ABRIL

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La boda la celebramos a últimos de noviembre. Fue bonita, sencilla y lo pasamos todos muy bien. Los chicos nos sorprendieron con un striptease que habían preparado con antelación y les quedó bordado. Nos hicieron reír y les vitoreamos animándoles. Rosa y Miguel marcharon con los niños a cierta hora y los demás aprovechamos para salir por el barrio a seguir celebrándolo.

Bailábamos y nos divertíamos, él con su traje negro bien ceñidito y yo con mi vestido rosa palo, por encima de las rodillas. Y todos estábamos disfrutando del momento como hacía tiempo. Estaba bien avanzada la noche pero la juerga seguía para todos.

Vimos a Sara que estaba con un chico.

—¡Enhorabuena, recién casados!—Nos saludó muy contenta.

—Gracias Sara. Te estamos muy agradecidos los dos. Queremos que sepas, que hoy te hemos tenido muy presente—Quise hacerla saber—Y enhorabuena a ti también—La sonreí mirando a su pareja.

—Gracias chicos. Y me alegro mucho por vosotros. Os lo digo de corazón.

—Sabemos que lo dices de corazón, rubia. Gracias—Fue Sergio el que habló.

El cinco de febrero, nació Daniela, la nena de Esther y Manu. Se puso de parto en mitad de clase y fue Sergio quién la llevó al hospital donde se encontraron con un Manu más nervioso que nunca. A las dos semanas, esa mujer no parecía que había dado a luz. Había recuperado su figura de siempre, salvo por sus pedazo tetas que parecían una central lechera. Y ya se la veía tremendamente feliz, pese a los altibajos que había tenido durante el embarazo.

—¿A dónde me llevas, esposa mía?

—Sorpresa. Todavía queda un rato para llegar. Me pusiste el listón muy alto con mi cumpleaños, dios nórdico, y no pretendo competir contigo, pero sí tratar de sorprenderte y hacerte un poquito más feliz.

—Créeme, eso es imposible. Soy todo lo feliz que puedo ser contigo. Y no necesito grandes cumpleaños. Estar contigo es suficiente.

—Pues hoy, veintiocho de abril, voy a darte un regalo que espero sí te haga un poco más feliz.

—Te repito que es imposible.

—Bueno, ya veremos—Le sonreí con picardía.

Llegamos al sitio en cuestión. Había reservado una cabaña en un árbol con todo el pack especial para parejas. La idea era no pisar el suelo en todo el fin de semana. Allí te subían en una cesta la comida y no hacía falta que bajaras a nada. Había dejado todo concretado, hasta los menús. Quería un fin de semana romántico y con sexo, mucho sexo. Nos habían dejado una cesta con aceites y velas para masaje y otra con champán y fruta que también íbamos a disfrutar.

—Esto es más bonito de lo que parecía en las fotos de la web—comenté mirando alrededor.

—¿Y dices que en este ambiente tan salvaje y romántico a la vez, vamos a pasar tú y yo todo el finde?

—Sip.

—¿Y no tenemos que bajar ni para comer?

—Eso es.

—Y no tenemos ni tele ni nada que nos distraiga, ¿verdad?

—Verdad.

Estábamos asomados a la pequeña terraza mirando el paisaje. Él me tenía abrazado desde atrás y ya me estaba metiendo las manos por debajo de la camiseta.

—Un fin de semana de altura, para follar como animales en celo.

—No lo podías haber descrito mejor, rubio.

Te sueño dormida, te sueño despiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora