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No sabía cuando todo esto había empezado.
O porque había empezado en primer lugar.
Todo parecía ir bien, excelente en realidad, en lo que cabe siendo novia del príncipe de Gotham.
Hasta que él empezó a distanciarse de ella.
Primero, recordó, fue de manera sutil, dejaba de mencionar detalles sobre algo que le afectaba aquí y allá.
Y cuando ella lo notó, él encerró completamente en sí mismo, le restaba importancia a las conversaciones que tengan cualquier mención de sentimientos.
Al siguiente día, desapareció por completo.
No contestaba las llamadas, ni los mensajes, nunca estaba en casa cuando iba a visitarlo.
Alfred le había dicho que estaba bien.
—El joven Wayne ha estado ocupado—mencionó el mayordomo, con una sonrisa de disculpa, pero sus ojos podían demostrar la compasión que sentía por la muchacha en el momento.
—Dile que estuve aquí, ¿puedes?—respondió ella antes de salir por la puerta, sin embargo se detuvo antes de cerrar—Y dile que responda al menos un mensaje.
Fue lo último que dijo.
Y no supo de Bruce Wayne por todo el resto de la maldita semana.
Se cuestionó que había hecho mal, que le había faltado, pensó que había sacado a Bruce del lugar donde él se había encerrado, que había lo ayudado al menos lidiar de forma menos autodestructiva con el trauma que tenía.
Estaba equivocada, claramente.
De un momento para el otro, un trueno se abrió paso en el cielo y la lluvia se desató.
Hasta que la lluvia ya no la mojaba más.
—No deberías estar afuera tan tarde y menos con esta lluvia.
Conocía perfectamente esa voz.
Batman.
Bruce.
No respondió nada y siguió su camino, dejándolo detrás.
Él no demoró en seguirle el paso.
—¿Qué haces afuera tan tarde? ¿Dónde está tu auto?
Ninguna de las preguntas del vigilante fueron respondidas.
Hasta que la tomó del brazo.
—¿No deberías estar salvando Gotham?—su tono era más sarcástico de lo que esperaba.
