Capítulo 41

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Viveka apenas podía dormir y, en esta ocasión, no era culpa de los ronquidos de Hilda. Las cuatro chicas compartían tienda, buscando resguardar mejor el calor, y su amiga tenía una respiración bastante sonora, posiblemente culpa de todos los golpes que, según Tora, se había dado de pequeña. No, su insomnio era cosa de la propia Viveka. Su cabeza daba vueltas, repasando el plan y los leves retoques que le habían aportado Einar, Gunnar y el resto de altos cargos. Ella sabía que no debía estar presente en las reuniones por eso mismo, porque luego sería incapaz de pensar en otra cosa y, aun con todo, sabía que lo que estaba sufriendo no era nada comparado con lo que podría haber ocurrido si hubiera ido. 

Se revolvió, buscando una postura mejor para dormir. Tora y Gudrun, cansadas del trabajo físico, dormían plácidamente, la última con el cuello en un ángulo que parecía imposible. Quizás debería haber estado con ellas, haciendo las escaleras o entrenando, pero en aquel entonces le había parecido buena idea alejarse de todo y dedicarse al ritual, haciendo esa ofrenda para los dioses. Pensar en ellos le hizo acordarse de Ivar, como si el chico hubiera abandonado su mente por un segundo. No había pasado mucho tiempo desde que confesó lo que sentía, pero si algo había aprendido de él es que era sincero, que no hacía nada si no quería, y por eso confiaba plenamente en sus palabras. Le abrumaba el cambio que se había producido entre ellos, pasando del odio al amor en tan poco tiempo, y eso era lo único que le impedía estar tranquila. Ivar parecía convencido, quería estar con ella, pero algo le pedía que esperase, que viera cómo se comportaba después de la guerra. ¿Cuándo no hubiera que idear planes para asaltar ciudades él seguiría pensando lo mismo? Se habían enamorado en unas circunstancias difíciles, porque sí, eso era lo que había pasado, y, quizás, lo suyo se reducía a eso, a desfogar la tensión y disfrutar juntos de la calma entre las batallas. Sin embargo, Viveka sentía que por su parte había más. Estar junto a Ivar calmaba su cabeza, le permitía reír y olvidar las preocupaciones. Algo en ella se sentía bien y libre cada vez que compartían un momento juntos, ya fuera hablando o lo que fuese que estuvieran haciendo. Ivar le aportaba seguridad, no solo porque sabía que él estaba ahí para defenderla, sino porque también sabía que le dejaría su espacio para hacerlo por sí misma. La tortura al jarl Hennerik le vino a la mente, ese momento en el que ella, deseando vengarse, había querido oír como sufría. Ivar le había dado el espacio que necesitaba para ocuparse de él a su propia manera, pero también la había relevado cuando no pudo seguir y se detuvo cuando ella lo pidió. No era invasivo, tenía sus formas sutiles de hacer que se mantuviera centrada, como cuando descubrió a su madre en la jaula o en la reunión con el mensajero, que con su simple toque las ideas parecían ir asentándose solas y tomando forma en su cabeza, permitiéndole idear el plan. Odiaba que no estuviera junto a ella en la batalla, pero sabía que su sitio estaba en la montaña.

Cambió de postura de nuevo, pero era inútil, así que salió de la cama. Se puso las botas con cuidado, haciendo el mínimo ruido posible para no despertar a sus amigas, y cogió la manta para resguardarse del frío. Fuera la noche era cerrada, aún faltaba mucho para el amanecer, y las estrellas apenas se filtraban entre los árboles. No había luces, habían prohibido hacer cualquier fuego para no delatar su posición y dentro de las tiendas solo había pequeñas velas inservibles en el exterior, con lo que Viveka avanzaba prácticamente a oscuras. Caminó más allá de los límites del campamento y se dirigió hacia los árboles, donde los vigías se mantenían atentos a cualquier señal del horizonte. Dos de ellos parecían estar charlando tranquilamente y decidió ir junto a ellos.

-Buenas noches -saludó. Ambos dejaron de hablar y se tensaron, mirando hacia la amplitud de la llanura que se extendía pocos árboles más allá-. ¿Se sabe algo?

-No, señora -respondió uno. La habían reconocido.

-Bien -suspiró. Pensaba que podría entretenerse un poco con ellos, pero parecía que no estaban dispuestos a aceptarla en su conversación-. Bueno, yo me volveré a la cama entonces -avisó como si les importase.

La jarl de EngerestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora