Capítulo 2

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El día de su cumpleaños amaneció lleno de nubes, un reflejo de la tormenta que Viveka sentía. La noche anterior su hermano no había querido decirle nada de la conversación con su padre. Ni una palabra, tan solo se limitó a acompañarla hasta su habitación, fingiendo con la mejor de sus sonrisas que esa expresión perdida no había existido, y esperó pacientemente a que ella se adecentara para la cena. Después, frente a sus padres, justificó el retraso de su hermana como que él mismo había sido el responsable, distrayéndola. 

Para Viveka no pasó desapercibida la mirada que le lanzó su padre a Kalevi, una advertencia silenciosa, ni como su hermano negaba. 

Quizás eso era lo peor de todo, el saber sin llegar a saber, el intuir que algo estaba ocurriendo y que no le estuvieran contando nada. ¿Cuántas veces Kalevi le había ocultado alguna cosa? Nunca, esa era la primera, y debía ser horrible para que su hermano hubiera tomado esa decisión. 

Pero ella también tenía que fingir, en especial ese día. Sabía que habría una gran fiesta, que muchas personalidades importantes del reino estarían presentes, y que ella sería el centro de atención. No era la princesa, ni quería serlo, pero ese día ella eclipsaría a cualquiera. No todos los días la hija de un jarl cumplía diecisiete años, no todos los días los nobles casaderos del reino podían presentar sus aspiraciones.

Viveka contuvo un grito.

No quería celebrar esa fiesta, por mucho que le hubiera emocionado otros años, hoy era particularmente horrible. Se sentía como un premio de un torneo, algo más con lo que decorar la pared de la Gran Sala y mostrar a las visitas. Lo veía una tontería, la única persona con la que pensaba casarse era con Sigurd y sabía que su padre escucharía su decisión, al menos con esto lo haría. El jarl Ull estaba arraigado en las tradiciones, pero Viveka había visto el aprecio que le tenía su padre al chico y cómo lo había acogido durante años, dándole cada vez más y más responsabilidades. De poco importaba su origen sin padre, el muchacho se lo había ganado. Además, su propio padre no era quien para poner muchas pegas sobre eso.  Su madre, Magrit, no tenía ningún linaje, tan solo la suerte de haber robado el corazón del joven jarl al poco de haber asumido el puesto de su padre, el jarl Sven. Magrit había sido una chica que trabajaba en el telar, una tejedora excepcional a la que su propia abuela había instruido, y quizás el favor que sentía la madre de Ull hacia la joven había facilitado que ellos dos terminasen juntos. La historia podría repetirse entre Sigurd y ella, con lo que el espectáculo que habría esa tarde no era más que eso, un espectáculo, y Viveka debía cumplir como la protagonista. 

Debía cumplir por tradición, aunque luego se ignorase; debía cumplir por su hermano, quien cargaba un peso tan importante que no podía compartirlo; debía cumplir por su madre, desconocedora de todo lo que ocurría; y debía cumplir por su padre, la persona que le había dado todo lo que tenía. 

Se vistió ella sola, sin ayuda de nadie. Era común tener doncellas que ayudasen a los nobles en este tipo de tareas, pero en su pueblo no había por petición de su madre. Magrit había crecido toda su vida vistiéndose sola y sin nadie que la supervisase y quería lo mismo para sus hijos. Además, esas doncellas podían hacer más falta en otra parte de la casa y para Viveka eso no era un problema. La joven se acomodó el vestido y salió de la habitación.

Una cosa que le gustaba de Valistue era lo caóticas que podían ser las mañanas. Todo el mundo comenzaba su día ajetreado, preparándose para el trabajo, y no había tiempo para las formalidades; esas se reservaban para la cena. Viveka podía ir y venir por la Gran Sala sin preocuparse de nada, directa hacia las cocinas para coger algo con lo que matar el hambre. Saludó a un par de sirvientas mientras se dirigía directa hacia un bol lleno de frutas y tomó una manzana. Después se acercó a la mesa central, donde habían colocado las sobras de la cena, y se preparó un pequeño bocadillo con varios trozos de carne de cordero. Lista con sus provisiones, Viveka salió de la Gran Sala y fue directa a la plaza. Allí los granjeros estaban repartiendo leche recién ordeñada a todo el pueblo. Siempre se hacía así, una manera de garantizar que los aldeanos pudieran comer algo por las mañanas, y a cambio recibían una compensación directa del jarl. La leche que sobraba se utilizaba para hacer quesos y manteca, con lo que ya se comercializaba. 

La jarl de EngerestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora