Capítulo 25

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Ansgard mantuvo la puerta abierta para permitir que Viveka pasase llevando las riendas de Mardöll. La caverna en la que se encontraban era estrecha, construida a conciencia para permanecer oculta, en algún punto entre las salas para no llamar la atención. Podría pasar como un gran pilar que sostenía el castillo y nadie tenía por qué saber nunca lo que había allí. 

Por suerte algunos de los caballos ya habían sido conducidos junto a sus jinetes más allá de los pasillos, de lo contrario no habrían entrado. En ese lugar tan solo quedaban Ansgard, Tora y Lise, ellas dos despidiéndose de los que se marchaban.

Viveka se acercó a Lise y le dió un abrazo.

-Lamento que no podamos quedarnos al funeral -se disculpó.

Su cuñada la estrechó con fuerza y negó.

-Estaréis -aseguró-. El niñó será enterrado en Valistue.

-Entonces lo recuperaremos pronto -prometió, soltándola para darle un beso en la frente y luego dirigirse hacia Tora.

-Ni se te ocurra hacerme llorar -la amenazó su amiga.

-No lo haré -sonrió-. Siento que no puedas venir con nosotros.

-Cada uno tiene que cumplir con su función y esta es la mía -a Viveka le fascinaba la tranquilidad con la que Tora comprendía y acataba las órdenes. 

Se dieron un último abrazo y avanzaron juntos por los túneles, con Ansgard a la cabeza. Él llevaba una antorcha en la mano, iluminando el camino, y era la única luz que se podía apreciar. Tras ellos, Tora portaba otra, pero en algún punto esa luz dejó de existir. Viveka no supo el momento exacto en el que Lise y ella habían abandonado la marcha, tan solo miró hacia atrás y no las vió. Por el contario, lo único que obtuvo fue la imagen curiosa de un Ivar distraído que, al percatarse de que ella le miraba, arrugó la nariz y formó una mueca de burla, con una sonrisa forzada. Viveka se rió, era un gesto demasiado infantil para él, pero no dijo nada. Temía que alguien se diera cuenta de su presencia, por si no fuera suficiente con el sonar de los cascos de los caballos, así que prefería hacer el mínimo ruido posible y concentrarse en el camino.

Todo el túnel era estrecho y Mardöll tenía algunas complicaciones para pasar. La yegua debía ir encorvada y eso no le estaba gustando. Se ponía nerviosa, deteniéndose de vez en cuando y obligando a Viveka a tirar de sus riendas con suavidad. Ella procuraba acariciarla constantemente, dándole la seguridad de que estaban juntas y que no la abandonaría, pero no sabía el tiempo que podría aguantar haciendo eso. Si Mardöll se encabritaba en medio de ese pasillo podía ocurrir una desgracia. 

Viveka pasó el resto del camino en tensión, más pendiente de la yegua que de sus propios pasos o de lo que sucedía a su alrededor. No se dio cuenta de las entradas que había ocultas en las paredes o de los pequeños desniveles a los que sus pies se amoldaron inconscientemente, tan solo estaba concentrada en salir de allí. 

Pronto comenzó a sentir una ligera brisa, una señal de que el final estaba cerca. Los ruidos del bosque en la noche no tardaron en hacerse oír, despejando todas las dudas, y Viveka apretó el paso. Sus pies empezaron a pisar algunos charcos, pequeños restos de lluvias que quedaban en el túnel, y los insectos se hicieron más presentes. Allí refugiados aún podían aguantar esas primeras semanas de frío. 

El final del túnel se mostró ante sus ojos, una pequeña puerta enrejada que chirrió al abrirse. Avanzaron por las rocas que se encontraron frente a ellos, talladas por el paso del tiempo para parecer escalones, y tiraron de los caballos para forzarlos a subir y sacarlos de allí. Cualquiera que los viera desde fuera pensaría que habían sido escupidos por la propia tierra. 

La jarl de EngerestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora