Capítulo 14

16 5 0
                                    

Engerest había resultado ser una ciudad interesante. Fea en comparación con Valistue, el orden y la estructura en sus calles le permitió a Viveka orientarse con rapidez y descubrir los mejores sitios para matar las horas. Podía salir de la ciudad, pero, con la frontera tan cerca, se sentía insegura y prefería quedarse dentro de los muros. Solía frecuentar los entrenamientos, los cuales observaba en primera línea, sin ocultarse ahora, aunque su lugar favorito en Engerest era una de las tabernas. Allí había descubierto el sjakk*, un pequeño juego de estrategia en el que los aesir luchaban contra los vanir, representados en tallas de madera rojas y azules, y la batalla tenía lugar en un tablero. Había que saber cómo posicionarse para buscar la mejor manera de derrotar al oponente y Viveka estaba aprendiendo de los mejores maestros de la ciudad. Pocos sabían quién era ella en realidad, ignoraban que en un futuro se convertiría en su señora, y prefería que fuera así para poder hacerse un hueco entre los habitantes. No era mucho, pero las personas de esa taberna eran lo único que estaba consiguiendo que superase los días. 

Durante ese mes que llevaba en Engerest, Ivar y ella apenas habían hablado. Compartían habitación, pero nunca cama y solía ser él quien pasaba las noches tirado en un pequeño sofá. Todas las noches Viveka le oía llegar y fingía estar dormida mientras él se despojaba de la armadura y de las prendas. Tras eso se daba un baño y colocaba los cojines para acomodarse en el sofá, sin siquiera intentar ver cómo se encontraba Viveka. Las palabras que cruzaban solían ser forzadas, algo meramente formal y protocolario, un mínimo de educación entre dos conocidos. Se saludaban si se encontraban por los pasillos, se daban los buenos días y, durante las comidas, le pedían al otro la fuente con la comida si ellos no podían llegar. 

Al final del día, Ivar no sabía lo que había hecho Viveka ni Viveka lo que había hecho Ivar. 

Viveka no sabía si esa situación le aliviaba o le entristecía. Podía sentirse tranquila, no tenía que ser una esposa ni cumplir con todas las tareas que pensaba que llegarían con el matrimonio. También había dejado de coser bajo presión y ahora solo seguía haciéndolo para matar el aburrimiento, como las otras tareas que había descubierto. Sin embargo, que Ivar no le prestase la más mínima atención le hacía sentirse aún más sola. Ella echaba de menos tener un confidente, alguien con quien poder compartir sus cosas y tener unas charlas más profundas, alguien como Kalevi o Dagny. Con el paso del tiempo los de la taberna podrían convertirse en sus amigos, pero, mientras tanto, tenía que aprender a convivir con la soledad. 

Aquel día había amanecido demasiado tarde para ella, como tantos otros. Ya tampoco se levantaba con los primeros rayos del sol para echar una mano, ahora estaba viviendo sin hacer absolutamente nada que no fuera observar los entrenamientos y jugar al sjakk. 

Motivada por la escasez de luz en ese día nublado, Viveka salió de la cama y empezó a preparar su baño. Se permitió relajarse, no tenía prisa, y luego se puso un vestido sencillo y cómodo. Quería bajar a ver los entrenamientos, al no haber tanto sol se quedarían más rato, preparando mejor algunos combates y probando nuevos movimientos, y eso era algo que Viveka adoraba ver. Cuando estuvo lista bajó y, antes de ir al entrenamiento, pasó por la cocina para tomar algo de comer. 

-¡Señora! -se sorprendió uno de los criados-. Podemos prepararle el comedor si quiere.

Era una manera sutil de echarla de la cocina. En Engerest no estaban acostumbrados a ver a sus señores por allí.

-Oh, solo quiero esto. Ya me voy -se despidió sin dar tiempo a que nadie más se entrometiese. 

Para Viveka aquello era lo más normal del mundo e incluso lo veía como algo cómodo para los criados. Tomando ella lo que quería les ahorraba el hecho de tener que interrumpir sus otras tareas, posiblemente mucho más importantes, para atenderla. Era una ventaja en realidad y no entendía por qué les molestaba tanto. De todas maneras, tampoco pensaba cambiar su forma de actuar: si ella se tenía que adaptar a Engerest, Engerest también podía adaptarse a ella.

La jarl de EngerestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora