Capítulo 44

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Las escaleras circulares de la torre se extendían durante varios pisos y las tres chicas las bajaron a toda velocidad. Hilda encabezaba la marcha, pura furia dispuesta a acabar con todos, y estampó la cabeza del primer Inkogen que las vio contra la pared, aplastándola varias veces hasta que su rostro quedó irreconocible. Viveka se deslizó hasta colocarse a uno de sus lados y Tora se situó en el opuesto, flanqueando y protegiendo a Hilda, su arma más mortal en esos momentos. 

Más Inkogens trataron de enfrentarse a ellas, detener su avance, pero era imposible. Daba igual lo que hicieran, ahora su amiga era una valkiria y ellas le estaban ofreciendo todas las almas de sus enemigos. Costase más o menos, las tres eran imparables, luchando con los ojos puestos en todas partes y en todos, controlando el terreno. Tora le vio primero y alertó a Viveka, cambiando posiciones rápidamente. Desde ese ángulo le divisó sin problemas, una sombra negra y rápida que corría sobre los tejados, cayendo con gracia y levantándose de formas increíbles, haciendo gala de toda su fuerza de combate. 

Ivar cayó sobre uno de los cinco soldados que las rodeaban en ese momento, causando la distracción perfecta para permitirles atacar. Viveka hizo un tajo diagonal ascendente, hiriendo a su oponente desde la cadera hasta el hombro, rematando con un golpe horizontal que le rajó el cuello. Tora fue sencilla, estocando en el pecho de su rival y, desde dentro, moviendo su espada hacia el costado, agrandando la herida hasta que la armadura no se lo permitió más. Hilda, dispuesta a probarse a sí misma, dejó que atacaran primero, defendiendo con su espada y un hacha, pero el juego solo le duró ese asalto. Con fuerzas, la muchacha clavó el hacha en la cabeza de uno de ellos y, según terminaba el movimiento, la lanzó directa a la frente del otro.

-¡Vivi! -exclamó Ivar al verla. 

Los dos se abrazaron durante unos segundos, alegres de ver al otro con vida. Viveka se apartó rápido y por su expresión y sus ojos rojos Ivar dedujo que algo había sucedido. Echó un vistazo a su alrededor, mirando a las otras dos muchachas, y lo comprendió al momento.

-Vivi...

Trató de abrazarla de nuevo, pero ella se apartó.

-Hay que abrir la puerta y...

Se giró rápidamente, alertada por unos pasos apresurados, y esperó. No quedaban Inkogen en las murallas, al menos no en esa zona, con lo que el ataque venía desde abajo, desde donde estaban ellas. Formaron y esperaron, escuchando los ruidos de una pelea. A su derecha, soldados de Engerest bajaron desde el torreón, relajándolas un poco, pero los pasos que había oído Viveka procedían de la otra dirección y no tardaron en acercarse más.

-¡Qué difícil es...! -Ansgard giró la esquina y, al verle, Hilda lanzó el hacha-. ¡Ahhh! -gritó el chico, esquivando el arma-. ¡Joder!

-Es aliado -se apresuró a decir Viveka, corriendo hacia él para calmarlo y recuperar el arma.

-Sí, estaría bien que se lo dijeras -apoyó el muchacho.

Hilda resopló, tomando el arma que Viveka le pasaba.

-Que ayude con las puertas entonces.

La chica se acercó al portón, ahora desprotegido, e intentó levantar los tablones que lo mantenían cerrado. 

-Tiene que haber una forma más sencilla -murmuró Viveka, estudiando el mecanismo. Cada una de las barras de madera perecían encajar siguiendo un patrón.

Hilda había optado por empezar a usar directamente su hacha, cortando los tablones por la mitad. Parecía efectivo, había conseguido acabar prácticamente con uno, pero había unos cuantos colocados por todo el alto de la puerta, los dos últimos situados a una altura a la que ninguno podía llegar.

La jarl de EngerestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora