Capítulo 22

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El tiempo y el camino habían sido amables con ellas durante esos días. Contra todo pronóstico, habían conseguido recorrer la distancia entre la antigua fortaleza y la capital en apenas dos días, cabalgando casi sin descanso durante la noche para pasar la pequeña llanura que se extendía entre el lago y las montañas sobre las que descansaba Hovsektrikt. 

Solo allí, de nuevo entre los árboles y con las rocas a su espalda, se habían permitido dormir. 

Los caballos habían descansado con ellas, pero no estaban dispuestos a seguir la marcha con las pocas horas de sueño. Al final accedieron a darles una ración de comida extra, con su correspondiente agua, y solo entonces se dejaron convencer.

Avanzaron de nuevo entre los árboles, apartando las ramas bajas que les golpeaban en el rostro. Ese tramo de bosque no era muy extenso, al menos eso era lo que había visto en los mapas, y, en efecto, no tardaron mucho en salir de nuevo al amparo del sol. Por suerte, la muralla de Hovsektrikt no parecía estar demasiado lejos, así que podrían soportar esos minutos de camino. Quizás horas.

-No hagas nada extraño, ya nos están vigilando -advirtió Tora, indicándole con los ojos lo alto de la muralla.

A pesar de la distancia, Viveka pudo distinguir unos destellos que apenas se movían y, poco a poco, aparecieron más. 

-Puntas de flecha -aclaró Tora, por si acaso ella estaba confusa.

Viveka continuó sin hablar. No lo había hecho antes no porque no lo hubiera identificado, sino porque algo en ella se había paralizado al verlo. ¿Tan mal estaba la situación como para apostar quince arqueros por el simple avistamiento de dos viajeras? No quería pensar cómo se encontrarían en otras partes del reino.

Prosiguieron la marcha, arropadas por la montaña y el sol. El bosque quedaba muy atrás, la ciudad aún alejada, y la amplia llanura no mostraba ningún peligro. La principal amenaza en esos momentos seguían siendo los soldados apostados en la muralla, o los que había fuera de ella. El rey debía haber ordenado que se levantasen barricadas y todo tipo de defensas para proteger la ciudad, enviando a los soldados fuera para ello. Tal vez de forma permanente a juzgar por la figura de las tiendas que empezaban a divisarse.

-Esto...

-Sí.

-No daré media vuelta ahora -sentenció Viveka.

-Encontraremos la manera de pasar -prometió Tora-. Tú muéstrate segura.  

Viveka siguió su consejo y echó los hombros para atrás y alzó la cabeza, haciendo gala de su posición. Los soldados se detuvieron a mirarlas mientras pasaban, pero ninguno se atrevió a cuestionar lo que estaban haciendo. Siguieron avanzando, adentrándose más y más en el campamento, pasando por las tiendas, hasta que un pequeño grupo les cortó el paso al comienzo del camino empedrado que llevaba hasta la puerta principal de Hovsektrikt.

-¿Quién sois? -preguntó una mujer de pelo castaño y facciones afiladas. No llevaba ni un solo pelo fuera de su perfecta coleta y su armadura, a pesar del revuelo de tierra que había bajo sus pies por culpa de todas las personas del campamento, estaba pulcramente cuidada. 

Por si acaso no era suficiente, Viveka se estiró aún más.

-Viveka Ulldöttir, hija del jarl de Valistue, Ull Svenson -comenzó-. Esposa de Ivar, heredero del jarl Einar de Engerest, y, por lo tanto, futura jarl de Engerest -aclaró-. Ella es Tora -añadió tras una breve pausa-, una de las guerreras personales del jarl Einar y mi protectora. Estamos aquí para ver a mi marido, Ivar, ya que nos han informado que había regresado de su misión herido -explicó, detallando lo ocurrido de la forma más breve posible-. No pospondré por más tiempo el ver a mi marido -advirtió con dureza-. Ya el rey le apartó de mi lado durante dos años y no esperaré cuando sé que se encuentra en un estado tan preocupante. 

La jarl de EngerestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora