Ya era viernes y nos íbamos a la casa rural a celebrar nuestro San Juan particular. Estaba siendo una locura preparar todo, pero a la vez era muy estimulante. Para nosotros era una tradición desde hacía muchos años, en la que disfrutábamos todos indiferentemente de la edad. Hacíamos juegos para los niños y para los mayores. Lo mismo caía una guerra de globos de agua, que una gymkana y hasta piñatas. Nos pasábamos los dos días disfrutando con todo lo que se nos ocurriese. La casa se encontraba a unas tres de horas de Bilbao y estaba junto a un bosque en lo alto de una montaña y apartada de la civilización. Era el lugar perfecto para meter ruido, poner la música a tope y gritar sin molestar a los vecinos, porque no había nadie cerca. Además, ese ambiente en la naturaleza era propicio para la noche mágica de San Juan con su hoguera. Los dueños, nos la tenían reservada para esa fecha todos los años. Nos gustaba más, que celebrar la Navidad. Era nuestra fiesta particular y la hacíamos a lo grande.
Yo había tenido que pasar por casa para coger ropa y demás cosas y afortunadamente no había rastro de Óscar. No me había llamado ni mandado ningún mensaje en toda la semana. Tampoco a los niños, como cabía esperar. Y, por supuesto, yo tampoco a él.
Ya teníamos todos los bártulos guardados y ya solo nos quedaba el viaje y lanzarnos al esperado fin de semana. Nosotros nos subimos al BMW X6 de Sergio y el resto iban en la furgoneta de nueve plazas de Ricardo. El viaje se fue animando poco a poco con una Sara alucinada, que no había visto semejante despliegue para un fin de semana, en la vida. Durante el trayecto poníamos música de todo tipo y cantábamos las canciones que nos sabíamos y el resto las inventábamos. Jugábamos al veo veo, contábamos chistes y hacíamos adivinanzas.
Yo iba sentada en el medio de los asientos traseros y veía como Sergio me miraba por el retrovisor interior muy a menudo. Aunque lo intentaba, yo no podía apartar la vista de su mirada, y podíamos estar fijos el uno en el otro, largos ratos mientras la conducción lo permitiese. Era un juego peligroso, pero muy excitante, que dejaba bien claro que entre Sergio y yo, había cambiado algo. Las llamadas por las noches, los dos momentos en los que casi nos besamos y estas miradas, decían mucho aunque los dos callábamos.
Ya habíamos llegado a la casa y allí cada uno tenía sus habitaciones asignadas desde siempre. Había una grande con media docena de literas y esa era, por supuesto, para toda la chavalería. Menudas fiestas se montaban ellos solitos. Sacamos y organizamos todo y Sergio y yo nos pusimos a preparar la cena como venía siendo costumbre.
Sofi se acercó a mí para susurrarme al oído.
—Chata, aprovecha el momento, que la cocina une.
—Sofi, por favor. No calientes más el tema, ni mi cabeza.
—Oyeee, ¿ha pasado algo que yo no sé?—preguntó con voz melosa.
—Vete al baño que ahora voy yo.
—Uh, vale.
Un momento después le dije a Sergio que iba al baño y que enseguida volvía. Y allí me estaba esperando Sofi.
—Cuenta, cuenta.
—Sofi, voy a tener que cambiarme de bragas a este paso.
—Y luego la bruta soy yo.
—Me ha estado mirando por el retrovisor casi todo el viaje y yo no podía apartar la mirada. No nos hemos estrellado porque tendremos un ángel de la guarda, que si no ahora no estábamos aquí. Y he de reconocer que me ha excitado muchísimo.
—Joder, Elena. Algo tiene que haber.
—Mira, no tengo ni idea. La cosa es que no puede ser, que está con Sara, joder. No sé a qué está jugando conmigo, pero mi estómago se encoge cada vez que le miro a los ojos.
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Te sueño dormida, te sueño despierto
Romance¿Qué harías si de repente tuvieras sueños eróticos con tu mejor amigo? Elena y Sergio han crecido juntos y se quieren con locura, pero como hermanos. Ella está casada y ha empezado a tener sueños con él muy subidos de tono. Está muy confundida y no...