Capítulo 34

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Los labios de Ivar se sintieron bien contra los suyos por primera vez. Se movían, suaves y calmados, devolviendo el beso con cautela. Se rozaban, un tacto leve, igual que la tela fina de los vestidos de verano se dejaba caer sobre la piel. 

Era una sensación diferente, abrumadora en cierta manera, un contraste que no esperaba. Tan solo se habían besado dos veces y ninguna de ellas había sido bonita. En ambas él había estado tenso, su boca dura como la roca; mientras que ella había querido que él sufriera en una de las ocasiones y estaba muerta de miedo en la otra. No había habido ningún tipo de cariño o de placer, habían sido besos por necesidad del momento, pero eso era diferente. Se besaban porque querían, porque algo había ocurrido durante esas batallas que los había unido y, aunque Viveka había tomado la iniciativa, Ivar lo había aceptado. 

Los roces se intensificaron, sin perder la suavidad, y los besos se alargaron, dejando los labios unidos por más tiempo. Ivar recorrió las piernas de Viveka por encima del pantalón, subiendo por sus muslos hasta sus caderas, levantando parte de la túnica a su paso y deslizando sus manos hasta situarlas en el hueco de su espalda, cálidas contra su piel. La atrajo contra sí a la vez que caminaba hacia atrás, quedando él mismo atrapado entre una mesa de la habitación y el cuerpo de Viveka. Ella continuó besándole en todo momento, sin apartar una de sus manos de su rostro y, con la otra, repartiendo caricias por su pecho. 

Se apretaron el uno contra el otro, enredándose. Ella dejó una de sus piernas entre las suyas y separó la otra, levantándola para apoyar la rodilla en la mesa, sintiendo como la pierna de él causaba una presión placentera. Devolviéndole el gesto, ella se apretó contra él lentamente, provocando que sus manos agarrasen su cintura con fuerza. No le dolió, más bien fue al contrario, pero Ivar liberó rápidamente su cuerpo y sacó las manos de debajo de la túnica, pasando a estrujar solo la tela, como si quisiera arrancarla. 

Eso hizo que ella se apretara más, también contra su boca. El beso continuó creciendo y sus lenguas se rozaron, jugando la una con la otra. Se mezclaron, juntándose sin límites, descubriéndose a la vez. Pasó por sus dientes, perfilando el borde, emitiendo una sensación que le provocó a Viveka un escalofrío en la nuca. Mordió su labio en reflejo, atrapándolo de una forma similar a cómo lo había hecho en el establo, y de nuevo Ivar tiró de su ropa. Ella agarró el borde de su camisa, empuñándolo para atraerle más contra sí misma, y deslizó la mano hasta llegar a su pelo. Lo atrapó también y tiró de él, forzando a que el beso fuera más intenso. Una de las manos de Ivar subió, marcando con fuerza el recorrido por su espalda, hasta que llegó también al nacimiento de su pelo. Lo enrolló entre sus dedos y tiró, forzando con el gesto a que Viveka alzase el cuello, separando sus bocas de golpe. La lengua de Ivar pasó a bordear su mandíbula, repartiendo besos y mordiscos allá donde le apetecía. 

-Deberíamos... -intentó decir. Sus dientes atraparon entonces la oreja de Viveka y tuvo que cortar la frase-. ¿Qué es lo que quieres? -dijo atropelladamente, alejándose para poder contemplarla.

Viveka cerró los ojos con fuerza y respiró, buscando calmar los latidos de su corazón. Aquello estaba siendo increíble y no tenía muy claro cómo habían llegado a ese punto, pero estaba pasando y lo estaba disfrutando. Quería seguir adelante, terminase como terminase, porque era la primera vez que estaba segura de ello. Los besos con Sigurd nunca le habían hecho perder la cabeza de esa forma y, a pesar de que todavía estaba intentando asimilar la idea, era Ivar quien lo había conseguido. 

Los dioses tenían una forma extraña de jugar con sus vidas, no esperaba que fuera a cumplir esa parte de sus votos dos años después de la boda. 

-Quiero seguir -admitió-. Quiero... quiero esto, Ivar.

Por si acaso aún quedaban dudas, Viveka bajó la cabeza, directa a besarle, pero se detuvo a mitad de camino. Ivar la contemplaba con una sonrisa torcida, sincera y alegre, sin un solo gesto de burla. Se sintió pequeña, diminuta ante la intensidad de su mirada, viéndola como si fuera algo increíble.

La jarl de EngerestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora