Capítulo 5

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Los días pasaron y Viveka no vio que su plegaria fuera escuchada. Se volvió un alma en pena, saliendo solo de su habitación para ir a cumplir con su trabajo en el telar y cuando llegó el momento de recoger y ocultar la cinta con los nudos, a los tres días, tan solo lo hizo porque su madre la obligó. Dejó de ir a los entrenamientos, dejó de asistir a las otras clases que tenía.  Coser era la única manera que tenía de despejar la mente, de no pensar en lo que sucedería antes de que empezase el otoño. ¿Para qué seguir esforzándose por un sueño que no iba a cumplirse? ¿Para qué seguir levantando una espada? No tenía ningún sentido continuar, no había forma de que pudiera evitar su destino. 

Apenas comía. Ni la leche que traía Folke podía animarla, así que también había dejado de hacer cola frente a su puesto en la plaza. Acudía a la cena porque era obligatorio que estuviera y ese era el único momento en el que comía algo, siempre bajo la atenta mirada de su madre y de todos. Kalevi había intentado hablar con ella, pero Viveka tan solo respondía con frases cortas y escuetas, sin que pudiera dar pie a una conversación. No podía decir que había oído la reunión entre los jarls, había escuchado demasiadas cosas que no debería haber escuchado y tampoco sabía cómo reaccionaría con eso. Si le iba a pedir explicaciones a su padre, además de recibir una confirmación directa del compromiso también le preguntaría si sabía algo más, si les había oído decir algo antes, y no tendría la capacidad suficiente de mentir de una manera creíble. Le preocupaba la idea de la guerra y no podría ocultarlo. Lo mejor que podía hacer era callar y esperar, aceptar el destino, pero eso le dolía. Todo lo que se había esforzado, todo lo que había mejorado, ya no servía de nada. Ya no sería una guerrera.

Tumbada sobre su cama, Viveka jugueteó con el trozo de cuerda anudada. Se pasaba los ratos muertos así, dando vueltas al objeto mientras pensaba en lo que había dicho mientras lo ataba. Estaba viviendo su castigo por mentir a una diosa.

La puerta de su habitación se abrió con un estruendo y Kalevi entró como si fuera un huracán.

-Vale, arriba -apremió, acercándose a Viveka.

-¿Qué pasa? -preguntó ella, zafándose de los brazos de su hermano.

-Estoy hasta las narices -respondió él, tirando de ella para ponerla en pie-. Vas a salir de aquí y me vas a decir qué te pasa.

-No me pasa nada.

-¿Y por qué llevas una semana escondida aquí? -él seguía tratando de levantarla.

-Porque quiero -Viveka se revolvía en la cama.

-¡Arriba! -ordenó.

-¡Qué me dejes! -gritó.

Él no la escuchó y siguió forcejeando con ella, buscando agarrarla para ponerla en pie.

-¡Kalevi! -se quejó cuando su hermano por fin consiguió sacarla de la cama. Lástima que terminase tumbada en el suelo.

-¡Arriba! -repitió él, volviendo a agarrarla para levantarla.

-¡Para! -junto con el grito, Viveka le propinó un codazo en la boca, un golpe tan fuerte que su hermano se apartó y soltó una maldición-. ¡Kalevi! -exclamó, asustada.

Viveka se puso en pie y corrió a ayudarle, tratando de apartarle las manos a su hermano de la cara para ver qué había sucedido. La boca del chico sangraba, pero no parecía que tuviera nada roto.

-Lo siento -se disculpó.

-No, no pasa nada -aseguró su hermano-, pero ahora que estás en pie me vas a acompañar.

Antes de que Viveka pudiera reaccionar, Kalevi estaba tirando de ella hacia la puerta trasera de la Gran Sala, hacia el exterior. No opuso más resistencia y se dejó llevar, pensando que era mejor eso a volver a pelearse con él. Su hermano parecía tener una idea muy clara y, aunque Viveka no sabía bien qué quería hacer, ni siquiera preguntó. Tampoco es como si él fuese a cambiar nada de lo que le estaba sucediendo.

La jarl de EngerestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora