Maldita bruja con suerte.

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Kara.

—¡No te muevas! — Grité apenas vi a Lena intentando moverse de la camilla. — Carina ya viene.

Mi esposa solo me miró como si me estuviese saliendo una segunda cabeza desde el cuello, y sin tener en consideración mi pobre corazón convaleciente, se sentó en la camilla y resopló frustrada, o quizás un poco hastiada.

Sus ojos verdes se clavaron en mí. — ¿De verdad pretendes que siga aquí? — Asentí, no era algo discutible. — Te dije que solo fue una baja de azúcar.

—No hiciste nada que alterase tus horarios de comida. — Expliqué, dando pasos más cerca de ella para evitar que se bajase de la camilla en algún momento de distracción. — No puedes decir que saltaste tus comidas o irrespetaste tus horarios.

—¡Estoy más vieja, Kara!

—¡Te desmayaste! — Apunté su rostro como si fuese una manera de puntuar una verdad irrefutable. — Eso no es normal, y me niego a moverme de este lugar hasta saber las razones por las que te desmayaste.

Lena solo abrió la boca, quizás en un intento de soltar algún improperio, pero se cortó apenas escuchó la puerta abrirse, dejando entrar a una desorientada Carina, quien parecía no venir desde el hospital porque se encontraba con ropa de deportes. Parecía preocupada, quizás porque no había sido la persona más amable para explicar el incidente ocurrido y simplemente le había gritado con todas mis fuerzas que necesitaba que revisara a mi esposa y que estaba a punto de volverme loca; quizás mencioné la palabra muerte, pero no recuerdo en que contexto.

—¿Por qué Carina? — Preguntó de inmediato mi hermosa mujer. — Kara, me desmayé, no necesito una obstetra por un desmayo.

—Bella. — La doctora de inmediato se acercó, abrazando a Lena mientras ignoraba mi presencia. — ¿Qué ha sucedido? — Quise hablar, pero de inmediato la italiana me dio una mirada mortal. — Tu no hables, ecoico. — No comprendí nada, pero estaba segura de que me había insultado. — No puedes gritar por teléfono que crees que a Lena le ha dado un infarto en la calle, y mucho menos puedes gritarme que si no la reviso lo antes posible, la que se infartará eres tú.

Lena se apretó el puente de la nariz. — Que alguien me diga que mis hijos y mi sobrina no escucharon eso.

—Por suerte ellos ya habían sido auxiliados por los docentes que te vieron caer. — Explicó suavemente la doctora. — Ya que el cachorro que tienes a tu lado no hacía más que correr en círculos, para luego llamarme y comenzar a decir burradas. — Quería defenderme de alguna manera, pero sabía que había actuado de una manera irracional y poco coherente. — Pero en fin, estás aquí, así que pediré a alguno de mis colegas de general que te pueda revisar.

—¡No! — Grité de inmediato, ganándome de inmediato la mirada de las dos mujeres a mi lado. — ¿Puedes examinarla tu?

—¡Es obstetra! — Argumentó Lena.

—¡Es la única en la que confío! — Grité de vuelta, ganándome la mirada curiosa de ambas mujeres. — Eres lo más importante en mi vida, eres mi adoración completa y no puedo concebir el ponerte a ti en manos de alguien desconocido, de alguien en quien no confío. — No me di cuenta en el momento en que comencé a temblar, estaba llena de temor y completamente vulnerable. — Yo... yo... sentí lo que era tener la posibilidad de perderte una vez, ya tuve el temor de ver que algo te pasaba y no quiero sentir eso.

Lena estiró la mano, arrastrándome hacia ella para poder abrazarme. — Fue solo un desmayo, cielo. — Intenté desesperada dejar de temblar, pero antes de darme cuenta me encontré llorando en su hombro. — Kara, no tienes que espantarte por cada cosa que pasa; no puedes evitar que alguna vez me enferme.

La deuda de Los Luthor. - SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora