CERRANDO CAPÍTULOS

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Íbamos agarrados de la mano a casa de Óscar a recoger todo. Sofi estaba sacando las cajas plegadas de la furgoneta cuando nos vio.

—Buenos días, máquinas de follar.

—Sofía como siempre, tan fina.

—Sofi, joder, que estamos en la calle.

—¿Y? ¿He dicho alguna mentira o algo malo?—Sergio y yo nos miramos asomando una sonrisita cómplice. —Lo que yo decía—Reímos los tres—Venga, vamos a subir para acabar con esta mierda cuanto antes.

No llevaba mucho tiempo fuera de esa casa, pero al entrar la noté más fría aun que antes. Nunca la había sentido un hogar y ahora, con más razón, la noté más extraña que nunca. No quise que los niños viniesen a ayudarnos para evitarles un mal trago, por los posibles enganches emocionales que pudiesen tener. Estaban llevándolo bastante bien y no quería hacerles retroceder un paso. No teníamos tampoco grandes cantidades de cosas para recoger y entre nosotros tres lo llevaríamos bien.

Sergio y Sofí fueron a las habitaciones de los niños y yo empecé por el salón y la cocina. Cogí los juegos de mesa y algún recuerdo de mis padres, pero poca cosa porque la mayoría de ellos los tenía en la casa de Aguilar. Del álbum de fotos de la boda cogí solo las fotos en las que estaba con mi verdadera familia, aunque no tenía intención de verlas muy a menudo para no sentir náuseas por el recuerdo. Recogí alguna foto de los niños de las paredes y fui a la cocina. Solo tenía alguna taza y poca historia más, así que aproveché la misma caja para meter las cosas del baño que también eran pocas.

Entré en el dormitorio y lo estuve mirando un rato antes de arrancarme a guardar las cosas. Miré la cama de matrimonio y recordé las noches que había pasado en vela, llorando y pensando, por qué Óscar no me deseaba. Por mi cabeza habían pasado muchas posibilidades, pero jamás imaginé un desenlace semejante. Empezaron a aparecer sus palabras en mi cabeza y mi corazón se aceleró, así que no me entretuve más y empecé a guardar la ropa de cualquier manera con tal de salir de allí.

En lo alto del armario, al fondo, había una caja que no reconocí pero la cogí por si era algo que no recordaba. Dentro había dos álbumes. En el primero encontré un montón de fotos de Sergio de joven y de más mayor, hasta casi actuales. Algunas habían sido recortadas de fotos en las que había otras personas, y en otras estaba solo pero sin mirar al objetivo, por lo que deduje que eran fotos robadas. Me empecé a agobiar por lo que ello suponía. Óscar estaba tan obsesionado con Sergio, que hasta tenía un álbum solo para él. Me parecía muy fuerte, pero nada comparado con lo que iba a ver en el siguiente álbum.

El otro, era un álbum de los que llevan las fotos impresas en las hojas. La portada era negra, sin ninguna foto ni inscripción. Lo abrí y la primera foto que vi era de un hombre desnudo de espaldas, atado por las muñecas y con los brazos levantados. Tenía la espalda llena de cicatrices y junto a él, había una mesita con un látigo sobre ella.

En la siguiente fotografía aparecía el mismo hombre de rodillas con las manos atadas a la espalda y un hombre corpulento, vestido con cuero negro y la cara tapada, le azotaba con una tabla en las nalgas. Aquello estaba empezando a marearme.

Pasé la página y apareció la cara de Óscar en un primer plano, amordazado y con lágrimas cayéndole por las mejillas, acompañado del mismo hombre en actitud agresiva.

El estómago empezó a revolvérseme y el corazón me latía con fuerza. Pasé varias hojas sin mirarlas y en la central del álbum, aparecía Óscar tumbado en el suelo con los latigazos de la espalda sangrando y el mismo hombre meándole encima. Ya no pude ver más. Las lágrimas me caían a raudales y me dio el tiempo justo de llegar al baño a vomitar.

Te sueño dormida, te sueño despiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora