Capítulo 13.

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Kara.

Díganme loca, díganme aprensiva, pero desde hace dos días que no veía a Lena, tres días desde nuestra cita; el trabajo había hecho que fuese necesario permanecer en su casa un poco más de tiempo en la casa de su madre, y, por consiguiente, dejando mi casa sumergida en un profundo vacío que parecía infranqueable.

Kripto quizás era quien más sufría, evitando mover su colita porque yo no le bastaba estar únicamente conmigo. Así fue como terminamos los dos desparramados en el sofá de la sala, mirando las caricaturas preferidas de Rubs y así, de alguna manera un poco fantasiosa, sentir un poco menos su ausencia. El cachorro insistía en estar cerca de mí, pero no me dejaba que le acariciara algo más que la cabeza, porque el resto del cuerpo era exclusividad absoluta de la niña.

—Tenemos que hacer algo, pequeño diablo. — Musité cuando el oso condenado apareció en la pantalla. —No podemos seguir siendo miserables por esas mujeres que nos tienen a sus pies. — El cachorro pareció saltar ante la idea, moviéndose enérgico en el sofá. — ¿Te parece si tú y yo vamos en busca de nuestras mujeres? — Solo bastó con un ladrido enérgico para tomar al cachorro entre mis brazos, quien parecía estar lanzando una arenga eterna con su colita ondeante.

No sabía con certeza en donde estaría Lena, mucho menos Ruby, pero eso no era un impedimento para ir corriendo en su búsqueda y llenar ese vacío que, a mi parecer, se había extendido más de lo que era sano soportar.

Busqué un abrigo para esa tarde fría, además de la ropa con la correa para el pequeño diablo que parecía deshacerse moviendo su rabito a la espera de que lo acomodaran para salir. Hice un esfuerzo de no reírme del Golden que parecía inflar el pecho para que le pusieran su chaquetita de salida y su arnés.

—Vamos a por nuestras mujeres, pequeñín. — El cachorro alzó un ladrido, casi como un grito de guerra y comenzó a correr en círculos desordenados para expresar su emoción. — Cálmate, ya saldremos.

Solo bastó un poco de caricias y sonrisas antes de poder enganchar la correa al arnés y salir con el flamante cachorro que parecía extasiado ante la idea de encontrarse con la pequeña Rubs. El primer destino que tenía era la casa de la familia Luthor, aunque no me negaba en absoluto a la idea de recorrer algunos parques que alguna vez la pequeña había mencionado al vuelo o la misma empresa publicista para poder encontrar a Lena.

Kripto, bien enseñado como Rubs lo tenía, porque yo era el desastre que le daba chuchas sin importar la hora y lo mal que se portara, se recostó en el asiento del copiloto y se quedó a la espera de que llegásemos a nuestro destino. Las calles estaban vacías para ser un sábado a medio día, en un día relativamente refrescante.

El trayecto a casa fue relativamente corto, o quizás estaba influenciado por el hecho de que mis deseos de propiciar ese encuentro eran demasiado grandes como para registrar el real paso del tiempo; lo único que tenía claro, es que en lo que pareció ser un par de minutos, estaba frente a la casa de la madre de Lena, estirando mi blusa para verme presentable. Toqué la puerta mientras apretaba con fuerza la correa del cachorro, creyendo ingenuamente que eso haría que los nervios dejasen de ser tan evidentes.

La puerta se abrió con una lentitud críptica, revelando el vacío profundo de la casa, para luego ver como la cabecita de la niña asomaba su cabecita después de ese trabajoso esfuerzo de abrir la pesada placa de madera. Los ojitos de Ruby se volvieron dos estrellitas cuando se encontró con el perrito sonriente y conmigo.

—¡Tía Kara! — La pequeña lazó, escalando por mi pierna hasta lograr alcanzar mis manos. — Te extrañé. — Dios, no podía creer que el hecho de tenerla entre mis brazos me diera esa felicidad tan grande. — Tía Lena dice que iremos pronto a verte, pero ya casi no la veo a ella porque está trabajando mucho.

La deuda de Los Luthor. - SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora