Capítulo XXXI

11 2 0
                                    

Ocho figuras aparecieron ante mí.

Seth y Joseph estaban visiblemente preocupados.

Cuando la luz de un farol iluminó sus blancos rostros, empecé a reconocer a cada uno de ellos.

Las primeras eran las gemelas pelirrojas: Mekare, la Reina y su hermana Maharet. Ambas imponentes y trajeadas con vestidos que resaltaban su palidez.

Con ellas estaba Marius, inconfundible por su cabello rubio pálido y su vestimenta extravagante. A su lado se encontraba la figura de un joven vampiro vestido elegantemente de negro y con el rostro de un ángel... Armand, ese era Armand.

Mas allá estaba mi querida Ekeptos, quien me había advertido de no involucrarme con Anne Rice; seguro se encontraba ahí por órdenes de Armand.

Observándome con mirada algo apenada, estaba un vampiro con el cabello castaño rojizo vestido con jeans y chaqueta; debía tratarse de Louis Pointe du Lac y, al lado de éste, un vampiro rubio de mirada divertida y semblante pícaro.

«Lestat en persona»

Por ultimo, y causante de toda mi desgracia... mi amado Eric. Su rostro fue indescriptible para mí, pero sentí que su mirada me escrutaba como si quisiese leer mi mente, cosa que era imposible.

Ahí estaban esas ocho figuras observándome detalladamente como si de un bicho raro se tratase.

Me harté del silencio expectante.

-Imagino —pronuncié despacio, dudando de mi cordura.- que saben quien soy...

-Has roto una ley primordial del conciliábulo... -dijo Ekeptos con su voz zalamera.- mataste a otro vampiro.

-¿Y? —dije armándome de valor.- ¿Qué es lo que ha hecho Anne Rice todo este tiempo? ¿Jugar a las escondidas con otros de nuestra especie? Tú misma fuiste testigo de lo que le hizo a Novak... si no lo hubiésemos salvado aquella noche... y hoy ha sido peor.

-Aun así has cometido un error, Rose. —dijo Eric.

Escuchar su voz por vez primera, luego de tanto tiempo me causó escalofríos. Esa voz que me había acunado a la hora de mi muerte y que ahora me hería una vez más.

-¿Qué? —le repliqué con cierto desprecio.- ¿Cómo te atreves? ¿No has quebrado tú más de una ley antes que yo? O acaso debo recordarte quien me creó... -añadí irónicamente.

Eric evitó mi mirada, pero al cabo respondió.

-Ya pagué por eso...

-Entonces... ¿ahora están aquí para condenarme? —inquirí mirando los rostros de cada uno de ellos.

-Sí, ¿por que no votamos ahora? —dijo Lestat con cierto aire teatral.

-No estamos todos los que conformamos el conciliábulo... -replicó Armand.

-¡Por todos los diablos, Armand! —exclamó Lestat- estoy siendo sarcástico... ¿realmente vamos a condenar a esta chica por lo que hizo? ¡Quienes de los que estamos aquí no ha intentado e incluso logrado asesinar a otro vampiro! —les reprochó a todos.

Al instante vino a mi memoria Claudia, la niña vampira que vivió con Lestat y Louis, y que Armand condenó a morir bajo la luz del sol ¡precisamente por tratar de asesinar al mismo Lestat!; o los vampiros que asesinó Louis por vengar la muerte de Claudia, o los qué Marius mató defendiéndose de un ataque en su casa de Venecia hacia ya mas de cinco siglos... todos debían haber matado... y ¿acaso la misma Mekare no asesinó a Akasha y se convirtió así en la Nueva Reina? ¿Y a cuantos no asesinó la propia Akasha antes de eso?

Sangre y NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora