CAPÍTULO XVIII

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Cuando guardé otra de sus camisetas en la caja volví a derrumbarme. La soledad y el silencio del departamento era devastador, me arrollaba, me hacía sentir demasiado inútil. El perfume de Adrien estaba en cada prenda que había guardado, y eso no hacía más que clavarme un puñal de realidad. Era algo que me había rehusado a hacer, no quería venir de nuevo. No quería encontrarme otra vez con un lugar sólo, vacío. Sin su risa, sin su presencia. Pero el departamento no podría quedarse así para siempre, y aunque era de Adrien, su padre dijo que deberían desocuparlo, porque iba a venderse. Y aquí estaba yo, recogiendo sus cosas y dejando el departamento sin una pizca de Adrien.

Recogí sus trabajos para meterlos en un gran portafolio. Tenía demasiado talento. Adrien era un hombre con disciplina, fuerza, pasión y un talento formidable. Tenía todas las cualidades para triunfar, y lo había hecho. Lo hizo por él. Nuestro apellido tampoco le había ofrecido mucho, e incluso casi nada. Jamás se negará que la editorial era una oportunidad laboral existente para los Dupont, pero era algo reemplazable para alguien que no quería que su vida girara en torno al negocio de la familia, como él. Tener una editorial no le servía de nada, ni llevar el apellido Dupont. Y mucho menos después de que se declarara abiertamente homosexual. Le dieron la espalda, lo juzgaron y criticaron por ser quien era. Ellos no lo valoraron lo suficiente, y eso me dolía.

Escuché la puerta y me limpié las lágrimas caminando hasta allá. Suspiré profundo y cuando tocaron por segunda vez, abrí. Frente a mi estaba un señor con el cabello largo y lente demasiado grandes para su rostro tan pequeño.

-Señorita Dupont, un placer conocerla- me tendió la mano y la estreché asintiendo- Soy Frank Loder, vengo por las cosas que donará a nuestra fundación.- asentí y lo miré. Pensé demasiado hacer esto. Jamás regalé cosas a nadie, siempre fui una niña egoísta y no era algo que me enorgullecía, pero no podía negar mis defectos. Pero esto ya no era sólo sobre mi, estaba él. Yo no podía permitir que toda la ropa y zapatos de Adrien se arruinara sólo porque no era solidaria. Yo no lo era, pero él sí. Y estaba segura que era una desición que él hubiese tomado. Adrien vivía para ayudar, compartir y mejorar a la gente. Y me encargaría que al menos ese tipo de gestos, siguiera haciéndolos incluso sin estar.

-Deme un segundo, ya le traigo las cosas.

-Puedo ayudarle en...- levanté la mano y negué con la cabeza. Su mirada temerosa me hizo saber que él me conocía, y que había averiguado sobre mi. Eso, o que tal vez mi tono fue mucho más duro de lo que me había parecido a mi. Llevé varias cajas a la puerta y la dejé a su lado. Miré hacia ellas con un hueco en el pecho, me dolía la existencia. Me dolía justo en mi soledad- ¿Todo eso?- sus ojos se iluminaron al ver tantas cajas en el suelo y asentí- Señorita Dupont, yo... es demasiado, gracias. ¿Puedo abrazarla?

-No me gusta mucho el contacto físico- hice una mueca y él asintió con una sonrisa.

-Mis chicos estarán muy felices, usted es una persona grandiosa.

-No es un regalo de mi parte, sino de mi primo Adrien- me miró con tristeza y asintió bajando la cabeza- Espero que lo disfruten, y que alegre muchas vidas con este detalle- asintió y estrechamos nuevamente las manos

-me encargaré de que, en memoria de su primo, muchas personas sean felices. Y que conozcan su corazón amable y generoso-asentí- Adiós, señorita Dupont. Y nuevamente, muchas gracias- algunos hombres se acercaron a ayudar con las cajas y cerré la puerta dejándome caer al suelo. Me cubrí el rostro con las manos, negando con la cabeza.

-Yo no debería estar regalando tus cosas, no debería estar aquí sola. No deberías estar muerto, Adrien- acerqué una de las camisetas que decidí conservar. Lloré por unos minutos y me detuve cuando fui consiente de que debería tener todo listo para cuando el sol se pusiera. Me levanté poniéndome la camiseta de Adrien y terminé de recoger los trabajos de Adrien. Entre los papeles encontré algunos recibos de la compra de un auto. Fruncí el ceño y los ordené metiéndolos en mi bolso. No tenía idea que Adrien quisiera cambiar su auto, de hecho me parecía absurdo. Adrien era demasiado celoso con su auto, auto que había sido donado también. No tuve voz ni voto esa vez, pero mi tío decidió que así fuera.

DE AZUL A MI Donde viven las historias. Descúbrelo ahora