Capítulo 33

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El jarl Hennerik la observó con la expresión desencajada, puro pánico en sus ojos.

-Tú...

-De ti dependerá lo que ocurra después -advirtió, quitándose por fin la manta que usaba de abrigo. Ahora le daba tanto calor que decidió dejarla sobre la mesa-. Según lo que nos digas, borraré la marca.

-¡Eso no es un criterio! -exclamó él, tratando de soltarse y haciendo temblar la silla. 

Ivar alargó la mano y la mantuvo en su sitio, evitando que cayera al suelo. De alguno de sus bolsillos sacó otro cuchillo y se lo colocó al cuello. Se agachó, colocándose a la altura de su oreja, y habló con voz pausada. 

-Piensa que esto podría ser mi criterio -amenazó- y las marcas que yo te haga serán imborrables -y, para demostrar sus palabras, clavó el cuchillo en su hombro.

Hennerik volvió a gritar, el mismo sonido agónico que Viveka había escuchado antes de entrar en la sala. Ivar recogió la mordaza de su cuello y la colocó de cualquier manera, tapando su boca. 

-No -le detuvo Viveka.

-Le oirán -Ivar mantuvo la mordaza en su sitio.

-La Gran Sala está vacía -le informó-, o al menos casi vacía -matizó-, pero si le oyen tampoco será un problema. Nadie tendrá aprecio por este traidor.

Ivar soltó la mordaza y se acercó a ella. Viveka se tensó, el cuchillo seguía clavado en el hombro de Hennerik y él podía tener acceso, aunque estaba completamente inmovilizado. Avanzó hacia allí, dispuesta a recuperar esa arma, pero Ivar se interpuso en su camino. Colocó una mano en su pecho, obligándola a frenar, y luego alzó esa misma mano a su mentón, haciendo que le mirase. Ella se mantuvo orgullosa, puro odio en su mirada, como si no hubiera diferencias entre él y el jarl.

-Tú quieres oírle -afirmó.

-Quiero que todos los que han muerto por su culpa le oigan -respondió-, incluso mi sobrino desde su mortaja en Hovsektrikt.

-No era una pregunta -negó-: tú quieres oírle -repitió sin soltarla. 

Ella no se movió, dudando qué debía hacer. ¿Quería oírle? Le daba miedo responder a esa pregunta, aunque Ivar no la había formulado como tal. Contestarla implicaba admitir muchas cosas, reconocer que en su interior no solo se encontraba la fuerza guerrera de Odin, de Thor y de Tyr, sino que también había parte de la sed de venganza de Skadi. Ella había sufrido cuando los dioses mataron a su padre y quiso enfrentarse a ellos, aunque Odín no quería pelear contra ella y le ofreció un trato: los ojos de su padre como estrellas y la oportunidad de desposar a un dios, aunque debía elegirlo por el aspecto de sus pies. Ella esperaba escoger a Baldr, pero acabó casada con una persona que la hizo infeliz. Viveka no quería acabar como ella, dejándose llevar por la venganza y viéndose presa en un matrimonio que no quería, aunque eso ya había ocurrido. 

No tenía nada que perder, su castigo parecía haber sido impuesto antes de tiempo, así que movió su cabeza de arriba a abajo lentamente, asintiendo ante la afirmación de Ivar. Quería vengar a su padre y a su pueblo, al igual que el dios Vidarr, hijo de Odín, se vengará del lobo Fenrir cuando este mate a su padre. 

La sonrisa de Ivar se amplió antes de hablar.

-Le oirás.

Él apartó la mano de su rostro y se dio la vuelta, enfrentándose al jarl. Agarró el cuchillo de su hombro y lo sacó de golpe, haciendo que él emitiese un leve quejido, pero luego volvió a clavarlo en otro punto de su brazo. Ese grito fue mayor, al igual que todos los siguientes. Ivar se encargó de torturarle, hundiendo el cuchillo en distintas partes de su cuerpo, buscando la forma de herirle y mantenerlo con vida al mismo tiempo. Le arrancó las uñas y luego le cortó algunos dedos, haciéndolo falange a falange para alargar más el proceso, todo ello con el fin de que Viveka le oyera gritar. No había preguntas, no le estaban sacando ninguna información, tan solo eran actos que culminaban con cada grito. 

La jarl de EngerestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora