Capítulo 10

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Aquella mañana, unas sirvientas la sacaron de la cama casi a rastras y la llevaron frente a su madre. 

-¿Sabes qué día es hoy?

Viveka asintió. Era el día en el que se acababa su libertad.

-Entonces vamos, queda mucho por hacer. 

Su madre se enganchó a su brazo y empezó a tirar de ella hacia la salida. Por un momento Viveka se avergonzó, iba a salir al exterior en camisón, pero una vez fuera vio que todavía faltaba un poco para el amanecer. El pueblo ni siquiera se había despertado y ella ya estaba comenzando aquel fatídico día. 

Caminaron y se dirigieron a la puerta noroeste, saliendo del recinto de Valistue y poniendo rumbo hacia el bosque. Unos guardias se les unieron en cuanto atravesaron la muralla y viajaron con ellas hasta el círculo de Freya, donde había varias mujeres más esperándolas. 

Viveka miró a su madre, esperando que le diera una explicación para todo esto.

-Es parte de la tradición de la boda venir a orar en compañía de otras mujeres.

-¿En camisón?

-Eso también es parte del ritual -contestó con una sonrisa.

Su madre la llevó hasta el centro del círculo y la dejó allí para unirse al resto de mujeres. Ellas habían traído velas, flores y comida, todo ofrendas para la diosa.

-Hoy estamos aquí para celebrar los ritos de la boda de Viveka Ulldöttir -una secerdotisa se acercó a ella y comenzó a hablar hacia las otras veinte mujeres que había allí reunidas. Los guardias, aunque cerca, se mantuvieron fuera de la vista de todas las personas allí presentes, ocultos entre los árboles-. La hija de nuestro jarl y de nuestra hermana Magrit se casará con la puesta de sol -todas aplaudieron, ignorando que estaban celebrando la sentencia de muerte de Viveka. 

La joven se limitó a quedarse allí de pie mientras las mujeres empezaban a cantar. Era una melodía sencilla en tonos graves, sin palabras y usando sus voces y palmas como únicos instrumentos. El golpe de percusión era repetitivo, constante y una mera forma de mantener un ritmo uniforme entre todas esas mujeres. Una de las sacerdotisas empezó a cantar y Viveka reconoció la invocación a Frigg, diosa del matrimonio. Ella también había intentado rezarla en ese mismo lugar y el resultado había sido nefasto, pero tampoco iba a quitarles la ilusión. Querían cumplir su ritual, así que ella iba a dejarlas hacer. De poco importaba ya su opinión, no había forma de huir de eso.

El cántico termino y una a una las mujeres se fueron levantando y acercándose a Viveka para darle sus mejores deseos y consejos, orando a Frigg para que bendijese el matrimonio, todo mientras salpicaban su camisón blanco de vino

-Que tengáis muchos hijos.

-Que te proteja del mal.

-Que los dioses tarden en llevárselo al Valhalla.

-Que siempre tengáis un plato en la mesa.

-Que seáis felices.

Ahí Viveka dejó de escuchar las bendiciones. ¿Feliz? Su felicidad empezaba por no tener que casarse y terminaba por alistarse en el ejército y combatir por su pueblo. Aquella felicidad que pedían las mujeres era un suplicio para ella. Hijos... No, jamás se convertiría en madre, era demasiado sacrificio para una recompensa tan pequeña. Se imaginaba con una hija como ella, rebelde y contraria a las normas y, aunque podría entenderla, sería muy complicado tratar con ella. Demasiados quebraderos de cabeza para qué, ¿un par de besos y abrazos sinceros al año? No, no merecía la pena. 

Continuó allí, aguantando las palabras y recibiendo los salpicones de vino en su camisón, esperando que aquello pasase. Sonreía por educación y asentía como una boba, sin saber si quiera lo que le habían dicho, pero a quien le desease un vientre yermo le daría hasta las gracias. 

La jarl de EngerestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora