Capítulo 12

18 6 0
                                    

Al día siguiente Viveka despertó por culpa de un golpe en su pierna. Ivar estaba junto a ella, contemplándola cuan alto era y dándole pequeños golpes con su pie. 

-Bien, ya empezaba a dudar de tu sensibilidad -resopló.

Viveka no dijo nada acerca de la forma tan amable en la que la había despertado y se incorporó, adecentándose el pelo. Le observó cómo se acercaba a la cama y, con un cuchillo, se hacía un par de cortes por las manos, abriendo algunas viejas heridas. Dejó caer las gotas de sangre sobre las sábanas, procurando que cayeran agrupadas.

-¿Qué haces? -cuestionó Viveka.

Ivar la miró como si fuera tonta.

-¿No has... yacido con nadie, no? -Viveka enrojeció-. Vale, no lo has hecho -él rió-. Con esto pensarán que esta noche ha sido tu primera vez.

Ella abrió la boca, incapaz de decir nada. Él había pensado en cada pequeño detalle, era cierto que observaba todo. 

-Gracias -musitó.

-Si no hablas más alto, nadie te va a oír -se burló-. Aunque imagino que estás acostumbrada a que todo el mundo te escuche, ¿no?

Viveka no supo responder al insulto y tan solo calló. Ivar se rió en silencio y limpió el cuchillo con el bajo de su túnica interior, para después guardarlo en una funda. Dioses, ella no había pensado que él pudiera estar armado, había sido tan ingenua intentando atacarlo que solo podía agradecer haber sobrevivido. 

-Bueno, te recomiendo que te des prisa, nos iremos lo antes posible -avisó. Ivar pasó por encima de ella y se dirigió a la puerta-. No me gusta esperar por tonterías.

En cuanto la puerta se cerró, Viveka se puso en pie. Recogió la almohada del suelo y la lanzó contra la cama, donde rebotó una vez antes de quedarse quieta. Se sentía muy rara, como si nada de lo que estuviera ocurriendo fuera real, pero era cierto, la cinta en el suelo era una prueba más de que se había casado y que su marido parecía un experto en insultarla y ni siquiera habían pasado un día entero juntos. 

Se dejó caer contra la cama, aprovechando para reconfortarse durante unos instantes. El suelo, aunque duro, había resultado más cómodo de lo que pensaba, pero eso no quitaba que sintiera la espalda destrozada. Se estiró, dejando que los músculos se liberasen, y entonces permitió que le asaltasen las dudas. ¿A dónde se marchaban? ¿La llevaría Ivar fuera del reino? ¿Alguien habría hecho sus maletas? ¿Cómo viajaría? No sabía ni qué iba a hacer, ¿cómo podía prepararse para ello?

Un par de golpes en la puerta la sacaron de sus divagaciones y Viveka se incorporó para sentarse en la cama antes de contestar.

-Adelante.

La puerta se abrió y dos criadas entraron. La contemplaron con lástima y se miraron la una a la otra antes de hablar.

-Veníamos a prepararla para el viaje, señora -anunció una de ellas.

Señora... el término sonaba tan raro dirigido hacia ella...

-De acuerdo -Viveka se puso en pie.

-Oh, tiene aquí esto -la misma criada se había agachado para recoger la cinta de la ceremonia y se la tendió a Viveka-. ¿Quiere quedarse con ella?

La joven dudó. Sabía que lo normal era que la mujer guardase esa cinta y la colocase en algún lugar especial. Su propia madre tenía atada la suya en uno de los tablones de su cama, pero ella no sabía que iba a hacer. Igualmente, no podía rechazarlo, sería otra ofensa más para Frigg, así que recogió la cinta y la ató a su muñeca izquierda por el momento, dando cuatro vueltas antes de hacerle un nudo. Los flecos quedaron colgando ligeramente y, en cierto modo, podía decir que le resultaba hasta bonita. 

La jarl de EngerestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora