Capítulo VI

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Cuando el sol se ocultó al atardecer, desperté. Pero no salí de la tumba, sino que me quedé escuchando. Quería saber si había alguien en el cementerio. Si habían descubierto, de casualidad, el cuerpo de mi "amigo" el borracho.

Silencio. No, no había nadie.

Salí del mausoleo y contemplé el cielo y la luna que parecía enorme.

El cementerio tenía poca iluminación, más bien, algunos faroles solo funcionaban en la entrada. Era un lugar realmente lúgubre. Y ahí, las estrellas brillaban con gran intensidad.

Caminé lentamente hasta la entrada del cementerio y volví a saltar la reja.

Miré las casonas antiguas desde lejos, con curiosidad, pero antes de explorarlas, de husmear a los humanos dentro de ellas, tenía que alimentarme.

Así que, en lugar de dirigirme a la izquierda, crucé la calle y caminé hacia la derecha en dirección opuesta a las casonas.

Por un buen trecho no apareció una sola casa o lugar donde los humanos se reunieran. Hasta que divisé unas luces, se trataba de un pequeño conjunto residencial y un club nocturno.

Me agradó el aspecto del lugar y entré.

Un salón algo oscuro, un ambiente privado para las parejas que eran... ¡todas mujeres!

Reí ante mi desgracia o mi fortuna.

«Un club gay; un club para lesbianas»«Bueno, ya no puedes darte el lujo de ser racista» pensé. Pero yo no era racista, era solo que me desagradaba matar mujeres, aunque ya lo hubiera experimentado con la mujer de la pareja, en esa plaza desierta; pero era distinto, pues no había comido en días.

Me senté en una esquina a observar; no tardó mucho tiempo antes de que una chica solitaria me invitara un trago y se me acercara a conversar. Sonreí ante todo lo que me contaba y hable tonterías con ella, seduciéndola.

«No, no tenia novia; no, no había venido acompañada; solo había venido a este bar un par de veces sin éxito...» respondía a mis "despistadas" preguntas.

Era perfecta.

La invité a acercarse un poco más a mí y le acaricié el largo cabello rubio oxigenado. Me di cuenta con tan solo tocarlo y por el oscuro de sus ojos.

Su piel blanca y suave invitaba a tocarla. Ella parecía hechizada por mí. Solo bastaba que yo diera las respuestas que ella quería, o que intuyera lo que ella deseaba.

-¿Cómo te llamas? —me preguntó, y de inmediato capté en su mente que deseaba que yo la sacara del club.

-Soy Kate... -dije.

-Yo me llamo Avril... -dijo, aunque yo no se lo había preguntado.

-Es muy bonito... -le dije al oído; ella sonrió.- ¿quieres algo de aventura, Avril?

A ella se le iluminaron los ojos. Asintió.

-Entonces, vámonos de aquí.

Crucé la calle y caminé en dirección del cementerio con ella abrazada a mí.

Avril era bastante fogosa y quería que me detuviera para besarla. Yo sonreía y aceptaba.

Así la llevé hasta la entrada del cementerio. Cuando me detuve, ella miró el lugar con algo de miedo.

-¿Por qué nos detenemos aquí? No me gusta este cementerio...

Puse cara de decepción al escucharla.

-Pensé que querías divertirte conmigo... -le dije.

Yo realmente le gustaba y no quería decepcionarme, además no quería marcharse y perder la oportunidad. Pareció pensarlo.

-Esta bien...

«¡Bingo!»

Entramos en el cementerio y la llevé hacia una de las tumbas. Ésta era especial, era una tumba doble, de una pareja de esposos que databa de hacia unos ochenta años. El mármol blanco brillaba a causa de la luz de la luna.

-Es el lecho perfecto... -le dije en un susurro. Ambas subimos, ella estaba nerviosa, pero yo empecé a besarla y se le pasó.

Avril me tocó el rostro blanco.

-Estas fría... -me dijo.

-Ya entraré en calor...

La besé y le acaricié la suave piel. Ella me empezó a decir algunas cosas con voz entrecortada, pero yo no le presté atención.

«La sangre, quiero tu sangre»

Le rodeé la cintura y le besé el escote del vestido rojo que me volvía loca, ella se arqueó contra mí, echó la cabeza hacia atrás y su cabello cayó sobre su espalda, dejando al descubierto su suave piel del cuello. Creí que perdería el control, ya no podía soportarlo.

De sus senos, pasé al cuello y le clavé los colmillos al instante. Ella gimió y se debatió, pero yo no la solté. Sorbí y sorbí su sangre hasta que el corazón estuvo a punto de dejar de latir.

Dejé escapar un suspiro, como cuando uno toma una bebida fría y refrescante después de una gran sed.

Solté el cuerpo de Avril lentamente sobre el mármol de la tumba. Miré alrededor, escuchando. Nuevamente silencio.

Estábamos sobre la tumba del esposo, así que me pasé a la de la mujer y rodé la tapa de la tumba con la ayuda de mi fuerza vampírica, y luego tomé el cuerpo de Avril en mis brazos y lo deposité dentro. Volví a empujar la tapa y quedó otra vez sellada.

Sangre y NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora