Jake Gyllenhaal

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Bedtime stories
Warning: Fluff, I guess.

La voz de Bugs Bunny llenaba la sala y llegaba hasta la cocina, podía oír a mis hijos riendo cada que el gracioso conejo hacia una de las suyas

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La voz de Bugs Bunny llenaba la sala y llegaba hasta la cocina, podía oír a mis hijos riendo cada que el gracioso conejo hacia una de las suyas.

Me asomé a confirmar que todo estuviera en orden, y así era. Los gemelos estaba uno al lado del otro, con un pequeño bowl de fresas entre ellos. James sostenía con su mano derecha la cobija verde que estaba sobre sus piernas y Laurence tenía la suya, azul, sobre sus hombros, un brazo sobre James, como buen hermano mayor.

Sonreí al ver a los niños tranquilos y volví a la cocina, solo faltaba que la albóndigas terminarán de cocer.

Levanté un poco el volumen del teléfono cuando empezó a sonar mi canción favorita, tarareé un poco y canté siguiendo la voz de Nancy Sinatra, terminando de cocinar.

Un sonido de llaves en la sala me avisó que él ya había llegado. Limpié mis manos y fui junto a Jay y Laurie, mientras los pequeños saltaban del sofá.

—¡Papi!—exclamaron a coro y abrazaron su cuello con sus pequeños brazos.

Jake sonrió ampliamente y los levantó entre sus brazos dejando un beso sobre su cabeza. Sus ojos se dirigieron a mí y bajó a los pequeños para poder saludarme con un beso, lo abracé fuerte y le sonreí.

—Te extrañé muchísimo, cariño—sonreí aún con mis brazos en sus hombros.

—Yo muchísimo más—respondió.

Los niños volvieron a llamar su atención, eufóricos por la llegada de su padre.

—¿Puedes encargarte de los gemelos mientras sirvo la cena?—Pregunté y él sonrió asintiendo.

—El que se lava las manos primero recibe un premio—los gemelos corrieron rápidamente mientras soltaban pequeñas risas, Jake iba detrás de ellos cuidando que no cayesen.

La cena transcurrió tranquila, Jake les contaba a los niños sobre el lugar en el que había estado grabando, los gemelos escuchaban interesados y en completa admiración a su padre, luego ellos comenzaron a contarle cómo nos había ido, las actividades que realizaron con mi madre mientras yo trabajaba y sobre nuestro pequeño paseo del fin de semana, luego yo le conté como había ido resolviendo algunos casos en el estudio jurídico en el que trabajaba.

Llevé a los niños a asearse y cambiarse para dormir, mientras Jake lavaba los trastes.

—Listo, ahora, acuéstense, mis amores—ambos subieron a sus camas y los arropé.

—¿Y papi?—preguntó Jay.

—¿No nos contará un cuento?—siguió Laurie.

Tan solo terminar la frase, Jake ya sé encontraba en el umbral, sonriendo mientras tenía un libro en su mano. 

—Bien, Jay, Laurie, hoy les leeré “El príncipe feliz” de Oscar Wilde. 

Jake entró en la habitación y se sentó en el pequeño sofá que estaba en la habitación, frente a las camas de los niños, extendió una mano hacia mí y me senté a su lado.

La estatua del Príncipe Feliz se alzaba sobre una alta columna, desde donde se dominaba toda la ciudad. Era dorada y estaba recubierta por finas láminas de oro; sus ojos eran dos brillantes zafiros y en el puño de la espada centelleaba un enorme rubí púrpura—comenzó a contar. Su brazo izquierdo me abrazó por los hombros, acercándome a él, mientras apoyaba el libro en sus piernas cruzadas.

Los niños escuchaban atentamente a Jake, su voz era suave, melódica, sonaba como un arrullo. Jake empezó a acariciar mi cabello mientras seguía con la lectura.

“—De verdad parece que fuese un ángel —comentaban entre ellos los niños del orfelinato al salir de la catedral, vestidos con brillantes capas rojas y albos delantalcitos”—Siguió narrando.

Levanté los ojos y lo observé detalladamente, aún no me creía que lo tenía conmigo. Era simplemente hermoso, conté sus lunares, sus ojos eran más azules que el cielo en el verano.

Seguí contemplando a Jake mientras el pasaba suavemente sus dedos por mi cabello y poco a poco yo también fui cerrando los ojos.

Escuchaba la voz de Jake un poco más lejos cada vez, solo sentía sus manos y de vez en cuando sus labios en mi frente y mejillas.

“—Tráeme las dos cosas más hermosas que encuentres en esa ciudad —dijo Dios a uno de sus ángeles.

Y el ángel le llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.

—Has elegido bien —sonrió Dios—. Porque en mi jardín del Paraíso esta avecilla cantará eternamente, y el Príncipe Feliz me alabará para siempre en mi Aurea Ciudad

Jake terminó el cuento y me obligué a mí misma a abrir los ojos. Él se acercó a darle un beso de buenas noches a los niños para luego abrigarlos bien.

Se giró hacia mí y sonrió, le sonreí de regreso y me tomó entre sus brazos.

—Descansa, mi amor—susurró—ya hiciste suficiente hoy. Ya estoy aquí.

Cerré los ojos y descansé mi cabeza en su hombro, mientras sentía sus labios sobre los míos.

Westview; MultifandomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora