5. El impresionante vagabundo de los coches caros.

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Presley deseó nunca haberse dado cuenta de que era una semidiosa.

Zoë Belladona era un peligro al volante. Y Presley sentía que terminaría vomitando de un momento a otro.

—Quizás deberías bajar la velocidad —sugirió Thalia, mirando con preocupación la mueca que tenía Presley en el rostro.

—¡Ni hablar! —respondió Zoë—. Mi señora está en peligro.

—Y nosotros no podremos ayudarla si nos matas antes —replicó Thalia.

Zoë no respondió, siguió zigzagueando entre los coches, dando volantazos de un lado a otro, pasando un montón de coches a cada minuto que pasaba.

Presley se quejaba en voz baja, diciendo cosas como «Da asco ser semidiosa» u «Odio los coches», mientras se balanceaba de un lado a otro por los movimientos que hacía el coche bajo el mando de Zoë.

Apenas en Maryland pudo tener un descanso. Zoë detuvo el coche para tomar un descanso, por insistencia de Thalia y Grover, que ya notaba que Presley estaba comenzando a ponerse pálida.

Cuando el coche se detuvo, Presley salió con rapidez, pasando sobre Thalia y empujando a Grover, que ya estaba fuera. Apenas puso los pies en el suelo, se inclinó y vomitó, haciendo ruidos asquerosos.

Thalia se le acercó con una mueca y le sujetó el cabello, mientras Presley seguía expulsando cada alimento que había ingerido.

—Ugh, odio vomitar —se quejó la chica, parándose erguida después de sentirse mejor.

Zoë se acercó, e hizo una mueca cuando notó el vómito en el suelo. Presley respiró, dando unos pasos hacia atrás para recostarse contra la furgoneta.

—Vamos —Miró a Thalia y a Grover—. Deberíamos comprar algo para comer y —Su mirada se deslizó hacia Presley, que tenía los ojos cerrados— algo para el mareo. No quiero que me volváis a obligar a parar para que alguien pueda vomitar.

Presley abrió los ojos y le frunció el entrecejo.

—No te preocupes por mí, de todas formas, seguro nos detendrán —dijo, mirando a Zoë de pies a cabeza—. Considerando que parece que tienes menos de quince. Nadie se va a tragar que eres una adolescente de diecisiete.

Zoë la miró con serenidad.

—Quizás no —dijo con simpleza—. Pero tengo más experiencia que todos ustedes juntos, llevo conduciendo automóviles desde que se inventaron.

Grover se removió nervioso en su sitio.

—Podría aprovechar la parada para usar la canción de rastreo.

—Seguro —Zoë asintió, entonces le hizo un ademán—. Hazlo ahora mismo, sátiro.

—Se llama Grover —Suspiró Thalia—. Quizás si lo llamases por su nombre...

Pero Zoë la ignoró, y Grover se llevó su flauta a los labios, entonces comenzó a tocar. Presley cerró los ojos, encontrando la melodía levemente relajante, se balanceó inconscientemente a su ritmo, hasta que se detuvo.

—¿Washington? —preguntó Zoë, con incredulidad—. ¿Estás seguro de que sabes tocar bien esa canción?

—¡Claro que sé! —exclamó Grover, a quien parecía nada ofendía más que insinuar que no sabía tocar una canción de rastreo—. Mi canción está bien.

—Pero deberíamos ir al oeste... —Zoë sacudió la cabeza—. Vayamos a por los suministros, discutiremos esto en el automóvil —Miró a Presley, que comenzó a caminar, y la detuvo—. Tú no, espera dentro y bebe agua.

State of Grace || Annabeth ChaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora