'Me senté en el sofá después de que Verónica se fue.. No pude perseguirla, y no quería detenerla porque entendía el choque enorme que esto representó. La vi alejarse y miré el auto. Luego entre a la casa y me senté a pensar un poco en todo. En Adrien, en Verónica. En lo especial que era ella para que él decidiera regalarle un auto. Estaba considerándome fan de su amistad, de la complicidad que tenían. De que parecían familia, de que lo eran.
Me levanté y me fui a la cafetería porque necesitaba un café y quería estar segura de Verónica estaba allá. Y estaba bien. Cuando llegué pedí el café y no la vi por ningún lado, empezaba a preocuparme. Pero suspiré con tranquilidad cuando la vi aparecer minutos después. Ahora sabía que estaba bien. Caminó hasta una de las mesas en la que, hasta ahora, notaba que estaba alguien. Era la mujer con la que se había besado esa noche.
Una sensación que consideré ridícula, y demasiado errónea me recorrió.
No eran celos, ojalá lo fuera. Era algo más complicado y profundo. Sentía envidia. Envidia irracional, pero envidia de ella que tenía a la Verónica vulnerable. Sabía que ella sacaba su versión más fuerte para ser un apoyo para mi. Pero ella necesitaba a alguien, y al parecer ese alguien era aquella chica. Intenté concentrarme en el libro mientras ellas conversaban, pero fue una misión demasiado difícil. El momento en que decidí irme, al parecer, fue el mismo que escogió ella. Se levantó después de una llamada y le dio un beso en los labios a su acompañante.
Yo necesitaba de Verónica, pero Verónica no me necesitaba a mi. Y eso debía entenderlo. En el fondo yo había sido la mujer que la había lastimado, y ella quien la había hecho ser de nuevo. Me marché de la cafetería después de ella y me fui a casa. Estaba confundiendo las cosas. Estaba adentrándome a un laberinto que solamente yo me había inventado, en contra de cosas las cosas que debía seguir. Me estaba permitiendo pensar y sentir cosas que no debía. Y no entendía nada.
Me había negado demasiadas veces ceder a algo, pero no podía con Verónica. Las cosas habían sido de una forma demasiado genuina, fuerte. Casi impuesta sobre mi carácter. Sobre mis negaciones y represiones. Ni siquiera tenía sentido. Verónica era todo lo opuesto al tipo de hombres que me habían llamado la atención y demasiado diferente incluso a Alexandre, que fue al único que quise en serio. No estaba entiendo nada. Ni siquiera era lesbiana, al menos nunca imaginé o se me pasó por la cabeza serlo. Y ahora, tenía envidia de aquella mujer por tener la atención de Verónica que yo no tenía.
-Estas enloqueciéndote- me miré al espejo y bajé la cabeza. Yo no debí dejarme llevar esa noche. Aquel acontecimiento representó un antes y después en mi vida, acompañado de una revelación enorme, que estaba ahí en frente, pero que todavía me rehúsaba a ver.
Pedí la comida y cené en el jardín trasero de la casa, al menos intenté hacerlo, porque no me pasaron más de dos bocados de comida. Había llamado a Paula, como siempre preguntando como iba la investigación, pero la respuesta era siempre la misma: avanzando. Estaba harta.
Cerré los ojos y sentí el silencio de la soledad torturarme. Desde pequeña siempre acostumbré a estar sola, las niñas eran competencia, y los niños un cero a la izquierda para mi. Ser la mejor me negó tener amistades, y eso jamás fue problema, hasta ahora. Ahora que Scarlett estaba tan lejos y Adrien muchísimo más. Ahora que no me quedaba más remedio que estar en silencio. La soledad me parecía cómoda cuando era escogida, pero el que sea impuesta por la vida me parece demasiado molesto. No logré dormir del todo, y estaba resignándome a jamás poder dormir bien de nuevo. Debía acostumbrarme a que mi paz había sido arrebatada junto con la vida de Adrien.
Mi padre llamaba desde Francia, pero no atendía la mayoría de veces. Me había ausentado de la editorial y eso le molestaba, y a mi me sorprendía demasiado. Por eso sabía que estaba tan rota, ni siquiera ganas de estar en el lugar que fue mi vida me daban.
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DE AZUL A MI
RomansaEn la vida a veces tuve que aprender a las mala lo difícil que era tener libre albedrío incluso para hacer algo insignificante como tomar una decisión. Debí aprender cada cosa, cada pequeña y mínima cosa para llegar a ser grande. Pero jamás aprendí...