Tercera Parte: El Camino Está Cerrado

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Capítulo XXIX


Me había quedado bastante ansiosa luego de leer la nota la noche anterior. Una y otra vez releí las líneas escritas con la mano de Joseph.

Ya eran aproximadamente las 10pm. Salí a cazar tempranamente, alguien sin importancia, solo un ladronzuelo que trataba de forzar la cerradura de un auto cercano.

Cuando volví a casa, me vestí de manera formal. La noche era fría, algo desacostumbrado en la ciudad, excepto el caso de que estuviese nevando.

Me vestí con un pantalón negro ajustado y una blusa de seda negra, botas de aguja y un ligero y largo abrigo en combinación con el resto de mis» prendas. En la solapa del abrigo llevaba un prendedor de plata, que me había regalado Joseph, en forma de cuarto de luna. Tomé también una pequeña bufanda de seda negra que había mandado a bordar con un símbolo especial, la doblé y la metí en el bolsillo del abrigo.

Me miré al espejo, cosa que hacia muy poco.

«Bien» me dije a mi misma.

Me disponía a salir de una buena vez, cuando tocaron a la puerta. Al abrir me encontré con Novak.

¡Lo había olvidado por completo!

Novak arqueó las cejas.

-¡Vaya! Cuanta elegancia... -dijo-, pero creo que te dije que deseaba verte esta noche con el vestido que te regalé...

-Oh, Novak... -dije apenada-. Lo lamento...

-No, no... -me interrumpió haciendo un gesto con las manos.-, así te ves hermosa también.

-No es eso... -le repliqué-. No puedo salir contigo hoy como habíamos quedado. Lo siento...

Novak pareció contrariado.

-¿Sucedió algo? —inquirió.

-Si, pero no es nada grave... no te preocupes. —dije, saliendo de la casa y cerrando la puerta tras de mi. No me di cuenta de que Novak me había traído flores.

-Mmm... ¿deseas que te acompañe?

-¿Eh? No, no... estoy bien, creo que voy a demorar. Por qué no nos vemos mañana, ¿si?

-Mañana... -repitió él.

Odiaba tener que tratarlo así. Me sentí fatal. Yo amaba a Novak y sin embargo lo mantenía alejado de mi pasado.

-Si, mañana. —le di un beso en la mejilla.- ¿está bien?

Él pareció dudarlo, pero aceptó.

-Si, esta bien... mañana entonces. —me dijo asintiendo.- Cuídate ¿de acuerdo?

-Bien, lo haré. —dije, y eché a andar calle arriba para poder tomar un taxi que me llevara hasta la catedral.

El taxi que tomé, condujo alrededor de quince minutos. Eran ya casi las 11pm cuando llegué a la plaza de la catedral. Caminé por las cercanías.

La iglesia estaba abierta, pero totalmente vacía. No sentí la presencia de nadie más, excepto por la de un humano durmiendo cerca del campanario.

Fue entonces cuando me oculté y decidí ser casi como una observadora. No tuve que esperar demasiado.

Las torres de la catedral destellaban fantasmagóricamente al brillo pálido de la luna. Los bancos de la plaza y los pocos faroles que funcionaban parecían expectantes de lo que ocurriría, y los árboles alrededor vigilaban como guardias espectrales en la noche silente.

Las sombras empezaron a cobrar vida, y de ellas salió un hombre de cabellos dorados, con las manos enfundadas en los bolsillos de los pantalones, caminado despreocupadamente.

Se detuvo a la entrada de la catedral escuchando los rumores de la noche aunque, a la vista, parecía estar decidiendo si entrar o no. El hombre miró hacia arriba y, de repente, vio deslizarse en el aire lo que parecía una bufanda de seda negra. La vio caer dibujando círculos en el aire lentamente; bajó y bajó hasta que cayó justo en sus manos.

Pude ver que inspeccionaba la bufanda y que advirtió el bordado en una de sus esquinas. Una R y una luna.

Una sonrisa se dibujó en sus labios. Era la señal que buscaba.

Entonces el sonido de los pasos empezó a resonar. El se volvió y me miró.

-Rose... -susurró. Su rostro no mostraba sorpresa, sino parecía estar analizándome, tal como la primera vez que nos vimos.

De inmediato se acercó a mí y, sin poder contenerse, se inclinó un poco y me abrazó.

-Rose... -dijo nuevamente. Yo sonreí, sin embargo le correspondí su gesto porque también lo sentía.

-Sigues siendo un impulsivo... Seth. —me burlé. Él se apartó y sonrió también.

-Y tú... tú sigues siendo la misma... estuve buscándote...

-¿Y Joseph? —pregunté interrumpiéndole.

-Debe estar adentro —dijo señalando la catedral-, ya ves que no te hemos olvidado.

-¿Y fueron hasta España? —quise saber.

-No... cuando le dije a Joseph que pensabas venir aquí, pues no me dejó tomar otro rumbo, aunque nos enteramos que habías partido a Europa.

-¿Cómo se enteraron de que fui a Europa?

Seth se encogió de hombros y prefirió no responder.

-¡Rose! —exclamó un hombre desde la entrada de la catedral. Era Joseph.

Sentí una alegría inmensa al verle; mi querido Joseph que me había acompañado en mis noches apacibles de San Francisco, que había sido mi confidente y que había tocado su piano para mi con gran maestría.

Al instante me abrazó dejando atrás su pausada calma.

-Cuanto me alegro de verte, querida Rose... -dijo con una amplia sonrisa en su rostro perfecto.

-Yo también me alegro, Joseph... los he extrañado mucho a ambos.

En ese momento empezó a sonar la campana de la catedral, anunciando las doce de la media noche.

Durante ese instante no hablamos, pero pude sentir una extraña presencia. Cuando las campanadas cesaron, salió de la oscuridad de los árboles una mujer.

-Vaya... ¡que hermosa reunión! —exclamó.

Me quedé pasmada. ¡Era Anne Rice!

-Pero al parecer —continuó diciendo-, alguien estaba husmeando por aquí...

Y de inmediato tiró un fardo delante de ella, que cayó pesadamente. Un cuerpo.

-Es... -titubeé horrorizada- Novak...

-Creo que te siguió... -dijo Anne burlándose, y añadió irónicamente:- deberías enseñarle mejores modales a tus amigos... aunque, la verdad me has hecho un favor porque lo estaba buscando desde hacía mucho. 

Sangre y NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora