Capítulo 20

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El cuerpo de Sedilgune fue tratado de una manera especial y envuelto en lino antes de arder en la pira. Viveka contempló con lágrimas en los ojos cómo las llamas iban creciendo, consumiendo los restos de la chica. Sabía que era la tradición y que la muchacha se había ofrecido voluntaria, pero una parte de ella no estaba conforme con lo que acababa de hacer. Tan solo esperaba no tener que volver a ver algo así en la vida. 

Una vez el cuerpo se consumió y no quedó nada más que cenizas, apagaron el fuego y recogieron los restos. Esperaba que tuvieran un mejor final, esparcidos por la ladera de la montaña en lugar de terminar encerrados bajo tierra. No se quedó a comprobarlo, marchó junto al resto de los ciudadanos en dirección hacia su casa, deseando que el día se acabase. Sin embargo, una vez llegó a su cama, Viveka no sabía qué hacer. En su mente se reproducía todo el ritual como una secuencia de imágenes que, al llegar al final, empezaba de nuevo. Las sensaciones seguían en su piel: la sangre, la espada cediendo, sus pies bañados, el peso de la chica contra su cuerpo. Tal vez, si se hubiera cambiado de ropa, el olor metálico de la sangre y la humedad que notaba en el pecho habrían desaparecido, haciendo todo más fácil.

Necesitaba salir, pero salir fuera de la montaña. Allí dentro ni siquiera corría el aire y, aunque el ambiente era frío, no era lo que ella quería. Le agobiaba estar allí. La caverna, aunque amplia, parecía echarse encima de forma constante y, aun dentro de la casa, la sensación no desaparecía. Decidió ponerse en pie y salir de la habitación donde dormía sola, procurando no hacer ruido al abrir la puerta. El pasillo estaba desierto y, con pasos cuidadosos, bajó hacia la primera planta. La escalera, de roca pura, al menos no crujía. Ella continuó avanzando, vigilante ante cualquier ruido que pudiera venir del interior de la casa, hasta que llegó a la puerta principal.

-¿Qué estás haciendo?

Sus dedos apenas habían tocado el pomo cuando escuchó la voz.

Se giró lentamente, lamentando su suerte, y se topó con Tora al fondo. La chica avanzaba en su dirección con un aspecto muy diferente al que Viveka estaba acostumbrada a verla. Llevaba el pelo suelto, lacio hasta las puntas donde se ondulaba ligeramente, y no quedaban restos de armadura. Incluso cuando iban a la taberna o daban una vuelta por Engerest, Tora siempre llevaba puesto el peto de cuero. No era así en esos momentos, tan solo una túnica amarilla de manga larga cubría su cuerpo, además de los pantalones anchos habituales. 

-Vivi... -Tora pronunció su nombre a modo de insistencia.

-Yo...

-Ven.

Ella le tendió la mano y Viveka la aceptó, dejándose llevar. Tora la condujo hasta los cojines que había en la sala, tirados en el suelo y listos para que cualquiera se sentase. Eso mismo hicieron, sentarse, la una frente a la otra, y Tora esperó amablemente hasta que Viveka fue capaz de hablar.

-No podía dormir.

En respuesta, la chica esbozó una leve sonrisa de comprensión. 

-Me lo imaginaba -asintió. Viveka ladeó la cabeza en una expresión confusa-. Vi tu cara cuando la sacerdotisa te dijo lo que tenías que hacer -explicó- y también durante el ritual. Estas tradiciones son ajenas para ti, no estás acostumbrada a ellas. 

-No... -admitió.

-No es fácil -continuó Tora-. Yo también recuerdo la primera vez que vi un ritual de este tipo, aunque no tuve un papel tan importante.

-¿Cómo fue?

Los labios de Tora se estiraron en una mueca completamente recta.

-Desagradable -resumió-. Es uno de mis primeros recuerdos, de cuando aún vivíamos en la tribu. Aunque no me gusten, entiendo que son necesarios, que son parte de nuestra vida y de nuestra forma de honrar a los dioses -habló muy seria, como si llevase tiempo queriendo decir esas palabras-. Después de todo, los lovlos y los sterkbjoritas no son tan diferentes.

La jarl de EngerestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora