Capítulo XIII

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Pero digamos que las cosas no iban siempre tan bien. Seth me llevaba regalos cada noche: perfumes, libros, ropa y cosméticos.

Lo de los cosméticos me hacia reír. Él en realidad creía que, como chica, eso me agradaba. Aunque siempre me decía que seria un crimen ocultar mi belleza tras el maquillaje, pero aun así, solía llevármelo.

Yo lo usaba solo cuando íbamos a lugares donde iban a haber muchos mortales.

A Seth le encantaba cepillar mi largo cabello castaño oscuro, decía que lo relajaba, tal como Joseph y sus caminatas nocturnas.

Se sentaba horas a verme acostada en la cama leyendo, y cuando yo le lanzaba una mirada, él sonreía u otras veces apartaba la mirada. Creo que a veces me molestaba eso.

Una vez me llevó un costoso vestido verde de tafetán de principios de siglo XIX, tal como las ropas que ellos solían usar. El vestido tenía un gran escote y dejaba al descubierto los hombros. Me sentí como una princesa, pero me negué a usarlo. Grave error.

Seth hizo un escándalo de Ave María y Padrenuestro, y no me dio tregua hasta que acepté usarlo. Si alguien nos hubiera visto vestidos así habría dicho que estábamos completamente locos.

En otra ocasión me pidió que me pintara los labios, yo pensé que era una tontería, pero a él le encantaba verme pintándome, a mi y solo a mi.

Pero no todo con él era una locura.

Joseph por su parte era un gran compañero. Con el me quedaba hasta tarde viendo la TV o simplemente hablando sobre cualquier cosa; muchas veces me hablaba de su maestro, de su poder y de cómo lo había conocido. Eran historias fascinantes y me gustaba mucho oírle hablar con su voz serena y pausada.

Así pasaron las semanas, los meses y por ultimo los años, hasta que se cumplieron precisamente diez años de mi llegada a San Francisco. Años maravillosos para mí, pero empecé a sentir que debía seguir adelante, que era hora de continuar mi camino.

Joseph notó mi falta de entusiasmo, pero no me preguntó nada, en cambio se lo comentó a Seth. Él de inmediato fue a hablar conmigo.

Yo estaba en mi habitación desde hacia rato, como había estado haciendo, un par de semanas atrás, cada noche después de cazar, desde que había empezado mi "aburrimiento". Estaba concentrándome, sentada en mi mueble favorito: un banco de dos asientos cómodos y con respaldo. El esqueleto del mismo era perfecta madera tallada.

La puerta estaba cerrada a medias y mi mirada estaba concentrada al frente donde se encontraba la peinadora, y encima de ella un libro que estaba leyendo por aquellos días. Un libro que deseaba que llegara a mis manos sin tener que levantarme para tomarlo. Que llegara a mí con el poder de la mente.

Sabia que podía hacerlo, como Eric lo había sabido siempre. Nada debía ser imposible para ningún vampiro, ni para mí que poseía la antiquísima sangre de Eric.

Me mentalicé, olvidé todo lo que me rodeaba; todo era oscuro y lo único claramente visible para mi, era el libro, el cual resplandecía en mi mente.

«Ven» le dije al libro, extendiendo una mano.

El libro se levantó tambaleándose un poco, pero luego se estabilizó y vino directo hacia mi mano.

Hasta ese momento no me percaté que Seth estaba en la puerta, mirándome con algo de sorpresa. Aunque más bien su mirada estaba algo triste. Quizá sintiéndose excluido.

-Seth... -dije al notar su expresión.

-Eso... -dijo él vacilante- no entiendo ¿cómo puedes hacer algo como eso?

Voy a permitirme decirles que los vampiros "ganan", por decirlo de alguna manera, los poderes más fuertes luego del paso de los años. El don de la mente se hace más poderoso, pudiendo mover las cosas con solo desearlo; el don de las nubes para elevarnos sobre el cielo estrellado, y el don del fuego para utilizarlo en caso de que nos veamos en peligro, pero estos poderes solo pueden obtenerse cuando el vampiro posee mil años o mas; o en el caso de haberse alimentado de la sangre antigua de algún otro vampiro.

Así que Seth ni Joseph los tenían (por ahora), y mucho menos yo, por lógica, debía tenerlos, pero era la sangre; la sangre era la clave de todo: la sangre de mi creador.

Me levanté del asiento y me acerqué a él. Le tomé por la mano e hice que se sentara conmigo.

Debía decirle lo que sentía, me vi obligada a no engañarle, debía contarle mi historia, acerca de Eric, y debía decirle que el camino me estaba llamando.

-Es hora, Seth... -le dije con suavidad y él me miró atento- es hora de que te cuente lo que jamás me había atrevido.

Sangre y NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora