Eso espero. ¡Qué angustia! Sergio, ¿puedes dormir haciéndome la cucharita?

—¡Claro, preciosa!

—Mmm, gracias.

—Un placer—Me besó el pelo y así abrazados nos volvimos a dormir.

Te sueño dormida, te sueño despiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora