Capítulo XXXII

27 3 3
                                    

Salimos de Nueva Orleans esa noche.

El avión nos llevó con destino a San Francisco. No pensé volver tan pronto, pero debido a la condición de Novak tuve que aceptar volver a la vieja casona de mis amigos vampiros.

El cementerio Sain't Jhoan's seguía igual de tétrico y extenso, y el conjunto de casonas tan llamativas, pero tan poco acogedoras ahora para mi.

Joseph y Seth nos atendieron magníficamente; sin pedir explicaciones, dispusieron un viejo ataúd para Novak en la que fuera mi habitación antes de marcharme.

Pero el ambiente me resultaba pesado e insoportable. Creo que algo cambió en mí a partir del momento en que abandoné Nueva Orleans, algo que no puedo describir bien. Una sensación de vacio, de pérdida... de silencio.

-Rose... -me susurró Novak, acostado a mi lado en la cama de cuatro postes en la que yo solía leer a la vista de Seth.

La marca amoratada y mortecina de su cuello estaba desapareciendo un poco más cada noche, y su brazo ya estaba recuperado en su totalidad.

Yo lo alimentaba cada noche con mi sangre, sin embargo el mejor trabajo lo habían hecho Seth y Joseph al ayudarlo en aquella plaza de la catedral de San Luis en esa terrible noche.

-Has estado tan callada todos estos días. -me dijo, acariciándome el cabello.

Miré sus ojos azules, pero al instante le esquivé.

-No soporto que estés sufriendo... -me dijo.

-Es mi culpa que estés así, Novak. —respondí, y sentí deseos de llorar.- Fui tan injusta contigo, no debí haberte pedido volver a Nueva Orleans.

-No... -negó él, incorporándose un poco.- No tienes la culpa. Esto iba a suceder tarde o temprano, lo sabes... fue mi decisión volver también.

-Aun así... -repliqué, y las lagrimas acudieron a mis ojos.- nunca te conté nada de mi... de esto... -dije haciendo un gesto señalando lo que nos rodeaba.- de mi pasado...

-Y yo te dije que no era necesario que me lo dijeras... Rose, yo te amo por lo que eres, no por lo que fuiste... nada de eso importa, nada.

No me había equivocado con Novak. Si mi vida se dividía en tres etapas, ésta ultima era la deseaba seguir viviendo.

-Te lo contaré todo... -dije-, porque lo deseo.

* * *

Joseph y Seth lo comprendieron. Debía marcharme nuevamente. Les debía una explicación y se las di. Les conté todo lo que había sucedido luego de marcharme de San Francisco algunos años atrás.

Afortunadamente Seth había contado a su hermano la historia de nuestros orígenes, así que contarles sobre Anne Rice y el conciliábulo fue más sencillo.

Les hablé sobre Novak y acerca de Eric, a quien pudieron conocer esa noche; y de la Reina y su hermana, que sin duda había sido impactante verlas, mas todo lo ocurrido aquella noche; y alimentaba su curiosidad el hecho de que dentro de mi corriera una sangre poderosa, y que poderes antiquísimos hubiesen despertado en mi, mas sin embargo —tal y como hizo Lestat-, no había vuelto a intentar usarlos porque me recordaba esa terrible noche que tanto deseaba olvidar.

Y así, un mes después de llegar a san Francisco me vi a mi misma, junto a Novak, despidiéndome nuevamente de mis leales amigos.

-Prometo que nos volveremos a ver... -les dije a ambos.

Joseph me abrazó.

-Querida Rose, puedes volver cuando lo desees. —me dijo.

-Con quien desees y por el tiempo que requieras. —añadió Seth.

Nos miramos. Me acerqué y le abracé.

-Gracias... -dije.

* * *

Novak y yo nos marchamos, y anduvimos vagando por toda Norteamérica, alimentándonos de los malvados y disfrutando de los pocos placeres que aun quedaban en esa región.

Pero yo sentía que nada era como antes, o que ningún otro lugar se asemejaba a Nueva Orleans. Sin duda Mekare había impuesto para mi uno de los más terribles castigos.

Por eso decidí seriamente hacer algo que yo jamás había considerado hacer con tanta seriedad antes: tener un sueño largo y profundo. Desaparecer por unos cuantos años o siglos, como si eso pudiese ayudarme a borrar Nueva Orleans de mis recuerdos.

-Lo lamento, Novak... no te sientas arrastrado por mi causa. Recuerda que es a mi a quien han prohibido volver, no a ti. —le dije a mi amado vampiro serbio, acariciándole una mejilla.

-No sufras por eso, Rosa mia... estoy a tu lado porque lo he querido. —me dio un pequeño beso, y acto seguido se acostó en el féretro.

Nos encontrábamos en el cementerio de San Marcos, en Virginia.

Imagínennos a Novak y a mí en un amplio ataúd preparándonos para nuestro estado de sopor. Estoy escribiendo estas últimas líneas sin saber cuando despertaré nuevamente, y sin saber si el conciliábulo seguirá en pie cuando salga de mi entierro o si Nueva Orleans existirá para cuando intente volver a pisarla. —Estoy sonriendo ante este pensamiento.- Bien, ha llegado la hora. No me despediré con un adiós... solo diré: hasta una próxima noche y ruega que para cuando despierte no estés en mi camino...

 Rose McGee.

Sangre y NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora