Capítulo 32

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Las celebraciones se habían alargado más allá del medio día, pero Viveka no había podido seguir el ritmo y, tras la copiosa comida, ella había decidido retirarse a su dormitorio junto al pequeño Bygul. El cansancio era enorme, la batalla la había dejado exhausta, y, por más que lo quisiera, no tenía cuerpo para una fiesta de ese calibre. Había pasado tanto durante esas horas que simplemente necesitaba un momento de soledad para tratar de poner en orden sus pensamientos y asimilarlo todo. 

Necesitaba dormir.

Cogió un cuenco y lo llenó de leche para Bygul, quien ya se había acurrucado sobre unas mantas en su habitación. El pequeño había comido un poco de pan durante la celebración y Viveka desconocía si necesitaba algo más, así que la llevaba por si acaso. Una vez descansase intentaría buscar algo que él pudiera comer. 

Se le hacía extraño estar allí de nuevo, a pesar de haber usado su dormitorio todas y cada una de las veces que había estado de visita en Valistue. Con lo que había ocurrido se le hacía irreal encontrarse entre las paredes que la habían visto crecer y los pocos adornos que había dejado allí, indicando que esa habitación en algún momento tuvo una dueña. Cuando se marchó a Engerest por primera vez todo había sucedido tan rápido que apenas se llevo nada, pero durante sus visitas fue recogiendo algunos detalles, como libros o juguetes de su infancia que le hacía ilusión tener. Había una muñeca en especial que le encantaba, un regalo de Eeva y el jarl Jorgen cuando cumplió ocho años, y siempre la había cuidado con cariño. Para ella era un recordatorio de todo lo que había más allá, de que si se esforzaba podía conseguir el sueño de ser una guerrera.

Viveka dejó escapar una risilla y negó. Ese sueño parecía diferente ahora que por fin había vivido una batalla.

~~

Cuando despertó, a Viveka le costó un tiempo recordar dónde se encontraba. Los muros la confundieron por un momento y sentía un extraño calor pegado a su tripa. Bygul había dejado atrás las mantas y se había subido a la cama con ella, acurrucándose contra su cuerpo. Ella se incorporó y le acarició, con cuidado de no despertarle. Observó el cuenco, un poco más vacío de lo que lo había dejado, así que al menos el animal se había alimentado.

Retiró las mantas y se levantó de la cama, buscando algo con lo que abrigarse de nuevo. Al final optó por sacar otra manta de su armario y se envolvió con ella mientras sacaba algo que ponerse. No había gran cosa, tan solo un par de vestidos que pensaba que iban a quedarle pequeños, así que salió de la habitación y se dirigió hacia la de su hermano. Kalevi dormía plácidamente y no se dio cuenta de cómo ella rebuscaba en el interior de su armario y tomaba prestados un pantalón y una camisa de tela gruesa. 

Cuando tuvo todo, Viveka fue a darse un baño. La noche anterior, tan cansada, se había metido en la cama directamente sin preocuparse por la suciedad, pero sabía que debía asearse. Aún tenía sangre que no era suya manchando su cuerpo y heridas que sanar, así que preparó la bañera con agua caliente y se introdujo en ella. El calor relajó su cuerpo y la invitó a descansar de nuevo, así que se dejó llevar. La luz que entraba por las ventanas aún era escasa, quizás los primeros rayos del amanecer, así que tenía tiempo para relajarse. 

Varios minutos después, cuando consideró que el agua comenzaba a enfriarse y estar ahí metida dejaba de ser agradable, Viveka frotó la suciedad de su cuerpo y se aseó. Se puso la ropa de su hermano y volvió a peinarse con trenzas, despejando su rostro de una forma sencilla y dejando parte de su melena suelta, haciendo que, a su vez, esta también la protegiera del frío. Volvió a ponerse la manta por encima, no había encontrado nada mejor, y recogió las cosas que había usado. 

Regresó a su dormitorio a dejar la ropa sucia antes de marcharse. Bygul seguía sobre su cama, exactamente en la misma posición en la que lo había dejado, pero a Viveka le preocupó el frío que pudiera tener; al fin y al cabo, él se había subido a la cama buscando su calor. Se acercó al animal y dobló un poco las mantas, envolviéndolo con ellas para hacer que estuviera más a gusto. Le dio un beso entre las orejas, en lo alto de la cabeza, y salió de la habitación. 

La jarl de EngerestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora